México D.F. Lunes 24 de noviembre de 2003
José Cueli
šEl toro de Montecristo!
Lo dice la copla andaluza: los soleares tienen tres versos nada más... šy cómo muerden! El tercio de banderillas tiene tres pares nada más... šy cómo muerden! Banderillas de terminación dulce y cruel, soleares en tarde aún de duelo de la afición, en la oscuridad invernal de la Plaza México.
Alegría banderilleril de los toreros; Ortega, Fand y Angelino en medio de paseos por el redondel, manos toreras en mágicos aleteos, altivez de cabezas que se sacudían en aflamancados compases, vueltas, giros, recortes y galleos, desplantes y poses frente a la tímida debilidad de los torillos de Santa Bárbara. Al final, los banderilleros a hombros de los aficionados en apoteósica vuelta al ruedo. Alegría que escondía dolor apun caliente.
Antes había aparecido un torillo de regalo de Montecristo. Un verdadero bombón con el que sueñan los toreros. No embestía, literalmente planeaba por ambos lados. Metía la cabeza en la arena del redondel antes de llegar a capoteo o muleta, y además tenía recorrido y fijeza. Eso sí, no fue picado, sólo un piquetito. El toro hoy día considerado: El toro. Los tiempos cambian que es una barbaridad.
El Fandi se dio gusto toreando a este flan de Montecristo. Lo toreó y mató al igual que banderilló; atléticamente. El fantasma granadino vagaba insospechado y mudo por el espacio del coso y quedaba en el aire. Y sugestionó a los aficionados al modo de las gitanas en la Alahambra. Menos espectaculares, Rafael Ortega, todo torería y valor, sin acabar de redondear, y José Luis Angelino, que recibió la alternativa, resultó una agradable revelación con otro caramelito de Santa Bárbara.
Al salir del coso recordaba la vieja copla andaluza y un extraño dolor originario me dejaba un fugaz estremecimiento de intruso. La herida del toreo entre la muerte y la vida, la sombras y las luces, la crueldad y la dulzura.
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