Se realizó en Iztapalapa la representación
número 160 de la Pasión de Cristo
Si Jesús es enemigo del imperio, morirá,
sentenció Poncio Pilatos
Más de 100 mil personas presenciaron la escenificación;
cientos de nazarenos iniciaron la procesión
El Comité Organizador hizo un llamado a reflexionar
sobre la actual situación por la guerra
MIRNA SERVIN VEGA
"Si no es enemigo del imperio se le perdonará la
vida, pero si ha atentado contra el Máximo, será condenado",
dijo Poncio Pilatos en el juicio contra Jesús de Nazaret este viernes
en Iztapalapa, tal como hace más de 2 mil años sucedió
en Jerusalén. Pero esta vez, la voz bien pudo ser la del representante
del imperio actual, quien ha emprendido la "guerra de liberación"
de Irak.
Pilatos no encontró pruebas para condenar "al hijo
del Señor" a la muerte en la cruz. El juez romano había prometido
a Claudia, su esposa, tratarlo con justicia y revisar las acusaciones contra
él. Pero Pilatos cedió ante la presión de los integrantes
del Sanedrín.
En un primer intento por evitarlo, el juez envió
al acusado con Herodes, quien por falta de pruebas reales de sus "crímenes"
no pudo sentenciarlo. Cuando Jesús regresó nuevamente por
un veredicto con Pilatos, la ausencia de intervención lo condenó
por omisión.
"Acepto que a este loco sólo se le puede acusar
de eso, de ser un loco que proclama ser el redentor, pero nada más
ha hecho", aceptaba su juez sobre un templete con micrófonos que
todos podían oír, nazarenos que no estaban de acuerdo, vírgenes
del pueblo que lloraban y más de 100 mil espectadores atrás
de una valla que lloraban sin hacer nada.
En la representación 160 de la Pasión de
Cristo, el presidente del Comité Organizador hizo un llamado para
reflexionar que "en la actualidad, el proceso que ha desarrollado la guerra
en Irak, desvirtúa todos los principios católicos y no justifica
absolutamente nada el hecho de que se invada a un país por conceptos
de religión, económicos o simplemente porque tenga un gobernante
que no corresponde a los intereses internacionales".
Sacrificio general
En
esta ocasión, el sacrificio no fue sólo para el representante
de Dios en la Tierra, también hubo otras muestras de fe, que aunque
más locales, no fueron menos duras para sus ejecutantes.
Antes de las nueve de la mañana, cientos de nazarenos
con túnicas moradas -representados principalmente por jóvenes
de secundaria y preparatoria- emprendieron un recorrido por los ocho barrios
de Iztapalapa con cruces de madera al hombro, que iban desde los 10 hasta
los 70 kilos, dependiendo de la edad del actor. Algunos pequeños
nazarenos eran ayudados por sus padres que cargaban parte del peso de la
estructura de madera en alguna esquina, o como en el caso de Juan, a quien
su madre, de vez en vez, le daba gajitos de naranja, que se entremezclaban
con el sabor de sus gruesas gotas de sudor.
"Lo hago porque Cristo ofreció su vida por nosotros.
Yo le ofrezco mi dolor", explicaba con una gran elocuencia para su edad,
que no sobrepasaba los 10 años.
"Dinero, todo fue por dinero"
La procesión mostró un gran despliegue de
romanos con trajes rojos y cascos de más de mil pesos; hebreos con
túnicas de satín de 250; las damas de Herodes con vestidos
blancos bordados de mil 200 pesos, y cientos de mujeres y hombres de pueblo,
profetas, sacerdotes, sirvientes, samaritanos y hasta adúlteras,
callejeras y leprosos para completar el cuadro.
Alrededor de las 11 de la mañana, los romanos entraron
a la plaza principal en medio de los nazarenos, quienes recibían
primeros auxilios de los elementos de la Cruz Roja por los pies ampollados
y lastimados.
Las fanfarrias anunciaron la entrada de Judas, que trataba
de regresar sus 30 monedas bañadas de sangre, pero era tarde. El
juicio, la cárcel, los azotes y el camino a la cruz esperaban.
"Dinero, todo fue por dinero" lloraban los parroquianos.
"Condenaron a Jesús porque amenazaba su poder. El era el único
rey. El rey de reyes y por eso murió", narraba doña Chelita,
mientras caminaba hacia el Cerro de la Estrella.
El sacrificio fue más allá de la caminata.
Los nazarenos, el grupo policiaco Cisne, elementos del Grupo especial Fuerza
de Tarea de la demarcación y granaderos se convirtieron todos en
romanos modernos: "háganse para atrás, sólo actores
en esta zona", empujaban, retiraban y volvían a empujar.
Todos querían ver al sentenciado hasta la muerte.
Sus acusadores, los ejecutantes, el pueblo, las mujeres. Todos hasta el
final. Los clavos no habían sido suficientes, ni las caídas
con la carga de su peso. No fue suficiente tampoco su persecución.
Había que verlo morir. Había que tener la extinción
de su pueblo, de su cultura y la conservación de su riqueza. "Guardemos
la manta porque sus fanáticos pagarán bien por ella", decían
los romanos ante a la cruz.