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México D.F. Miércoles 17 de septiembre de 2003
Cartas de la cárcel (1926-1937)
Antonio Gramsci
El 8 de noviembre de 1926, Antonio Gramsci fue detenido
por la policía fascista y acusado de ''conspiración contra
los poderes del Estado, incitación a la guerra civil y al odio de
clase, apología de actos criminales y propaganda subversiva". Durante
los 11 años de cautiverio y hasta su muerte, mantuvo una intensa
correspondencia, principalmente con miembros de su familia y en especial
con su cuñada Tatiana, quien lo asistió y acompañó
por carta hasta su muerte, ocurrida en 1937, cuando tenía 46 años.
La influencia del pensamiento de Gramsci sobrevivió precisamente
gracias a sus escritos epistolares, en obras como Cuadernos de la prisión.
Los críticos afirman que es el pensador marxista que mejor ha atravesado
el paso de los años: la caída del muro y la globalización.
Como una primicia para los lectores de La Jornada y con la autorización
de Ediciones Era, presentamos algunos de los textos que se incluyen en
una nueva edición de Cartas de la cárcel, libro con
el que empezó realmente la historia editorial del gran legado gramsciano.
El volumen, traducido por Cristina Ortega Kanoussi, comienza a circular
este miércoles en librerías mexicanas
Queridísima Tania,
recibí tu carta del 28 de julio, así como
la de Giulia. No había recibido ninguna carta después del
11 de julio y estaba muy triste, tanto que hice una cosa que te va a parecer
una locura: no te la quiero decir, pero te la voy a decir cuando vengas
a verme. Me apena que te sientas moralmente cansada. Y me apena más
aún porque estoy convencido de haber contribuido a que te deprimas.
Querida Tania, siempre temo que te encuentres en peor estado de cuanto
me escribes y que puedas tener algún problema. Por mi culpa. Este
es un estado de ánimo que nadie puede destruir. Está arraigado
en mí. Sabes que en el pasado llevaba una vida de oso en su cueva
precisamente debido a ese estado de ánimo; porque no quería
que nadie estuviera ligado a mis travesías. Traté de hacerme
olvidar hasta por mi familia, escribiendo a casa lo menos posible. ¡Basta!
Quisiera hacer algo para que por lo menos sonrías. Te voy a contar
la historia de mis gorrioncitos. Debes saber que tengo un gorrioncito y
que tuve otro que se murió, creo envenenado por un insecto (quizá
un ciempiés). El primer gorrión era mucho más simpático
que el de ahora. Era orgulloso y muy vivaz. El que tengo ahora es muy modesto,
de un ánimo servil y sin iniciativa. El primero se adueñó
inmediatamente de la celda. Creo que tenía un espíritu eminentemente
goethiano, como leí en una biografía a propósito del
hombre biografiado, Uber allen Gipfeln! (Sobre toda la cima).
Conquistaba todas las cimas existentes de la celda, luego se detenía
algunos minutos a saborear su sublime paz. Subir a la tapa de una botellita
de tamarindo era su ansiedad perpetua: y por eso una vez se cayó
en un recipiente lleno de los residuos de la cafetera y fue allá
que casi se ahoga. Lo que me gustaba de ese gorrión es que no quería
ser tocado. Se rebelaba ferozmente con las alas desplegadas y me picaba
la mano con gran energía. Se había domesticado pero sin permitir
demasiadas confianzas. Lo curioso es que su relativa familiaridad no fue
gradual sino repentina. Se movía por la celda, pero siempre en dirección
opuesta a mí. Para atraerlo le ofrecía una mosca en una cajita
de cerillos; y no la agarraba hasta que yo no estuviese lejos. Una vez,
en la cajita en vez de una había cinco o seis moscas; antes de comérselas
bailó frenéticamente a su alrededor unos segundos; la danza
se repitió siempre, una vez por cada una de las muchas moscas. Una
mañana, regresando del paseo, me encontré al gorrión
muy cerca; no se separó más, en el sentido de que desde entonces
estaba siempre cerca, mirándome atentamente y viniendo a picarme
los zapatos de vez en cuando, para que le diera algo. Pero nunca se dejó
tomar en la mano sin rebelarse e intentar inmediatamente escapar. Murió
lentamente, o sea que tuvo un ataque repentino en la tarde mientras estaba
acurrucado bajo la mesita, chilló igual que un niño, pero
murió sólo el día siguiente; estaba paralizado del
lado derecho y se arrastraba penosamente para comer o beber, y luego, de
golpe se murió. El gorrión de ahora, por el contrario, es
de una domesticidad nauseabunda; quiere ser alimentado comas lo que comas,
viene al zapato y se mete en el dobladillo de mis pantalones: Si tuviese
las alas enteras volaría hasta la rodilla; se nota que lo quiere
hacer porque se alarga, tiembla y luego vuelve al zapato. Pienso que éste
también morirá porque tiene la costumbre de comerse las puntas
quemadas de los fósforos aparte de que come siempre pan mojado.
Esto debe causar problemas mortales a estos gorrioncitos.
¿Le
vas a escribir a Giulia por mí, verdad? Pensé en escribirle
directamente, qué te parece. Sería lo mismo, pero ¿cómo
hago para escribirte a ti y a Giulia cada semana por separado? Comprometería
toda la correspondencia, además quiero escribirte a ti cada semana.
Querida Tania, te quiero mucho y te abrazo.
Antonio
6 de marzo de 1933
Queridísima Tania,
aún tengo vivo el recuerdo (lo cual no siempre
me sucede en estos últimos tiempos) de una comparación que
te hice durante tu visita del domingo para explicarte lo que me pasa. Quiero
retomarla para sacar conclusiones prácticas que me interesan. Te
dije más o menos: imagina un naufragio y cierto número de
personas que se refugia en una lancha para salvarse y sin saber dónde,
cuándo, ni después de cuántas peripecias, efectivamente
se salvarán. Naturalmente antes del naufragio ninguno de los futuros
náufragos pensó que se convertiría en... náufrago
y mucho menos pensó que se vería llevado a cometer actos
que precisamente los náufragos, en ciertas condiciones, pueden cometer,
por ejemplo el hecho de volverse... antropófagos. Cada uno de ellos,
de ser fríamente interrogado qué habría hecho ante
la alternativa de morir o volverse caníbal, habría respondido
con la máxima buena fe, que dada la alternativa obviamente habría
elegido morir. Se da el naufragio, el refugio en la lancha, etcétera.
Pasados unos días y una vez acabados los víveres, se presenta
la idea del canibalismo bajo una luz diferente, hasta que en cierto punto,
un cierto número de aquellas personas deviene de veras caníbal.
¿Pero se trata realmente de las mismas personas? Entre los dos momentos,
aquel cuando la alternativa se presentaba como pura hipótesis teórica
y aquel durante el cual la alternativa se presenta con toda la fuerza de
la inmediata necesidad, se llevó a cabo un proceso de transformación
''molecular" y rápida a la vez, en el cual las personas de antes
ya no son las personas de después, y no se puede decir que se trata
de las mismas personas, más que desde el punto de vista del estado
civil y de la ley (puntos de vista respetables que tienen su importancia).
Pues bien, como te dije, un cambio similar está sucediendo en mí
(canibalismo aparte). Lo más grave es que en estos casos la personalidad
se desdobla: una parte observa el proceso, la otra lo sufre; pero la parte
observadora (en tanto esta parte existe, significa que todavía hay
un autocontrol y la posibilidad de recuperarse) siente lo precario de la
propia posición, es decir, prevé que llegará un punto
cuando su función desaparecerá, o sea no habrá más
autocontrol, toda la personalidad será tragada por un ''individuo"
nuevo, con impulsos, iniciativas y modos de pensar diversos de aquéllos
precedentes. Pues bien, yo me encuentro en esta situación. No sé
qué quedará de mí al final del proceso de mutación
que siento en vías de desarrollo. La conclusión práctica
es ésta: es necesario que por un tiempo yo no escriba a nadie, ni
siquiera a ti, a no ser las puras y crudas noticias sobre los hechos de
la existencia. Este tiempo se puede fijar grosso modo en el periodo
necesario para que se realice el trámite del abogado, del cual hemos
hablado tanto. Si el trámite se desarrolla favorablemente, qué
mejor; dentro de ciertos límites habrá que olvidar un pasado
(dado que ciertas cosas se pueden olvidar porque no dejan huellas permanentes).
Si el trámite resulta desfavorable se verá qué se
debe hacer. Mientras tanto, ni una palabra que de alguna manera trastorne
o complique el difícil transcurso de las horas. -Recibí una
carta de Grazietta; no tengo ganas de responderle. Escríbele tú,
por favor, describiéndole como mejor te parezca tu viaje a Turi.
-Todavía hay algunas cosas que quiero decirte a propósito
de la mención que hiciste a mi anterior carta el domingo pasado.
De ninguna manera debes creer que yo haya pensado (ni por equivocación)
hacerle cualquier reproche a Iulca. En mi actitud hacia Iulca nunca hubo
nada que no fuese ternura y esta ternura tal vez haya aumentado en estos
últimos tiempos, y seguramente no ha disminuido (y digo tal vez
porque no sé si ésta pueda aumentar). Me disgusta que se
plantee y discuta la cuestión. También malinterpretaste otra
cosa de una de mis cartas (creo que es la que de Roma te renviaron a Turi):
nunca pensé que tú podrías haber querido engañarme
y de hecho usé la palabra ''embarazoso", que en italiano no sólo
no está ligada a la mentira sino ni siquiera a la reticencia. En
verdad pensé que tú, después de haberme anunciado
una carta de Iulca, habías tratado de hacerme olvidar la mención,
porque en la carta había noticias que en ese momento podían
disgustarme fuertemente. Esto es todo. También por estas razones
prefiero no escribir por un tiempo más que noticias banales, sin
comentarios, evaluaciones y demás. Después veremos. Quizá
sea bueno que te diga lo que pensé: si el abogado, después
de que hayas hablado con él, considera oportuno que el médico,
según el permiso obtenido del Ministerio, yo doy mi consentimiento
de manera preventiva; o sea, dejo que la cuestión sea resuelta por
el abogado, siguiendo el criterio de mayor utilidad que él quiera
aplicar. Queridísima Tania, te abrazo tiernamente.
PS. Me dijiste durante tu visita del domingo que apenas
estos días te comunicaron oficialmente en casa que el Ministerio
había concedido la visita de un médico de confianza. Si el
abogado lo considera útil y se toma la decisión, permíteme
darte algunos consejos: 1) Tener el permiso para el médico por escrito,
de manera que no surjan dificultades burocráticas en el último
momento; 2) Si se acostumbra y es habitual, de ser posible se especifique
en este permiso que el médico puede interrogarme y yo puedo responder
(y hablar con él) de todas las cuestiones del caso que creamos necesarias.
En otras palabras, el médico no sólo debe venir por una consulta
personal para indicarme un método de cura personal, sino que tenga
oficialmente la posibilidad de hacer informes a las autoridades superiores
sobre cómo van las cosas que influyen o pueden influir en las condiciones
de salud de los encarcelados. Este punto me parece fundamental. Comprenderás
que tomar una medicina y hacer un tratamiento cuando subsisten las condiciones
que causan la enfermedad es una burla, significa gastar dinero inútilmente.
Mi malestar depende precisamente de esto, y de esto depende la ineficacia
de los medicamentos. Quizá ''formalmente" sea demasiado tarde para
cambiar las cosas o para obtener que el cambio de las cosas determine una
diferencia en mi estado de salud. Como quiera que sea, sólo este
punto hace la posible visita de un médico comprensible y racional.
Por eso, al decidirme por una iniciativa, no puedo separar la decisión
de la condición que hace a la iniciativa racional y útil.
Afectuosamente.
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