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México D.F. Miércoles 17 de septiembre de 2003
Arnoldo Kraus
Geografía y rostros
En el siglo pasado el mapa europeo cambió. Nuevos países sepultaron viejas historias, nuevas naciones enterraron décadas de fervores patrios y nuevos sentimientos nacionalistas dieron paso a no pocas matanzas. La Europa oriental que vivía al lado del muro de Berlín se modificó aceleradamente: naciones viejas clonaron -como en los laboratorios de biología o en las mejores fantasías orwellianas- nuevas patrias. De una nación surgieron dos, tres o incluso más. Con ellas emergieron -o se desenterraron- odios que no acaban y que son noticia periodística cada vez que "un nuevo" nacionalismo vindica su presencia matando a "los otros".
La geografía europea se modificó no sólo de facto: el nuevo mapa también, por supuesto, cambió la vida y las historias de sus habitantes. Para bien y para mal. Algunos mejoraron, otros empeoraron. Algunos respiran los vientos de la libertad y otros abandonaron sus casas por amenazas, por guerras, porque la tierra dejó de pertenecerles o porque el futuro era peor que el pasado. Una Europa con dos caras: la de Naciones Unidas y la que alberga incontables inmigrantes europeos o de otros continentes en las mismas tierras del viejo continente. Muchos de ellos africanos o latinoamericanos.
En España, por ejemplo, el número de "ilegales", "indocumentados", "trabajadores migratorios", prostitutas ecuatorianas o colombianas, "sin papeles" o, simplemente, latinoamericanos pobres y muy pobres, es muy alto. España es un buen sitio para los latinoamericanos de América del Sur que requieren mejorar sus condiciones de vida, pues el idioma facilita su ingreso y posibilita el trabajo; huelga decir que los euros les permiten sostenerse y enviar dinero a sus países de origen para coadyuvar con el mantenimiento de la familia que muchas veces ayuda sólo para sobrevivir, pero no para vivir (los centroamericanos y mexicanos viajan a Estados Unidos, pues ha sido el polo "natural" para absorberlos).
Las historias de quienes emigran a España para sobrevivir son idénticas. Colombianos, argentinos o peruanos comparten el mismo, implacable y triste destino latinoamericano. La mayoría explica que en Europa no están contentos, que están resignados, que las condiciones socioeconómicas en las que vivían en su país de origen eran indignas, y que el último recurso para mantener a la familia era abandonar el país en busca de trabajo. Aunque bajo banderas distintas cuentan historias idénticas: opresión, sufrimiento, falta de trabajo, humillación y violencia son la constante para más de la mitad de la población que habita al sur del río Bravo.
La emigración forzada es una de las peores experiencias que tiene que afrontar el ser humano y una de las características del siglo xx y del actual. Es una suerte de enfermedad en la que la humillación es doble: abandonar la tierra natal y ser ajeno en la "nueva tierra" duele por igual. Agrego que no es infrecuente que sean víctimas de patologías relacionadas con sus nuevos trabajos o, secundarias, con sus condiciones de vida. Por ejemplo, se contagian de enfermedades como el síndrome de inmunodeficiencia adquirida, ya sea por "cambios de costumbres" o por oficio, mientras que otros se inician en el consumo de drogas. Además, a su regreso contagian el sida en sus comunidades, pues muchas veces ignoran que lo padecen.
Montaigne, el fundador del humanismo moderno, pensaba que la condición humana es un jardín imperfecto. Un jardín imperfecto donde sus jardineros cosechan más fracasos que victorias y donde el fenómeno del exilio obligado -por cuestiones políticas, religiosas, económicas- es una de las muestras más contundentes y dolorosas de esos tropiezos. El fenómeno del exilio es un brazo de esa imperfección y de la cruda realidad en la que viven incontables seres humanos.
El exilio forzado es síntoma de la podredumbre del país natal. Paradójicamente es también una de la esperanzas de los gobiernos que expulsan a sus connacionales, pues éstos, como en el caso de México, se convierten en una de las primeras fuentes de ingreso para el país. ƑQué harían, por ejemplo, innumerables familias mexicanas si tuviesen que vivir de los discursos presidenciales en lugar de los dólares que envían los trabajadores migratorios?
El exilio, ya sea por guerras o por motivos socioeconómicos, es una de las constantes de nuestro tiempo, cuyo fin seguramente nunca llegará. El exilio, y lo que resulta de él -seres humanos que trabajan en condiciones infrahumanas-, son un retrato de la sumisión y la degradación en la que viven incontables personas, cuya realidad continuará modificando el rostro de los mapas y la geografía humana. El dolor del exilio, renacer sin haber muerto, refleja inmensos fracasos tanto a nivel nacional como mundial, donde la casa demuestra su incapacidad para albergar, y los dueños del orbe, su falta de interés y desprecio por las naciones pobres.
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