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México D.F. Lunes 24 de noviembre de 2003
Francisco López Bárcenas
20 y 10
El 1º de enero de 1994 a muchos nos encontró
borrachos, pero un grito indígena nos volvió a la realidad.
Borrachos estábamos porque ese día entraba en vigor el Tratado
de Libre Comercio que, de acuerdo con la propaganda oficial, nos permitiría
ingresar en el primer mundo, sin dejar de ser un país subdesarrollado
o en vías de desarrollo, que para el caso era lo mismo: un país
donde la mayoría de la población no podía satisfacer
sus necesidades básicas mientras unos cuantos acaparaban sus riquezas.
Pero ese sueño terminó cuando un ¡ya basta!, surgido
de lo más profundo de México, de los descendientes de los
habitantes originarios; fue el preludio de una rebelión que exigía
democracia, justicia y libertad. Tres demandas que en un país donde
se respetara la voluntad popular no sería necesario levantarse en
armas para obtenerlas.
Mas cuando volvimos a la realidad todavía nos quedaba
el asombro. Que un grupo de indígenas desafiara "al supremo gobierno"
justo cuando las luchas de liberación andaban de capa caída
al principio nos pareció una insensatez, una empresa destinada al
fracaso. Los rebeldes eran conscientes de ese sentimiento de desencanto,
tal vez por eso su audacia para acometer esa empresa, en la que arriesgaban
la vida para sacarnos del letargo en que nos encontrábamos. Y su
cálculo resultó cierto. Cuando los mexicanos vimos las primeras
vidas segadas por las descargas asesinas lanzadas contra ellos en los primeros
días de la guerra supimos que no estaban equivocados, que la razón
les asistía y que al cerrarse las vías institucionales tenían
derecho a la rebelión, un derecho consagrado por los propios estados
en la Carta de las Naciones y que ellos ejercían hábilmente,
utilizando la declaración de nuestra Constitución Política
de que la soberanía reside original y esencialmente en el pueblo
y éste tiene el derecho de transformar sus instituciones cuando
ya no responden a sus intereses.
Están por cumplirse 10 años de aquel levantamiento
indígena que sacudió las estructuras del sistema político
mexicano y despertó muchas conciencias. Hoy sabemos que antes de
proponerse la empresa los rebeldes ocuparon otros tantos en prepararse.
Por eso los zapatistas de todo México y varias partes del mundo
se aprestan a celebrar el acontecimiento. La ocasión lo amerita,
por eso valdría la pena preguntar: ¿qué celebramos?
Muchas razones existen para hacerlo. De las que a mi memoria vienen vale
la pena recordar que celebramos el inicio de un movimiento que nos devolvió
la esperanza en una vida mejor, un movimiento armado que llama a luchar
por vías pacíficas para construir otro mundo, que a cada
momento nos recuerda que no tenemos derecho a quedarnos callados mientras
el mercado destruye nuestras vidas y las de nuestros pueblos. Todas estas
propuestas buscaron acomodo en los diversos sectores del país, pero
donde encontraron tierra fértil para enraizar fue en la lucha indígena,
porque en lugar de mostrar su rostro el zapatismo funcionó a manera
de espejo donde los indígenas descubrimos el nuestro: rostro de
pueblos negados, mantenidos en un colonialismo interno, como en tiempos
de la Colonia española, sólo que ahora los dominadores eran
nuestros propios hermanos.
Existen muchas otras buenas razones para celebrar. Ni
el mundo ni el país son los mismos de hace 10 años y en muchos
casos las transformaciones son efecto de aquella rebelión. Los nuevos
movimientos indígenas que existen en el país, reclamando
cada uno a su manera el reconocimiento del derecho a la autonomía
de los pueblos, son ejemplo de esos cambios, pues aunque la demanda existía
desde hacía tiempo, fueron los espacios que el zapatismo abrió
los que la posicionaron como demanda nacional. Desde entonces y hasta la
fecha lo mejor del movimiento indígena camina de la mano con el
zapatismo. Ahora, construyendo autonomías, que en Chiapas se llaman
caracoles, pero en otros lugares adquieren otros nombres y diversas
formas, como debe ser en un país que se reclama diverso.
A muchos el zapatismo no sólo nos cambió
las perspectivas de una vida mejor, sino la vida misma. Por eso se vuelve
importante celebrar los 20 años de la fundación del Ejército
Zapatista de Liberación Nacional y los 10 de su aparición
pública. Dentro de las celebraciones a las que estas dos efemérides
nos convocan deberíamos dejar el tiempo y los espacios suficientes
para reflexionar sobre lo que desde entonces hemos cambiado, y lo que nos
falta por cambiar para que la humanidad triunfe sobre el mercado.
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