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México D.F. Lunes 25 de agosto de 2003
ƑDe qué vive un compositor?
Mario Lavista /II y última
Vuelvo a los compositores para hablar un poco de una de nuestras mayores vergüenzas nacionales. Me refiero a la ineficaz Sociedad de Autores y Compositores de México (SACM), liderada desde hace ya 20 años por Roberto Cantoral y familia que le acompaña, incluyendo a sus dos hijos; uno de ellos se encarga de las cobranzas y el otro de los pagos. El círculo se cierra y el negocio es redondo. Con esta sociedad pasa lo que con los sindicatos: los agremiados son pobres, pero sus líderes riquísimos. Para muestra bastan dos botones: el sindicato de los petroleros -Ƒquién no recuerda las memorables francachelas de sus líderes en Las Vegas hace algunos años, o los mil 500 millones de pesos que hace poco le endosaron al PRI?- y el sindicato de maestros, del cual formo parte como profesor del Conservatorio Nacional de Música. Nosotros tenemos, además de líderes reales, líderes morales increíblemente ricos, mientras que sus agremiados tenemos, por fuerza, dado los salarios tan bajos, que dar clases en varias escuelas. Estoy cierto de que la permanencia de "nuestro líder'' y su familia al frente de la SACM es posible debido a una cadena de complicidades, corrupciones y, naturalmente, impunidades. Hay una Dirección General del Derecho de Autor que depende de la Secretaría de Educación Pública, y hasta donde sé, hay una especie de comisión en el Congreso de la Unión que atiende las cuestiones de los derechos de autor. Está, además, la Secretaría de Hacienda. Estas instancias administrativas tienen que ver con la SACM, con su funcionamiento, su contabilidad, su administración, con los sueldos que se asignan a ellos mismos los líderes y sus asociados. ƑNo les parece altamente sospechoso a las autoridades responsables que líderes como estos se conviertan en hombres riquísimos sólo por cuidar los intereses de los compositores? Pero no hay que engañarse. Bien sabemos que las fortunas de nuestros líderes se han formado bajo la protección de la ley y de los estatutos mismos de estas corporativas; son ellos, los líderes, los que han redactado los estatutos. Así que todo se hace bajo el manto protector de la ley y, por lo tanto, no hay delito que perseguir.
La única solución para nosotros, los compositores, si es que puede llamarse solución, es afiliarnos a sociedades autorales extranjeras. Por fortuna, no son pocos los compositores mexicanos que pertenecemos ya a sociedades autorales de Inglaterra, Estados Unidos, España y Francia.
Debo hacer notar, por último, que tal parece que en el mundo de la música clásica, en su estructura misma, el compositor es el menos favorecido. Pensemos en un concierto sinfónico cualquiera en el que se toca una obra de un compositor vivo: todos ganan menos el compositor. La orquesta recibe un sueldo, los que recogen los boletos a la entrada del teatro y las acomodadoras también, los periódicos que anuncian el concierto venden su espacio, el copista que dibujó la partitura y las partichelas de la obra del compositor también cobra por su trabajo, el director de orquesta ni se diga, y si hay solista pues ni hablar, y si el solista es extranjero ganan la agencia de viajes y la compañía de aviones que lo trajo. El compositor debería recibir una determinada cantidad por concepto de derechos de autor, pero este asunto ya sabemos que no funciona en México. Así que el compositor sólo recibirá esa noche, sí le va bien, aplausos.
Es un hecho que el compositor de música clásica contemporánea no puede vivir, en la sociedad de hoy, de la composición. Su, llamémoslo, ''producto'' no interesa al mundo del mercado, porque -repito- no está sujeto a las leyes de la oferta y la demanda. Pero esta situación, lejos de ser negativa, conlleva enormes ventajas para la música misma y para el ejercicio de la composición, ejercicio que tiene que ver con cuestiones que atañen al lenguaje, a la forma, es decir, a consideraciones eminentemente artísticas, no de mercado. No deseo defender con esto la idea o la imagen del compositor en su torre de marfil: nada más alejado. La música se compone para un par de oídos; ahí la obra adquiere su pleno sentido. Sin oyente la obra no existe, pues la verdad que encierra la música no puede ser dicha: sólo puede ser escuchada.
Permítanme, a manera de colofón, leer a ustedes unas líneas que escribió hace poco el extraordinario compositor húngaro Gyorgy Ligeti. ''Con respecto a mi situación y a la de mis colegas, soy consciente de que el compositor actual de música 'seria' vive en un diminuto nicho cultural, emparedado entre la expansión comercial de la electrónica del entretenimiento y los espejos brillantes de la actividad tradicional y prestigiosa de conciertos y ópera. 'Nosotros', es decir, los compositores de música 'seria', sólo tenemos un valor de pantalla para el mecenazgo actual: en realidad, no somos necesarios. Sin embargo, el nicho -diminuto y, en apariencia, carente de función social- se encuentra, por así decirlo, en la superficie de una burbuja de jabón: su tamaño es infinitamente pequeño, pero sus posibilidades de expansión espiritual son infinitamente grandes, mientras la burbuja resista.''
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