Luis Hernández Navarro
Algo más que un tigre de papel
En la segunda guerra del Golfo, Washington demostró su superioridad militar y económica. La administración de George W. Bush ha decidido volver a dibujar la geografía mundial, en la que Irak es apenas una estación de paso, no sólo por consideraciones ideológicas o por la búsqueda de recursos naturales, sino también porque está convencida de que el poderío estadunidense no puede ser contestado.
Estados Unidos es la nación con el mayor volumen de gastos militares. Su supremacía bélica es avasalladora. La brecha que existe entre su presupuesto de Defensa y el del resto del mundo es abrumadora. De acuerdo con información de Sipri, durante 2001 se desembolsaron en el mundo 839 mil millones de dólares en armamento y actividades bélicas, esto es, 2.6 por ciento del producto interno bruto del planeta. El 36 por ciento de ese gasto fue hecho por el país de las barras y las estrellas. Muy lejos le siguen Rusia, con 6 por ciento de los gastos mundiales, y Francia, Japón y Gran Bretaña, con 5 por ciento cada uno. Los 63 países de Africa y América juntos apenas sumaron 5 por ciento de los desembolsos en este rubro.
Los atentados del 11 de septiembre de 2001 y la llamada guerra contra el terrorismo tuvieron como consecuencia que durante 2002 y 2003 el presupuesto para defensa en Estados Unidos se incrementara aún más. Tan sólo para financiar la invasión contra Irak el Congreso de ese país aprobó un gasto de 80 mil millones de dólares.
Este predominio tiene, además, una poderosa base industrial detrás de sí. Siete de la 10 principales empresas productoras de armas en el mundo son estadunidenses. Sus volúmenes de ventas son multimillonarios. Tan sólo la primera de ellas, Lockheed Martin, facturó durante el año 2000 más de 18 mil millones de dólares. El capital de origen de las tres restantes se reparte entre distintas naciones europeas: BAE Systems, que ocupa el tercer lugar, es británica; EADS, ubicada en el séptimo sitio, tiene inversiones conjuntas de Francia, Alemania y España; y Thales, colocada en la octava posición, es francesa.
Estas compañías, que han vivido un fuerte proceso de concentración, han desarrollado una sofisticada tecnología de punta para fabricar armamentos sumamente letales. Esta producción le ha dado a Estados Unidos el predominio en el aire y en los mares. Además, esta industria ha sido importante generadora de divisas. Entre 1997 y 2001 Washington fue el principal exportador mundial de armamento, pero en 2001 pasó a segundo lugar, inmediatamente después de Rusia.
Al igual que todos los imperios a lo largo de la historia, Estados Unidos ha establecido bases militares en otros territorios. Las cuantiosas y constantes guerras en las que se ha involucrado le han permitido incrementar constantemente su número. Desde allí proyecta su poderío a regiones claves por su ubicación política o de recursos naturales.
De acuerdo con el Defense Department's Base Structure, hasta 2001 Washington tenía instalaciones militares en 38 naciones y en seis territorios más bajo su control. Pero, de acuerdo con los editores de Monthly Review este número es extremadamente conservador porque no incluye enclaves estratégicos donde están acuarteladas gran cantidad de tropas, como las existentes en Arabia Saudita, Kosovo y Bosnia. En América Latina acaba de instalar cuatro nuevos destacamentos militares en Ecuador, Aruba, Curazao y El Salvador. Después del 11 de septiembre estableció nuevas bases en Afganistán, Pakistán, Kirguistán, Uzbekistán y Tajikistán. Esto significa que el Pentágono tiene bases en más de 60 países.
Es cierto que en los últimos años la economía estadunidense ha mostrado un desempeño limitado. Desde que George W. Bush tomó el poder se han perdido más de 2 millones de empleos, la balanza comercial durante 2002 fue deficitaria en 435 mil millones de dólares, la bolsa de valores ha sufrido caídas sostenidas y se está muy cerca de una recesión. La economía crece sostenida en el consumo personal y las fuertes inversiones de capital foráneo.
Sin embargo, estas dificultades reales no eclipsan la robustez de la base económica de este país. De acuerdo con Fortune, seis de las 10 y 39 de las 100 más importantes compañías en el mundo son de capital de base estadunidense. Mientras que sólo una empresa japonesa se encuentra entre las 10 más grandes del planeta, y 20 conglomerados nipones tienen un lugar dentro de las 100 principales. Le sigue en importancia Alemania, con una compañía dentro de las 10 primeras y 11 dentro de las 100.
Aunque en esta lista son muy importantes las compañías petroleras, automotrices, farmacéuticas y de generación eléctrica, en Estados Unidos se ubican también la mayoría de las compañías que están generando las tecnologías de punta: la nanotecnología, la biotecnología, la informática y las ciencias cognitivas y neuronales (véase Grupo ETC, "La teoría del pequeño BANG"). De manera que la fortaleza económica del Imperio no tiene que ver sólo con la base industrial establecida o con las regalías que sus patentes y franquicias le generan, sino con el desarrollo tecnológico en marcha.
Durante decenas de años se ha afirmado que el imperialismo es un tigre de papel y que su colapso es inminente. La agresión bélica a Irak nos muestra que no es así. Si, como hemos visto en las protestas contra la guerra, en la sociedad civil del planeta existen las condiciones para enfrentar al Imperio, la única forma de resistirle con éxito es calibrar adecuadamente su fortaleza. El Imperio puede ser tigre de papel, pero tiene dientes grandes y filosos y un apetito voraz.