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México D.F. Lunes 17 de noviembre de 2003

Carlos Fazio

Auschwitz hoy

En Elogio de la desobediencia, Rony Brauman y Eyal Sivan, guionistas del filme Un especialista: el juicio de Eichmann en Jerusalén (Francia, 1999), describen al ex teniente coronel de la Orden Negra (SS) nazi como "un burócrata criminal [...], meticuloso a ultranza [...], organizador metódico, sacrificado, que se consagró por completo a su trabajo con interés ilimitado y lealtad a toda prueba". De 1938 a 1945, desde su alto cargo "administrativo", Eichmann "organizó el acopio, depuración, evacuación y luego transferencia" hacia diferentes campos de concentración y exterminio del "material biológico" que le había sido confiado (judíos, polacos, eslovenos y gitanos), como engranaje de una cadena de producción de una industria de muerte masiva. Es decir, fue una suerte de jefe de logística de la "solución final" del problema judío y otras minorías consideradas "insectos", "ratas" o "piojos" por el régimen del Tercer Reich.

El 11 de mayo de 1960, tres lustros después de la liberación de Auschwitz -símbolo de la Alemania hitleriana-, Otto Adolf Eichmann fue secuestrado en Buenos Aires por un comando israelí. Trasladado a Israel, fue juzgado en abril de 1961 y condenado por crímenes de guerra y genocidio. Ante el tribunal, Eichmann se declaró inocente. Asumió la posición de un especialista que "no pensaba" y sólo recibía órdenes. Se presentó como simple "rueda de transmisión", "instrumento de fuerzas superiores" que nada podía hacer ni decir "contra las directivas dictadas desde arriba"; "burócrata infatigable, respetuoso ante todo de la ley y de la jerarquía", que se limitó a actuar con "responsabilidad" y a aplicar de manera sumisa "soluciones técnicas" a los requerimientos de sus superiores en la cadena de mando. Dijo que no tenía ningún cargo de conciencia, porque "cumplí mi deber, según las órdenes"; sólo que la empresa en la que simplemente obedecía debidamente Eichmann se dedicaba al asesinato en serie de seres humanos.

Primo Levi, sobreviviente de Auschwitz, ha descrito los lager nazis como parte de un sistema concentracionario cuya finalidad principal era "destruir la capacidad de resistencia de los adversarios [...], un adversario que debía ser abatido pronto, antes de que se convirtiese en ejemplo o en germen de resistencia organizada". En ese sentido, "los SS tenían las ideas muy claras y bajo ese aspecto hay que interpretar todo el ritual siniestro [...] que acompañaba el ingreso: las patadas y los puñetazos [...], la orgía de las órdenes gritadas con cólera [...], el desnudamiento total, el afeitado de las cabezas, las vestiduras andrajosas". Había una maquinaria de exterminio en la que hombres comunes, buenos padres, esposos e hijos, con diligencia y meticulosidad administraban la tortura y la muerte. Aunque no exista un solo documento donde conste de manera explícita la orden de torturar y matar. Pero, afirma Levi, "había una dirección centralizada".

Por su magnitud y calidad, el sistema de concentración nazi -con su combinación lúcida de ingenio tecnológico, fanatismo y crueldad para el exterminio masivo de vidas humanas- continúa siendo un unicum. Después conocimos el horror de Hiroshima y Nagasaki. Los Gulag soviéticos. El terrorismo de Estado de los franceses en Argelia. Camboya. Las atrocidades de Estados Unidos en Vietnam. Hubo otros lager y aprendices de nazis en Argentina, Chile, Bolivia y Uruguay. Y asistimos hoy a la "solución final" del problema palestino por el ejército de ocupación de Sharon y al genocidio de iraquíes, víctimas de las operaciones quirúrgicas de liberación de Bush y sus halcones -con su culto "abstracto" a la violencia y la aplicación de la técnica militar "neutra" del Pentágono-, con el aval retardado de la ONU.

México tuvo su "guerra preventiva" en Tlatelolco y la represión de los setenta; sus lager míticos como el Campo Militar número uno. También tiene sus pequeños Eichmann de la guerra sucia; dadores de vida y muerte como Acosta Chaparro, Quirós Hermosillo, Gutiérrez Oropeza, Cervantes Aguirre, Nazar Haro, De la Barrera y un largo etcétera, que en su lucha contra el "enemigo interno" y el "elemento subversivo" (léase no persona, símil de "rata" en la terminología nazi) torturaron, ejecutaron, desaparecieron y arrojaron prisioneros en vuelos de la muerte sobre el océano Pacífico para "salvar a la patria" del "comunismo".

Como Eichmann, ellos tampoco pensaban. Eran engranajes del Ejército o de la Dirección Federal de Seguridad. Aplicaron soluciones técnicas. Torturaron y mataron administrativamente. Alguien tenía que hacer el trabajo sucio. Pero no son culpables; también son "inocentes". Se fabricaron realidades cómodas: "Era el sistema", personificado en Díaz Ordaz y después en Echeverría y López Portillo. Igual que en la Argentina de Videla, donde la junta militar centralizó y controló el genocidio para mantenerlo en la clandestinidad. O elaboran un pasado sutil: fueron educados en la obediencia absoluta, en la jerarquía, en el nacionalismo. La única verdad era la palabra del jefe; su führer. Aquí tampoco existen documentos ni órdenes escritas y "no hay cuerpo del delito". Por eso, aducen, no son "responsables" y no pueden ser castigados. Hacen una falsificación orwelliana de la realidad; siguen su guerra sucia contra la memoria. Hannah Arendt consignó que, según el ordenamiento jurídico nazi, Eichmann no cometió ningún delito; fue condenado por "actos de Estado". En México, si existe justicia, deberá ser igual.

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