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México D.F. Miércoles 19 de noviembre de 2003

Luis Linares Zapata

ƑDónde quedó el PRD?

Desde el inicio de la presente legislatura, la final del periodo de Fox, el PRD se ha ido enredando en propuestas que persiguen lograr un alto impacto popular y justiciero pero que terminan por marginarlo de las decisiones que definen la actualidad nacional. La cereza del pastel la puso en la disputa que entabló por imponer sus visiones e intereses en la conformación del Consejo General del IFE. Su postrera flexibilización llegó tarde y quedó fuera del arreglo definitivo para determinar el perfil y los nombres de los consejeros electorales. Lo que sí consiguió con su ausencia fue baldar la legitimidad de inicio de tan prestigiada y confiable institución que los mexicanos se dieron para su tránsito democrático. Y, desde ese momento, se ha dedicado a levantar una querella tras otra para resaltar el malogrado y torpe acuerdo entre el PRI y el PAN que terminó por cargar de partidarismos una institución que se ha mantenido, con grandes dificultades, ajena al rejuego de pugnas pichicatas por el poder.

Armados de planteamientos que pretenden encerrar gran parte, y a veces la totalidad, de la verdad acerca de tópicos fundamentales para la vida organizada del país, los dirigentes perredistas se amarran a posturas previas que dicen derivar de principios innegociables. Basados en su tercerona bancada quieren salir triunfantes en las negociaciones tanto legislativas como aquellas que se dan en el diario quehacer del ejercicio público. Sus pretensiones las cimientan en la cacareada fuerza de sus argumentos, espíritu reivindicador, intensiones altruistas y visiones de gran envergadura. La arrogancia de tales posturas se las da, afirman, por la razón histórica que casi siempre les asiste, aun en sus derrotas más sonadas. Y, en efecto, no son pocas ni banales las circunstancias, los programas o las disputas en las que tienen una buena dosis de atinadas razones. Pero hasta ahora, al menos, se han revelado incapaces de trasladar al electorado y capitalizar con masivas votaciones sus verdades y las fundadas defensas que han hecho de los intereses colectivos.

En el caso de la tentativa de reforma fiscal que pretenden elaborar y dejar aprobada tanto el gobierno como los partidos, el PRD parece condenado, una vez más, a la exclusión. Y habrá que decir, en pos de esclarecer las contribuciones partidarias, que su precaria situación al respecto no se debe tanto a la falta de propuestas serias, imaginativas, de buena fe y estudiadas con detalles suficientes. Mucho del problema puede encontrarse en la ruta que siguen en su estrategia negociadora. Parten de tajantes negativas para luego adelantar los segmentos más controversiales de sus trabajos. En este caso las endebles categorías de IVA que, partiendo de las tradicionales exenciones a los alimentos y las medicinas, punto medular de los diferendos con el PAN, el gobierno y el mismo PRI, proponen dividir en tres segmentos hasta llegar al 20 por ciento de IVA a los productos suntuarios. En tal escalonamiento, los perredistas no innovan; la parte del mundo desarrollado está llena de coincidencias y ejemplos exitosos a seguir para la aplicación del IVA al tiempo que se mitigan sus efectos más regresivos. La mayoría de los sistemas impositivos europeos tienen cuatro o hasta cinco distintas clasificaciones para gravar el consumo. Pero la atención local de las bancadas importantes está puesta en el IVA a alimentos y medicinas como una necedad acarreada, como una obsesión de los hacendistas, como una salida inmediata y fácil para los intentos recaudatorios del gobierno o por la terquedad y ambiciones de algunos dirigentes partidarios. El PRI, por ejemplo, se ha metido hasta el borde de la ruptura interna en un compromiso de sus pastores (Gordillo) por eliminar la exención respectiva. Y los perredistas se han anclado en la inamovible negativa que compensan con su también machacona exigencia de entrarle a la evasión y al ISR en regiones altamente conflictivas con los intereses conservadores tanto del PAN como del gobierno de los gerentes y la porción, por cierto muy ampliada, del priísmo atrincherado en sus ignorancias, precarios intereses personales y amplios temores.

La ruta de colisión del perredismo se hace evidente a medida que transcurren los días previos a los definitorios de este final de año 2003. Es muy probable que los desencuentros entre las distintas bancadas y el gobierno terminen en una simple adecuación fiscal que pueda aportar una cierta cantidad de ingresos para el gobierno. Mucho se duda de consolidar algo parecido a una reforma que prepare a la hacienda pública para recolectar cantidades suficientes como para cimentar, sobre el gasto y la inversión públicos, la recuperación productiva de la fábrica nacional del México de hoy y mañana. Llegar a niveles presupuestales del 30 o 35 por ciento del PIB de recaudación impositiva, aunque sea en 10 años, se contempla una hazaña lejana para las capacidades políticas y administrativas de la actual generación de líderes mexicanos. Quizá se tendrá que esperar a la próxima campaña presidencial de 2005 o 2006 para que la sociedad madure y pueda enfrentar, con decisión, los retos que el crecimiento y el bienestar deseado le imponen. La cultura fiscal mexicana es, todavía, muy endeble, sobre todo en esa región donde el empuje de un sector público dotado de suficiente músculo financiero se une con la iniciativa de los particulares como una fórmula indisoluble, por necesaria, para sostener el desarrollo. El reto del PRD es poner aunque sea una pequeña parte de ese edificio por construir, en lugar de verlo inacabado desde la triste distancia de sus huidas para delante.

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