León Bendesky
Imperialismo benigno
El administrador de la Agencia para el Desarrollo Internacional del gobierno de Estados Unidos, señor Natsios, ha dicho que la reconstrucción de Irak se parece a los objetivos del Plan Marshall aplicado en Europa hace 57 años. La idea es ayudar a la reconstrucción del enemigo para convertirlo en una nación próspera y democrática que así dejaría de ser antagonista. Si en 10 años, dice, hay un nuevo régimen con ese carácter sería un éxito. La noción de un imperialismo benigno y, por supuesto, necesario, recorre los pasillos de la burocracia en Washington, de los centros de investigación y de los medios de comunicación como una de las caras de la invasión a Irak. Pero ésta es, también, una reconstrucción del discurso del gobierno del presidente Bush.
La política se maquilla, esa es una de sus formas de representación y de sus métodos de supervivencia. En la idea del imperialismo benigno que cumple una función civilizadora hay que reconocer una noción del desenvolvimiento de la historia bastante compleja en varias de sus vertientes, incluyendo la que en su momento y con contenido específico expuso Marx. Hay igualmente en ella una visión bastante clara del papel de Estados Unidos en el mundo. Este país se plantea a sí mismo como única superpotencia, que combina el poder militar más grande, el liderazgo tecnológico global y la mayor economía del planeta. Desde esa visión que domina abiertamente hoy en el Pentágono, la estrategia debe dirigirse a extender esa posición ventajosa tanto como se pueda en el tiempo y en la geografía. Irak puede ser visto, entonces, como una muestra de fuerza, como una expresión inicial de esa estrategia de predominio y, por lo tanto, no puede concebirse como una acción aislada.
Cada vez se habla más de que la intervención en Irak puede ser la plataforma para rediseñar la geopolítica de toda esa región, lo que representa un proyecto ambicioso pero también lleno de trampas, muchas creadas por la propia política exterior estadunidense durante más de dos décadas. Un caso particularmente ostensible es el de Arabia Saudita en el que se cruzan los intereses económicos asociados con el abastecimiento del petróleo, pero también toda una compleja red de relaciones de negocios y personales que de ser expuestas más allá de las formas marginales en que hoy se conocen, comprometerían no sólo la estrategia de defensa, sino el mismo sistema político estadunidense. Si se siguen las huellas de esta red se advierte que siempre surgen las mismas personas que circulan entre los altos puestos políticos, los despachos ejecutivos de las grandes corporaciones y los centros de investigación más influyentes. Una de las conexiones de esta red está en la asignación de los contratos de reconstrucción de Irak que se empezaron a conceder desde el marzo pasado y que involucran de modo preferente a firmas de reconocida influencia política.
Se destaca mucho en las discusiones sobre la guerra la prepotencia de la postura ideológica que la respalda; su relación con una estructura de poder y de alianzas entre el gobierno y los negocios que abarca el control de las reservas petroleras; las dificultades de la gestión interna del gobierno de Bush; la desestabilización que puede acarrear en Medio Oriente y el efecto que puede tener con el incremento del terrorismo. Y éstos son, como tantos otros, aspectos relevantes del caso Irak y de la redefinición de las relaciones internacionales luego del fin de la guerra fría.
El carácter de la política exterior basada en el uso de la fuerza militar que se quiere extender como prioridad estratégica está claramente definido. Cito el influyente documento titulado Reconstruyendo las defensas americanas de septiembre de 2000: "La paz estadunidense ha probado ser pacífica, estable y durable. Durante la década pasada ha provisto de un marco geopolítico para el amplio crecimiento económico y la extensión de los principios estadunidenses de libertad y democracia. Pero ningún momento en la política internacional puede congelarse en el tiempo; incluso una pax americana no puede preservarse a sí misma". Esto es evidentemente controvertible y muchos pueden no reconocerse en esa perspectiva del mundo, pero funciona bien como una base ideológica y, sobre todo, como palanca de la política imperial.
Esperar que se acaben las guerras es utópico y resulta más útil ocuparse del sentido que tienen. La guerra de Irak tiene un sentido específico por la naturaleza del proyecto político que la soporta y que tiene que ver con las condiciones que prevalecen en una región del mundo con enormes objetivos estratégicos para Estados Unidos. En esto difiere de lo ocurrido en la ex Yugoslavia y abre un entorno de replanteamientos globales. Al respecto vale la pena observar desde esta zona del mundo que el documento antes citado no contiene una sola mención sobre América Latina, lo que es bastante elocuente acerca de lo que representa esta región para Estados Unidos y sus aliados en Europa y que debería ser un componente básico de cualquier redefinición estratégica del desarrollo nacional en un país como México.