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México D.F. Viernes 7 de noviembre de 2003
INSOLENCIA Y DEBILIDAD
Aunque
lo zafio y lo grosero de su estilo parecieran indicar otra cosa, el gobernador
texano Richard Perry es un político, y no ignora, en consecuencia,
el peso de las palabras y la forma de mandar mensajes en actos e incidentes
de protocolo aparentemente simples. Es claro, por ello, que las patanerías
de quien ayer fungiera como anfitrión del presidente Vicente Fox
tenían el propósito de comunicar la hostilidad del Ejecutivo
de Texas al pueblo de México y a su mandatario.
Lo más repugnante en la actitud del gobernador
republicano fue, sin duda, su profesión de fe en favor de la pena
de muerte y su ofensiva sugerencia de que los mexicanos viajan a Texas
"a matar policías y niños". Regodeándose en la violación
del derecho humano fundamental e insultando gratuitamente a nuestros connacionales,
Perry respondió con una bofetada verbal a las demandas del gobierno
de México de revisar los casos de sus ciudadanos condenados a muerte
por tribunales texanos que, con una frecuencia espeluznante, actúan
movidos por criterios racistas y clasistas, por actitudes xenófobas
y por un total desinterés hacia la suerte de los acusados.
Ese episodio declarativo no fue el único agravio
sufrido por la delegación mexicana en su visita a Texas. Antes de
eso, Perry se solazó con la presencia de un puñado de racistas
que acudieron a expresar sus fobias antimexicanas y que no tuvieron problemas
para acercarse al mandatario mexicano a pesar del férreo dispositivo
de seguridad que sirvió, en cambio, para agredir y repeler a los
reporteros de nuestro país que acompañaban al Presidente.
En el mundo, por desgracia, hay mucha gente como Richard
Perry y no hay nada que hacer ante el hecho triste de que esa clase de
individuos alcanzan, con una frecuencia descorazonadora, importantes posiciones
de poder, como la gubernatura de Texas. Es inadmisible, en cambio, que
sujetos de esa calaña, desde cargos oficiales, insulten a México
por conducto de sus más altos representantes.
Es obligado decir, en esta lógica, que, ante la
insolencia de Perry, Fox no reaccionó como se lo demandan su responsabilidad
y su investidura. Ante el trato brutal y guaruresco de los agentes
de seguridad estadunidenses para con los informadores mexicanos, el mandatario
debió suspender de inmediato sus actividades en Austin, pero no
lo hizo. En la conferencia de prensa conjunta que ofrecieron él
y Perry, Fox tuvo una segunda oportunidad para enfrentar con dignidad la
insolencia y la patanería de los anfitriones, pero optó,
equivocadamente, por guardar silencio, mantenerse en su sitio y concluir,
conforme a lo programado, sus actividades.
A partir de lo ocurrido, los mexicanos podemos darnos
por enterados del nivel de odio y de la voluntad de agresión que
el gobernador texano alberga para con nuestro país y nuestra gente,
y no hay razones para llamarse a engaño o confusión. Resulta
por demás desconcertante y desalentador, en cambio, pensar que si
el titular del Ejecutivo federal no fue capaz -por inexperiencia, por pusilanimidad,
por error de cálculo o por cualquier otro motivo- de defender, en
esa lamentable circunstancia, la dignidad nacional y la de su propio cargo,
no hay mucho que esperar de él en caso de agravios más graves
y lesivos que las patanerías del gobernador texano. Si Fox es político
-como lo es, a pesar de todo, el grosero anfitrión que le tocó
en Austin-, tendría que darse cuenta que ha comunicado, por omisión
y pasividad, un peligroso mensaje de debilidad, que debe ser corregido
cuanto antes.
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