México D.F. Sábado 23 de agosto de 2003
LA CRISIS DE LOS PARTIDOS
Los
tres principales partidos del país -PRI, PAN y PRD- atraviesan actualmente
por una grave crisis de representatividad, cohesión y efectividad,
una situación inquietante y peligrosa que pone en riesgo no sólo
la todavía inacabada y frágil transición democrática,
sino también el destino mediato de la nación, con todo lo
que ello implica.
Al duro revés que los ciudadanos les propinaron
con una abstención histórica en los comicios del pasado 6
de julio, estos institutos políticos deben añadir la erosión
originada por sus luchas por el poder y los privilegios que otorgan los
cargos de elección popular y los puestos en las administraciones
públicas y partidarias, su incapacidad para alcanzar acuerdos internos
y consensos de alcance general, y la debacle de su credibilidad por escándalos
de financiamiento ilegal, deudas desmesuradas o conflictos intestinos,
sólo por poner algunos ejemplos. Esto sin mencionar el raquitismo
que padecen todos ellos por la falta de un proyecto de nación viable
y de largo aliento, incluidas las formaciones menores PVEM, PT y Convergencia.
Tan sólo ayer, las acciones y declaraciones de
diversos legisladores y dirigentes políticos dieron clara muestra
de la desarticulación que agobia a sus respectivos partidos. En
el caso del PRI, senadores como Enrique Jackson, Dulce María Sauri
y Carlos Chaurand se deslindaron del discurso de su secretaria general
y próxima coordinadora en la Cámara de Diputados, Elba Esther
Gordillo, y rechazaron avalar cualquier acuerdo con el presidente Fox que
incluya privatización energética o aumento de impuestos,
un indicador de la especie de esquizofrenia que experimenta ese instituto
político.
En el PAN, por su parte, los desencuentros en torno a
la figura de Diego Fernández de Cevallos -con la mermada imagen
de Fox como telón de fondo- son más que evidentes: ejemplos
de ello son las declaraciones de varios senadores panistas en el sentido
de que debe evaluarse la pertinencia de que otro legislador, y no el Jefe,
presida el Senado de la República a partir del primero de septiembre.
Finalmente, la renuncia de Ramón Sosamontes a su
cargo en la dirección del PRD y su crítica a la empecinada
defensa de puestos y cuotas de poder emprendida por algunas corrientes
del sol azteca ponen bajo la luz el anquilosamiento y las dificultades
para su renovación que ese partido experimenta a causa de sus pugnas
domésticas.
En este panorama de desgaste y escándalo, de poco
valen los porcentajes de votos y el número de curules que cada uno
de los partidos agita como pruebas de su liderazgo y de su capacidad para
conducir los destinos del país. Para la ciudadanía, los institutos
políticos parecen mucho más un cúmulo de camarillas,
en constante disputa y alimentadas con recursos fiscales, que organizaciones
serias y profesionales dedicadas a servir a la nación y a sus electores.
La crisis de representatividad en la que están sumidos, más
allá de los datos formales, es patente.
A la fecha, los partidos no han sido capaces de responder
de manera suficiente y efectiva a los retos del país y a las exigencias
ciudadanas, y los mexicanos han tenido que pagar los costos de tales inconsistencias
y diferendos externos e internos. Con todo, estas organizaciones son parte
consustancial de la democracia y la calidad de ésta se funda en
buena medida en el dinamismo, credibilidad y coherencia de sus institutos
políticos.
Por ello, los partidos están obligados a colocarse
a la altura de las circunstancias y de las aspiraciones ciudadanas y a
emprender una pronta modernización que los haga compatibles con
las realidades y las necesidades nacionales. Sólo así podrán
honrar el importante papel que les corresponde y convertirse, de una vez
por todas, en verdaderos ejemplos de cambio democrático, transparencia
ante la sociedad y compromiso con el desarrollo de México.
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