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México D.F. Martes 18 de noviembre de 2003
LA MUESTRA
Carlos Bonfil
Salomé
Lectura sugerente de un mito bíblico
Teatro filmado
A SUS 71 años, el director español
Carlos Saura sigue enfrentando a seguidores y detractores. Entre los últimos
figuran quienes aún lamentan el abandono, desde los años
80, de un cine de ficción melancólico (Cría cuervos,
La prima Angélica) y también desenfadado (El jardín
de las delicias, Mamá cumple cien años), en beneficio
de una serie de frescos fílmicos que musicalizan episodios históricos
o mitologías populares, ensayando repetidamente el teatro filmado,
la combinación de ballet clásico y flamenco, y que a menudo
aparecen como piezas rutinarias del folclor local; en breve, ''españoladas"
de exportación (Bodas de sangre, El amor brujo, Sevillanas,
Goya en Burdeos).
LOS
INCONDICIONALES de Saura esgrimen invariablemente su calidad de autor,
el barniz artístico de sus producciones recientes, y están
prontos a olvidar fracasos tan estrepitosos como Antonieta, filmada
en México en 1983, o el monumental desacierto de la obra kitsch
que precedió a Salomé, y que se pudo ver en el Festival
de Toronto, de 2001, Buñuel y la mesa del rey Salomón.
Saura es un ci-neasta prolífico y audaz, cualidades que lo pueden
orillar a los peores excesos.
EN CONTRASTE, SALOME
es una cinta bien construida, de sobriedad plástica, que ofrece
una lectura muy sugerente del mito bíblico de Salomé, la
hijastra de Herodes que finalmente acepta bailar para él a cambio
de la cabeza de Juan Bautista, el predicador que desdeña sus amores.
Saura admite haber elegido, entre todas las versiones del mito, la que
propone Oscar Wilde para la ópera de Richard Strauss: el retrato
de una mujer que por despecho amoroso es capaz de todos los horrores.
OTRAS VERSIONES fílmicas incluyen la de
Charles Bryant, en 1922, con Alla Nazimova; la de William Dieterle, de
1952, con Rita Hayworth; la versión barroca del alemán Werner
Schroeder, en 1971, y un despropósito casi pornográfico llamado
La última danza de Salomé, del inglés Ken Russell,
de 1987.
CARLOS SAURA DIVIDE su película en dos secciones
claramente diferenciadas: la primera, en tono de reportaje, filmada en
video; la segunda, concentrada en la coreografía del espectáculo
Salomé, que entremezcla flamenco y danza clásica española,
con una música adicional de resonancias orientales. La idea de este
video-danza es de la prima ballerina Aída Gómez, quien
se vio obligada a abandonar la dirección del Ballet Nacional de
España, justamente por la heterodoxia de ésta y otras propuestas.
SAURA CONCENTRA en un largo prólogo (en
rigor, una primera parte) los preparativos del ballet, las discusiones
con bailarines y técnicos de iluminación, los ensayos dancísticos,
las interpretaciones del mito y la referencia a pintores e ilustradores
que han utilizado la figura de Salomé: los franceses Gustave Moreau
y Odile Redon o el británico Audrey Beardsley. Sin un interés
muy preciso en el trabajo tras bambalinas y en la discusión del
tema, esta primera parte del filme puede resultar sumamente farragosa.
En la parte final, la escenificación propiamente dicha, se aprecian
en cambio las soluciones escénicas y coreográficas que proponen
Saura y la propia Aída Gómez, los fotógrafos Teo Delgado
y López Linares, con su iluminación en contrastes de sombras
y colores cálidos, y la música de Roque Baños.
TEATRO FILMADO, recuento de anécdotas laborales,
ensayos de interés primordial para iniciados, y una danza final,
efectiva en su brevedad y dramatismo. El conjunto es de un interés
desigual: puede seducir a los amantes de la danza, dejando tal vez indiferente
al resto del público.
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