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México D.F. Domingo 23 de noviembre de 2003
LA MUESTRA
Carlos Bonfil
Madame Satá
RIO DE JANEIRO, 1932, barrio de Lapa. La nota roja,
los archivos policiacos, la mitología popular, informan sobre una
leyenda local: Joao Francisco dos Santos, negro, homosexual, vividor, malandro.
Conocido también en los escenarios de diversos antros como Jamacy,
reina de la selva, Santa Rita de los Cocoteros, Negraza del Bulacoche,
y más tarde, en alegorías de carnaval, como Madame
Satá, en referencia a Kay Johnson, la protagonista de un filme
de Cecil B. De Mille, Madame Satán, de 1930. Más sobre
la bicha (loca) mayor del cabaret Lux y del Danubio azul: tiene
un espíritu pendenciero y, se rumora, hijos regados por todas partes,
seduce a policías ("ángeles de bondad"), engatusa y roba
a sus ligues, pasa largas temporadas en la cárcel, adora a Josephine
Baker (La princesa Tam-Tam, Gréville, 1935), con quien se
identifica, y vive con una amiga prostituta, Laurita, que bien podría
ser su mujer, y con Tabú, un simpático travesti de abnegación
impecable. Tiene como enamorado a un joven delincuente, Renatinho ("cara
de gato"), a quien desdeña por capricho, para luego someterlo sexualmente.
Madame Satá, personaje genetiano: Nuestra Señora de Lapa.
EL REALIZADOR KARIM Ainouz, nacido en Ceará,
de madre brasileña y padre argelino, asistente de Walter Salles
(Detrás del sol) y del cineasta queer Todd Haynes
(Poison, Velvet Goldmine), reconstruye la biografía
de Joao Francisco dos Santos a partir de datos aportados por el periodista
brasileño Rogerio Durst e investigaciones propias en el barrio de
Lapa. La fotografía, espléndida, es de Walter Carvalho (Estación
central, A la izquierda del padre), y la pista sonora una recopilación
cautivadora de tangos y melodías populares de los años 30.
Seduce la complejidad del personaje, interpretado por Lázaro Ramos,
imposible de definir y, menos aún, de reducir a la caricatura. Obsérvenlo:
defiende sus intereses, y a sus seres queridos, con agilidad y fuerza,
como un diestro combatiente practicando capoeira; es viril en grado
superlativo, y femenino a sus horas de requiebro, que son muchas: en breve,
un enigma y una pesadilla para sus adversarios homófobicos.
ES NOTABLE LA economía de recursos en la
estupenda recreación de época, apenas tres o cuatro locaciones
sugieren la atmósfera del barrio patibulario, y una sola secuencia,
en el cabaret High Life, todo el peso de la discriminación clasista.
Joao dos Santos nace con el siglo y muere, al parecer de cáncer,
en 1976. La película registra únicamente un año de
esa existencia, a principios de los años 30, con una sugerente teatralización,
por momentos brechtiana, de todo un clima social y de la red de complicidades
entre los marginados cariocas --maricas envalentonados, prostitutas perplejas,
policías de pasividad amorosa, travestis negros, divas hollywoodenses
y, por las calles, sueltos, los "cazadores de viados (locas)" y
los delincuentes. Una verdadera Opera do malandro (Chico Buarque),
que es aquí elegía del vagabundo y del disidente sexual.
Una secuencia formidable resume, como en pocas cintas latinoamericanas,
el odio antihomosexual: un borrachín, lleno de delirio y amargura,
vomita su desprecio frente a Joao dos Santos, la loca a quien acusa de
todos los males de la nación. La respuesta del negro humillado es
fulminante. Sepultada la categoría de víctima expiatoria,
Madame Satá adquiere una dimensión inesperada en el
barrio de los parias, un símbolo de resistencia, algo próximo
a la leyenda. La cinta de Karim Ainouz es una embelesada exploración
de esa disidencia.
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