Javier Aranda Luna
El derecho a la imaginación y a la memoria
Entre los derechos universales de la persona humana debería existir el derecho a la imaginación. También el derecho a la memoria. Durante una ''homilía" por la cultura que Alfonso Reyes ofreció en Buenos Aires, el 27 de octubre de 1937, el escritor consideró a la imaginación como la ''electricidad esencial del espíritu que todo lo enciende y vivifica" y, en una de sus cartas a Pedro Enríquez Ureña, vislumbró a la memoria como una constancia de vida e instrumento de poder. Tuvo razón en ambos casos. Un hombre sin imaginación es un golem, un guiñapo. Un pueblo sin memoria, la víctima de un tirano.
La imaginación y la memoria son los ingredientes básicos de los libros. Sueños y saberes encierran sus lomos. Por eso los dictadores hacen piras con ellos y los regímenes autoritarios los proscriben. Para los tiranos los lectores son elementos subversivos. Los libros, herramientas para la disolución. Conviene recordarlo, Ƒno fueron los papas los que por siglos proscribieron la lectura de la Biblia a sus fieles?
Podrá decirse que en México la quema de libros es cosa del pasado; la prohibición de la lectura, un mal recuerdo. Ojalá. ƑNo el secretario del Trabajo pretendió instituir recientemente un Index moderno? ƑNo algunos funcionarios de Hacienda han buscado desalentar la lectura aun contraviniendo los lineamientos de su jefe máximo? ƑNo se quemaron libros de texto en Monterrey hace algunos años?
El grado de democracia de un gobierno puede medirse con la libre circulación de los libros. A mayor autoritarismo menor flujo de volúmenes.
La fobia por los libros que padecen muchos hombres de poder radica, probablemente, en su diversidad. Y no me refiero sólo a la diversidad de contenidos, sino a la pluralidad de lecturas que provocan sus páginas: el libro capital del naturalista inglés Charles Darwin sobre el origen de las especies es, para algunos, un tratado de satanismo; para otros, los poemas místicos de San Juan de la Cruz, son literatura erótica, y algunos más sólo ven en las reflexiones filosóficas del marqués de Sade, materia pornográfica. Al resultar imposible controlar las distintas lecturas de un libro parece más fácil prohibirlo.
Los libros nos divierten, nos ayudan a vivir mejor, a fijar nuestro pasado y a reinterpretarlo, a vislumbrar los días que vendrán y los que nunca han llegado. Nos ayudan a hablar con los muertos y a escucharlos. A descubrir continentes que nos parecen fantásticos y son reales, como los de las formas geométricas del hielo, y a darles cuerpo, en nuestra imaginación, a aquellas geografías que son materia de los sueños. Sin ellos no habríamos levantado la muralla china, ni imaginado los misterios del genoma humano.
Por un libro habla Dios con los hombres según el evangelio; por otro, que nunca escribió Sócrates, escuchamos su voz. En sus espejos de tinta observamos nuestro rostro multiplicarse, revelar, siempre, una nueva imagen de nosotros mismos; entre sus líneas descubrimos nuestras líneas de la mano, lo que fuimos y somos y quizá, como ha ocurrido tantas veces, lo que llegaremos a ser. Los libros, decía Borges, prolongan la imaginación y la memoria. Son nuestra voz donde no estamos, nuestros ojos adonde no hemos ido. Cada vez que alguien hojea un libro modifica al universo, le añade o le quita cosas, sueña o echa raíces y confirma la vieja conseja de que todo lo sabemos entre todos.
Con la guerra vivimos días de penuria. La cuna de la civilización es hoy un campo de cadáveres, un montón de ruinas. La barbarie no sólo ha roto los cuerpos de los hombres: también ha quemado sus libros, saqueado sus bibliotecas. Saddam Hussein quiso limitar el conocimiento, la imaginación y la memoria de su pueblo quemando y proscribiendo libros. Lo logró en buena medida. Curiosamente los enemigos del sátrapa han continuado su tarea. Ojalá esos signos ominosos que vemos en el horizonte no presagien nuevos atentados contra la vida, la imaginación y la memoria. Ojalá la tentación autoritaria en nuestro país no pase de ser un esperpento, una caricatura, una comedia de estupideces.