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México D.F. Domingo 23 de noviembre de 2003

Rolando Cordera Campos

El estancamiento

El país llega a su cita con el fin de año en las peores condiciones políticas que los enemigos del cambio democrático pudieron haber imaginado. Dejado atrás el escenario catastrofista sobre lo que el cambio de régimen podría haber implicado en las finanzas nacionales e internacionales, no ocupó su lugar el crecimiento impetuoso de la economía que se prometió en la campaña, ni el enriquecimiento de la vida pública que ofrecían el pluralismo y la legalidad electoral lograda.

Lo que resultó del cambio tan cacareado es un horizonte de desaliento sobre los productores instalados en el territorio y por esa vía sobre los trabajadores que se mantienen en la economía formal o aspiran a incorporarse a ella pronto. Lo que resta es la informalidad incontrolada e incontrolable, es a ella al parecer a la que en esencia quiere responder y obedecer el Estado democrático y plural construido en largas décadas de transición desde arriba. A la marginalidad económica y social privante, se le acomoda una política donde los medios son fines y éstos mera simulación y retórica vacua. Lo demás es cosa de imaginación apocalíptica y podemos dejarla para después.

ƑQué ocurrió? En primer término hay que decir que el nuevo gobierno decidió seguir la senda abierta por el cambio estructural de los años 90 y afirmada como ruta y pensamiento únicos por el presidente Ernesto Zedillo y su obsesión fundamentalista de mercado. Del "la política industrial del gobierno es que no hay política industrial", se pasó en esos años peligrosos al "lo mejor es que no haya política" y punto (salvo la mía, dijo y repitió el Presidente de la sana distancia), y en su lugar se trajo la democracia entendida como un mercado más, sin tal vez imaginar que este mercado se volvería pronto y sin avisar un vulgar casino de feria pueblerina.

Del resto, parecía desear el Presidente, que se encarguen los intercambios, y de sus costos, los cristianos. Y ahí empezó el duro caminar a lo largo del despeñadero.

Para el presidente Fox y su vicepresidente económico todo parecía estribar en seguir la senda hasta desembocar en una gran supercarretera en el norte, en obedecer su código secreto y asegurar que la estabilidad se volviera cero absoluto. Para ello no había mejor herramienta persuasiva que el propio intercambio político entendido como compraventa de protección entre actores de la economía y bufones de la política. Nada mejor para ello que un sistema de medios de comunicación masiva al servicio del poder, ya no del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y sus falanges, como presumía Emilio Azcárraga Milmo, sino del poder concentrado en grandes capitales de los que desde luego tenía que formar parte el propio grupo adueñado de la comunicación social y política.

La comunicación moderna se entiende como vehículo indispensable para que la economía de mercado funcione y la política haga lo propio como ejercicio y espectáculo de masas. Pero es aquí que se encuentra el nudo gordiano que nadie osa siquiera identificar como tal, mucho menos tratar de desatar por los medios propios de la democracia. La comunicación social y política en México no responde a esos requerimientos de la estructura económica y del sistema abierto de la política democrática. Su única solución es la no solución, su permanente posposición, el estancamiento disfrazado de frenesí en las cámaras y proyectado por las cámaras de a de veras, las de la tele. Abajo, el estancamiento ominoso en las mentes y los talantes, en el empleo, en las ambiciones o la disposición al riesgo.

Sin comunicación oportuna y creíble, rica en matices y portadora de tendencias inteligibles, el cálculo económico se vuelve pura operación de poder o de azar. Lo primero está restringido para unos cuantos; sólo contribuye a la reproducción de una concentración económica y social inicua y antiproductiva. Lo segundo, deporte favorito de los especuladores, por lo pronto se disuelve en una bolsa de valores apática y reducida de nuevo a su mínima expresión. No es cauce ni receptáculo para los excedentes financieros o la búsqueda de financiamiento, más bien parece estación de paso para la fuga al exterior. De la desbandada monetaria sólo nos ha salvado la recesión mundial y la que hasta hace poco se vivía en Estados Unidos, pero las cosas empiezan a cambiar y el dólar puede volverse apetitoso para los que buscan ganancias rápidas que el mercado doméstico de bienes y servicios no les da.

Por otro lado, una comunicación social como la que se ha impuesto gracias a los buenos oficios del gobierno no puede sino ofrecer confusión a todo lo largo del cuerpo político y social mexicano, la imposición del desorden mental como perspectiva colectiva y el retraso social de la inteligencia como modo universal de hacer la política representativa. De aquí el dantesco carnaval fiscal protagonizado por partidos, gobierno y medios, hasta llevarnos al gran ridículo de esta semana con la increíble propuesta del PRI que valió a sus promotores el reconocimiento unánime šdel Presidente de la República que los derrotó hace tres años! Feliz no cumpleaños para el ganador del 2 de julio. Junto con su 10 de octubre del año pasado, el Partido Acción Nacional y su gobierno del cambio han enriquecido el arcón de las efemérides lamentables del México moderno.

Se acabó, sin haber dado sus primeros pasos, el gobierno del cambio. Lo que no tenemos a la vista es un efectivo cambio de régimen, sino la cansina repetición de los ritos y exorcismos del anterior, con sus oficiantes de siempre, pero ya sin expectativa alguna que ponga en movimiento la ambición de transitar a nuevas plataformas. Es el estancamiento sin más.

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