La narradora tamaulipeca radicada en San Diego
escribió Ningún reloj cuenta esto
Las certezas me aburren: Rivera Garza
Cuando las personas son vulnerables es cuando sus historias
merecen ser contadas, dice
YANIRETH ISRADE
Autora de una obra literaria que niega la rigidez de los
esquemas, Cristina Rivera Garza elude también los instrumentos de
medición que contabilizan el tiempo de un modo tan exacto como tiránico.
Por eso los relatos de Ningún reloj cuenta esto (Tusquets),
su más reciente libro, transcurren ajenos al cronómetro,
pues ''nada nos vuelve tan frágiles como la falta de certidumbre.
Tal vez es que ahí estamos más vivos''. Lejos de sus asideros,
las personas están más expuestas, son falibles, y es justo
entonces cuando sus historias merecen ser contadas, explica la escritora
originaria de Matamoros, Tamaulipas, y residente en San Diego, California,
donde imparte clases de historia de México de la Universidad Estatal
de San Diego.
Su libro anterior, Nadie me verá llorar,
publicado por la misma editorial, que obtuvo el Premio Nacional de Novela
José Rubén Romero 1997 y el Sor Juana Inés de la Cruz
2001, la hizo sobresalir como autora en las nuevas letras mexicanas. Poeta,
historiadora y catedrática, Rivera Garza construyó esa historia
a partir del manicomio conocido como La Castañeda, a principios
de siglo XX, y con base en archivos de la época reunió un
conjunto de voces que en la lucidez de su desquiciamiento le permitieron
armar una versión alternativa de la modernidad mexicana, visión
que cuestionaba ''la naturalidad con la que a veces se presenta el devenir
histórico''.
Las vías alternas, pues, las fisuras, la locura,
los sueños, los moldes que se desbaratan son, o por lo menos así
lo parecen, un poderoso alimento de su literatura.
-¿Es
así? ¿Admite una predilección por esos territorios
alternos?
-Definitivamente. Ningún reloj cuenta esto,
traducción del verso de Ted Hughes con que cierra el último
cuento de esta colección y da título al libro, intenta enfatizar
aquello que, como la debilidad humana misma, evade a los instrumentos de
medición del tiempo, a todos esos grandes o pequeños relojes
tanto internos como externos.
''En otras palabras, he tratado de llamar la atención
sobre esas fracturas, fragmentos, pedazos, que existen en un tiempo-no-medido.
Un tiempo en bruto. Ahí es donde suceden, me gusta creerlo así,
las cosas que de verdad terminan importándonos. Y de ahí
mi interés por el mundo del sueño, por ejemplo. Un mundo-otro.
Algo en sí mismo. Me niego a ver al sueño como una colección
de claves listas para ser descifradas o traducidas o, en otras palabras,
listas para adquirir sentido. Ese proceso de normalización del sueño
no me interesa.
''Creo que lo más fascinante del sueño es
su impenetrabilidad, su reticencia a la traducción, su sí-mismo.
Los sueños, esto es algo que ellos mismos me han ido enseñando
con el tiempo, regresan en el momento exacto para colocarse sobre el mundo
como un velo. No clarifican nada. No traen mensaje alguno. Existen y ya.
El sueño, en otras palabras, es como la escritura''.
-¿Es la fragilidad humana la que le interesa destacar
en estos relatos, o tal vez la constante de la incertidumbre en la existencia?
-Siempre he creído que todo lo que verdaderamente
sucede en el mundo ocurre fuera del blanco y negro de las convicciones
y/o de los programas establecidos. En el momento en que alguien está
seguro de algo, deja de interesarme. Las certezas, quiero decir, me aburren.
Creo que una persona con poca tolerancia por la incertidumbre no escribiría
novelas. En otras palabras, creo que eso que llamas ''constante incertidumbre"
es algo propio de la novela, en tanto forma, en tanto construcción
lingüística, en tanto trabajo intenso y cercano con el lenguaje.
Es algo que, en todo caso, me interesa no sólo como tema o tópico
discursivo sino como forma, como el privilegio mismo del texto narrativo.
Nada, por lo demás, nos vuelve tan frágiles como la falta
de certidumbre. Tal vez por eso ahí estamos más vivos.
''Hay, además, cierto intento de llamar la atención
sobre la fragilidad del encuentro heterosexual. He llamado a los cuentos
de Ningún reloj cuenta esto mis narrativas heterosexuales,
porque, como en ningún otro de mis trabajos, aquí hay un
afán por explorar, de manera central, la debilidad tanto de hombres
como de mujeres cuando se encuentran y se desencuentran en el mundo.
''Más que resaltar la diferencia entre hombres
y mujeres, algo que por otra parte no me interesa mucho, me gustaría
pensar que estas narrativas se proponen una especie de imbricamiento o
yuxtaposición de miradas e interpretaciones. El hombre visto por
la mujer vista por el hombre ad infinitum. Y ahora que lo digo así,
sospecho que en este sentido podría hablar, tal vez, de la existencia
de un mecanismo interno que subvierte la heterosexualidad de las mismas''.
-¿Hasta dónde la historiadora recurre a
la narradora? ¿Qué posibilidades le ofrece la literatura
que no cubra la historia, a pesar de los roces e intersecciones que inevitablemente
deben darse entre estas disciplinas?
-Cuando escribo recurro a todo lo qué sé
y a todo lo que no sé. Ciertamente tengo una formación interdisciplinaria
-sociología, historia, literatura- de la que echo mano a la menor
provocación, pues vivimos después de todo en una era en la
que el cruce de disciplinas es casi un requisito. Pero me gustaría
creer que algo similar pasa también entre los supuestos saberes
''formales'' (como las carreras universitarias con todo y título
nobiliario) y los ''informales'' (nuestros hobbies, obsesiones,
aficiones, tradiciones orales, chismes, etcétera). El cruce también
existe, por supuesto, entre lo que se ''sabe" y lo que se ''ignora", territorios
cuya maleabilidad es impresionante. El que escribe, a fin de cuentas, no
puede darse el lujo de escatimar, ni tampoco debe dejarse amedrentar por
leyes establecidas en disciplinas así llamadas establecidas. Sólo
así la escritura seguirá siendo ese juguete rabioso que nunca
nos dejará estar en paz.