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México D.F. Miércoles 17 de septiembre de 2003
ISRAEL Y EU, TERRORISTAS
El
pasado fin de semana el gobierno israelí anunció su decisión
de "remover" al acosado presidente palestino, Yasser Arafat, sin precisar
si tal "remoción" significaba expulsarlo de Cisjordania o matarlo.
El viceprimer ministro de Tel Aviv, Ehud Olmert, aportó la precisión
que hacía falta y afirmó que el régimen que encabeza
Ariel Sharon considera el asesinato de Arafat "una opción". Fieles
a su tradicional ambigüedad declarativa, y ante la ola de indignación
mundial que provocaron semejantes declaraciones, los gobernantes israelíes,
por boca del canciller Silvan Shalom, se desdijeron parcialmente de la
amenaza de homicidio y aseguraron que su deportación no sería,
en todo caso, "una acción inmediata". Dos días más
tarde -ayer-, el embajador de Tel Aviv ante la ONU, Dan Gillerman, afirmó
que "la retirada" del líder palestino se traduciría en el
rápido fin del conflicto en Medio Oriente.
Ante la manifiesta amenaza contra la integridad física
de Arafat, la representación siria ante Naciones Unidas presentó
en el Consejo de Seguridad del organismo un proyecto de resolución
que exigía a Israel, en su condición de potencia ocupante
de los territorios palestinos, "desistir de cualquier acto de deportación
y dejar de amenazar la seguridad del presidente electo de la Autoridad
Nacional Palestina". La propuesta recibió el respaldo de 11 de los
15 integrantes del Consejo de Seguridad, en tanto que Gran Bretaña,
Alemania y Bulgaria se abstuvieron. El gobierno de George W. Bush, representado
por John Dimitri Negroponte, vetó la resolución, alegando
que no contiene una condena explícita a las prácticas terroristas
de los grupos radicales palestinos.
El episodio permite formular claramente dos conclusiones.
La primera es que, pese a toda la verborrea empeñada por el actual
gobierno estadunidense contra el terrorismo, en los hechos la Casa Blanca
y el Departamento de Estado otorgan a sus aliados la cobertura diplomática
-y militar y económica- para que realicen las acciones terroristas
que juzguen convenientes, como sería, en este caso, el homicidio
de Arafat. De hecho, hace muchos años que Tel Aviv practica el asesinato
furtivo de líderes palestinos, tanto en los territorios ocupados
como en otros puntos del planeta. Las ejecuciones extrajudiciales, que
hasta hace poco solían ser efectuadas por los servicios secretos
israelíes, son ahora llevadas a cabo, sin ningún pudor, por
las fuerzas militares regulares de los ocupantes de Palestina. Esas y otras
acciones hacen de Israel un practicante regular del terrorismo de Estado
y sitúan a Estados Unidos, su protector incondicional, en el bando
de los terroristas.
Otra conclusión inevitable es la urgente necesidad
de democratizar el Consejo de Seguridad de la ONU y abolir en él
el injusto, aberrante y peligroso derecho de veto del que gozan sus cinco
miembros permanentes. Ese derecho, que refleja la correlación planetaria
de fuerzas militares inmediatamente posterior al fin de la Segunda Guerra
Mundial, impide con frecuencia, como ocurrió ayer, que el Consejo
de Seguridad defienda de manera efectiva la paz, la legalidad internacional,
los derechos humanos y el más primario sentido de la ética.
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