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México D.F. Domingo 24 de agosto de 2003

ƑDe qué vive un compositor?

Mario Lavista /I

Cuando Lucina Jiménez amablemente me invitó a participar en una mesa redonda sobre arte y economía acepté de inmediato, a pesar de que no soy, ni de lejos, un conocedor de los asuntos financieros relacionados con el arte. Salvo un efímero paso por la Dirección de Música de la UNAM, hace ya 30 años, nunca he manejado los dineros públicos -ni los privados tampoco- para difundir o promover las artes en sus diferentes manifestaciones. No conozco los secretos presupuestales, ni cómo se dividen en partidas para los diferentes rubros o programas que forman el proyecto de una determinada dependencia cultural. Sin embargo, acepté participar porque me interesaba, y me interesa, hablar, aunque sea brevemente, de cómo vive hoy, básicamente en México, un compositor de música clásica. De cómo vive o sobrevive en la sociedad contemporánea, en la que privan ciertos comportamientos, ciertos valores referidos casi exclusivamente al poder y al dinero, y en la que el arte musical de nuestro tiempo está cada vez más arrinconado por un mercado cuyos productos están sujetos a la oferta y la demanda. Y aquí, precisamente, comienzan los problemas financieros para la música clásica, y sobre todo para la música clásica contemporánea, aquella que tiene sus raíces, sus modelos, en los clásicos del siglo XX; me refiero a autores como Debussy, Stravinski, Schoenberg, Alban Berg, Anton Webern, Charles Ives, Bartok, Scriabin, Carlos Chávez y Silvestre Revueltas.

Consideremos, por ejemplo, a los medios de comunicación, en particular a la televisión. Casi podría asegurar que nunca he oído mencionar los nombres de estos compositores en los llamados medios masivos de comunicación. No recuerdo que algún noticiero de los canales comerciales haya informado de la muerte de Messiaen, o Toru Takemitsu, o John Cage, o Manuel Enríquez, o Luciano Berio; o haya comentado el estreno de alguna obra del húngaro Ligeti, del francés Henri Dutilleux o de la mexicana Gabriela Ortiz. Para estos medios, los músicos importantes y trascendentes son otros; es Yanni y su cabellera, es el pianista-filósofo Raúl di Blasio, es la cursi de Céline Dion y el no menos cursi de Andrea Bocelli, y son, naturalmente, los inefables tres tenores. Ellos y su repertorio son para los medios y sus millones de espectadores la música clásica de nuestros días; no importa una ópera de Luciano Berio, de Federico Ibarra o de Juan Trigos, sino lo que maquina, creo que perversamente, y lleva a cabo sin el menor pudor José Carreras -integrante de la mencionada triada- en un disco titulado Passion, en el que pone letra, en inglés naturalmente, al Concierto de Aranjuez y al movimiento lento de la Tercera sinfonía de Brahms, entre otras obras del repertorio tradicional.

En este contexto, a quién le importan los maravillosos Cantos de Capricornio, del notable compositor italiano Glacinto Scelsi, si tenemos los cantos de la inenarrable inglesa Charlote Church o la italiana Filippa Giordano o Sarah Brightman (Las Tres Conchitas de la música clásica ligera, según Alberto Cruzprieto). La llamada posmodernidad ha traído consigo un curioso fenómeno de orden estilístico: existe el convencimiento, sobre todo en el campo de la interpretación, de que los límites entre la música clásica y la popular, entre la música clásica y la comercial, ya no existen. Por ello, una buena cantante de música popular como, digamos, Tania Libertad, se lanza a grabar sin el menor empacho arias de ópera en un disco que titula ƑY por qué no? -que debería haberse llamado. ƑY por qué sí?-, en el que canta, muy mal por cierto, este género o tipo de música, y a pesar de todo, vende miles y miles de ejemplares, muchísimos más que, pongamos por caso, la espléndida soprano mexicana Lourdes Ambriz. O en sentido opuesto, el tenor mexicano Fernando de la Mora, siguiendo los pasos de Plácido Domingo, graba canciones rancheras y le hace la competencia a Jorge Negrete y a Javier Solís, éstos sí, grandes cantantes de música ranchera.

Para el mundo del espectáculo, en la era de la posmodernidad el concierto ideal, el más atractivo, es aquel en el que participan varios músicos, de preferencia cantantes, venidos de diferentes mundos musicales, y en el que alternan Granada, de Agustín Lara, con la Casta diva, de Bellini; La donna é mobile, de Verdi; una selección de las canciones de moda y, por último, un aria de La Bohéme, de Puccini, pero cantada entre todos, y de encore otra vez Granada, pero esta vez cantada también por todos y si, además, hacen cantar al público, pues tanto mejor.

En este mundo del espectáculo, Ƒqué papel desempeña el compositor de música clásica contemporánea? Ninguno, naturalmente, y si sabemos que el dinero está precisamente en este mundo clásico, cabría preguntarse, una vez más, Ƒcómo vive, de qué vive hoy un compositor de música clásica? Bueno, salvo contadísimas excepciones, un compositor no vive, no puede vivir de la composición, ya que -repito- su producto no está sujeto a las reglas o las leyes del mercado. Sucede lo mismo con los poetas: no viven de escribir poesía. ƑCuántos ejemplares vende un poeta como Alberto Blanco, o como María Baranda?... Pocos, muy pocos, poquísimos, por lo que el porcentaje que reciben por la venta de sus libros es insuficiente para vivir. Pero es peor el caso de un compositor en el mundo editorial, ya que sus partituras sólo las pueden leer los músicos, y por ello el tiraje es menor que el de un libro de poesía y las ganancias insignificantes.

Consideremos ahora la cuestión de los encargos que de vez en cuando nos hacen a los compositores las instituciones públicas y, a veces, las privadas. En México, a diferencia, digamos, de Estados Unidos, los encargos de obras las hace en 90 por ciento el Estado, las instituciones culturales del Estado. Pero aquí sucede que, por una parte, los encargos no son tan frecuentes como deberían serlo, y además la paga que recibimos los compositores por un encargo no es suficiente para vivir cada mes. ƑCuánto se paga en México por el encargo de una obra para orquesta? El año pasado, por ejemplo, la Orquesta Sinfónica Nacional hizo una serie de encargos a jóvenes compositores mexicanos para que cada uno escribiera una obra de orquesta, una fanfarria, y se les ofreció un pago de 5 mil pesos por un trabajo que se lleva un mínimo de tres meses. Esto es un abuso y una falta de respeto al compositor y a la música. Es claro que los encargos son mal pagados en nuestro país (sin llegar nunca a los "excesos" de la Sinfónica Nacional), por lo que el compositor debe seguir teniendo uno o varios trabajos ajenos a la composición misma.

Aquí debo señalar que en nuestro país la situación económica de los compositores mejoró sustancialmente a partir de la fundación del Sistema Nacional de Creadores y de los diferentes programas del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca). Después de casi 10 años, el resultado es muy positivo, por varias razones: por primera vez los compositores mexicanos de música clásica comenzaron a recibir una cantidad mensual para escribir; esto ha producido un amplio e importante repertorio de obras contemporáneas para todos los géneros vocales e instrumentales. Asimismo, los intérpretes han participado activamente en los programas del Fonca, y debido a ello, las obras compuestas se han estrenado y, lo que es aún mejor, se han grabado. Hoy tenemos una formidable colección de música mexicana grabada. La cantidad de discos grabados en los recientes años supera con creces los discos grabados previamente en toda la historia de la música mexicana.

Lamentablemente, esta situación ha estado cambiando lenta y sostenidamente desde la aparición del gobierno del cambio. Baste recordar las absurdas y complejísimas medidas fiscales de la Secretaría de Hacienda, la cual está haciendo todo lo posible para acabar con la industria editorial. Está también la virtual desaparición del área cultural de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Hay, además, y a pesar de la buena voluntad de las autoridades culturales, una constante reducción presupuestal que cada año resiente el mundo de la cultura. De seguir con estos recortes presupuestales, a finales de este sexenio prácticamente habrá desaparecido la mayoría de los programas del Fonca y el Sistema Nacional de Creadores.

Me parece que hay en todo esto un desprecio del gobierno del cambio por la inteligencia y el espíritu, por el mundo del arte y de la cultura. Tal parece que la ignorancia llegó para quedarse. Estamos asistiendo a la desaparición de la política cultural que distinguió siempre al Estado mexicano. Se tiene la impresión de que el gobierno del cambio no sabe qué hacer con la cultura; cree que debe servir para algo en términos económicos, le parece poca cosa que sólo sirva para darle sentido al hombre y al mundo.

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