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México D.F. Lunes 25 de agosto de 2003
BLAIR, EL INMORAL
De
acuerdo con documentos revelados ayer por el juez Brian Hutton, quien investiga
la muerte del científico británico David Kelly, en el marco
del escándalo por las mentiras y la falsificación de pruebas
sobre las inexistentes armas químicas que se decía que poseía
el derrocado régimen de Saddam Hussein, fue el propio primer ministro
inglés, Tony Blair, quien autorizó la filtración del
nombre del fallecido experto en armas, que desembocó en el suicidio
de Kelly el mes pasado.
Es oportuno recordar que Kelly, como integrante del equipo
de inspección de armas de la ONU en Irak, y en su calidad de asesor
del Ministerio de Defensa Británico, percibió claramente
que el argumento principal de los gobiernos de Washington y Londres para
agredir militarmente a Irak, la supuesta posesión de peligrosas
armas que podrían ser dirigidas "en 45 minutos" contra esas potencias,
era un invento sin bases. El científico creyó honestamente
que la inspección echaría por tierra el infundio y que George
W. Bush y el propio Blair tendrían que desistir, en consecuencia,
de su empeño bélico. Pero ambos gobernantes mantuvieron sus
mentiras y arrasaron y ocuparon el país árabe. Probablemente
atenazado por el remordimiento, Kelly comunicó en forma confidencial
a periodistas de la BBC de Londres su convicción de que el gobierno
había mentido.
En venganza, Blair y su equipo hicieron pública
la identidad de Kelly, quien fue sometido a una dura presión por
el Parlamento y por sus superiores del Ministerio de Defensa. El 18 de
julio la policía encontró el cadáver del científico
en un bosque cercano a su domicilio. Kelly se había cortado las
venas. Apenas dos días antes, el 16 de julio, Blair exigía
a la BBC que hiciera público el nombre de su informante, cuando
él mismo había ya ordenado la filtración del dato.
De esta forma se evidencia que el primer ministro inglés
y los suyos no sólo distorsionaron a conciencia la realidad sobre
el arsenal de Saddam Hussein, a fin de presentarlo como una "amenaza",
sino que se empeñaron en proteger esa versión aun después
de finalizada la invasión a Irak; luego, cuando Kelly descalificó
los infundios gubernamentales, se encarnizaron contra el científico,
procuraron su destrucción moral y pretendieron amordazar, de paso,
a la BBC, atentando de esa forma contra la libertad de expresión,
el derecho a la información y el principio de transparencia. Tras
el suicidio de Kelly, los gobernantes ingleses han negado reiteradamente
su responsabilidad en el trágico episodio. Blair y los suyos, en
suma, han engañado a la opinión pública de su país
y del mundo desde hace muchos meses.
La inmoralidad y la falta de escrúpulos de las
autoridades de Londres se ha traducido, en lo inmediato, en la caída
en picada de la credibilidad del propio Blair; 67 por ciento de los británicos
se siente engañado por su gobierno y 58 por ciento ha optado por
no creerle al primer ministro.
La mentira sistemática es, con todo, el menos grave
de los crímenes en los que están involucrados los integrantes
del gabinete inglés. Lo verdaderamente escandaloso es su participación
en el quebrantamiento de la legalidad internacional, en el asesinato de
miles de iraquíes, en la destrucción material incuantificable
sufrida por la nación árabe debido a las tropas invasoras
-estadunidenses y británicas- y en el saqueo, que apenas comienza,
de los recursos naturales de Irak. Si la vigencia de la legalidad en Gran
Bretaña fuera algo más que una frase bonita, Blair y sus
colaboradores deberían ser investigados por todos esos delitos,
no sólo por el acoso criminal contra David Kelly.
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