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México D.F. Martes 25 de noviembre de 2003
Magdalena Gómez
La consulta oficial indígena, otra falacia
Mientras los pueblos indígenas transitan los caminos
de la autonomía sin pedir permiso, el gobierno federal persiste
en la supuesta aplicación de la contrarreforma de 2001 y del convenio
169 de la Organización Internacional del Trabajo mediante la consulta
nacional sobre "sus formas y aspiraciones de desarrollo". Para ello cuentan
con el apoyo político y financiero del Banco Mundial y el Programa
de Naciones Unidas para el Desarrollo. El fundamento de este ejercicio
está materialmente plagado de todos los lugares comunes que, vacíos
de su contenido original, constituyen la base del discurso oficial y de
los organismos internacionales. Así, se habla del "compromiso de
contribuir a establecer una nueva relación entre el Estado, la sociedad
y los pueblos indígenas".
Cuando se discutieron en San Andrés estos conceptos
se incluyeron en los acuerdos incumplidos, se realizó la más
amplia confrontación con lo que ha sido la política oficial,
se les vinculó estrechamente con el derecho a la autonomía
y a la libre determinación, de manera que la nueva relación
suponía a este derecho como el motor. Ya sabemos de la cadena de
distorsiones, y ahora se pretende navegar en el mar de frases huecas que
sólo tienen sentido para quienes están empeñados en
demostrar que hay un "cambio". Como el papel aguanta todo, afirman que
"se busca abrir nuevos espacios de participación e interlocución
y diseñar juntos las políticas públicas de gobierno
que respondan a sus diversas y complejas circunstancias, impulsar una política
transversal de atención a los pueblos indígenas que sume
y potencialice las acciones y recursos institucionales, bajo principios
de diálogo intercultural, respeto a la diversidad e identidad, libre
determinación, inclusión y equidad. Asimismo, crear, conjuntamente
con los pueblos indígenas un modelo de desarrollo con diversas expresiones
que pueden ser armonizadas entre sí, en el marco del proyecto nacional".
La Comisión Nacional para el Desarrollo de los
Pueblos Indígenas confunde el derecho a la consulta previa, de buena
fe y acorde a las formas propias de organización social, y la reduce
a una " forma de participación" y se precia grandemente del "reconocimiento
de los pueblos indígenas como interlocutores y corresponsables en
la toma de decisiones respecto a las políticas y programas que conciernen
directamente a su desarrollo". Y continúa su galimatías,
afirmando que "la consulta será una fuente de información
para la planeación que, al involucrar activamente a los integrantes
de los pueblos indígenas, aumentará la viabilidad de las
políticas sociales y acciones institucionales que se generen". Para
todo ello realizarán 84 talleres estatales, cuatro foros regionales
y otro nacional, y tendrán sus resultados para marzo de 2004. Lo
relativo a las formas de organización propias de los pueblos lo
reducen a enlistar los sistemas de cargos para luego dar prioridad a las
formas propias del indigenismo, es decir los llamados talleres y foros.
Se olvidan de que los pueblos no discuten sus asuntos de fondo en los foros,
sino en sus asambleas comunitarias, con sus ritmos, sus agendas, y no necesariamente
informan a los agentes externos sus reflexiones. A los foros van, quienes
lo hacen, conscientes de la vieja relación, la de obtener algunos
recursos para proyectos emergentes; tampoco necesariamente quienes asisten
llevan representación, siguen la lógica de la intermediación
que tanto ha dañado a los espacios de gobierno indígena.
Por otra parte, un ejercicio como éste se sale
por la tangente respecto al problema real del derecho de consulta, cuya
primera implicación es que los titulares de ese derecho decidan
qué, cómo, cuándo, dónde, y no es fácil
en las condiciones actuales que los pueblos indígenas establezcan
la llevada y traída nueva relación. En esta consulta ya lo
decidió todo el gobierno, incluso su para qué. Resulta simplista,
por decir lo menos, suponer que la crisis provocada por la contrarreforma
no está vinculada a su contenido mismo y que se puede avanzar "para
mientras", reivindicándola en beneficio del aparato oficial. La
cuestión es mucho más profunda: resulta que los pueblos indígenas
y el EZLN mismo sí respetaron las formas propias de organización
del Estado, confiaron, hablaron, firmaron y esperaron que los tres poderes
del Estado cumplieran su compromiso. No invitaron a un foro al Congreso:
acudieron a su casa oficial. En fin, ya sabemos que la autonomía
indígena está en otra parte.
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