Marta Tawil
Próxima parada: ¿Damasco?
Siria parece haberse convertido para Estados Unidos en
la próxima amenaza a la paz y la seguridad internacionales. La administración
Bush insiste en intimidar a ese país árabe, contra el cual
ha formulado dos acusaciones específicas. Por un lado, señala
que Damasco posee armas de destrucción masiva (las suyas y probablemente
las que los estadunidenses no encuentran en Irak y que según ellos
los iraquíes transferieron a territorio sirio). Por otra parte,
según el gobierno estadunidense, Siria está acogiendo a dirigentes
iraquíes o les permite el paso para escapar de la "justicia". Dichas
inculpaciones recuerdan las que se escucharon repetidamente en los meses
previos al ataque contra Irak, y forman parte del plan de los neoconservadores
en Washington de remodelar Medio Oriente, mediante la intimidación
y la desestabilización de regímenes que considera "radicales".
Siria
no sólo comparte una frontera con Irak. Ambos países también
tienen una historia política común. Basta recordar que a
finales de los años 40 un sirio (cristiano), Michel Aflak, fundó
el partido Baaz, alrededor del cual se elaboró toda una doctrina
árabe-nacionalista, socialista y laica, que inspiró a los
regímenes de Damasco y, hasta fechas recientes, al de Bagdad. Hacia
finales del decenio de los 60, las diferencias entre ambos regímenes
provocaron el rompimiento y la bifurcación del Baaz en dos corrientes,
cuyas divergencias se acentuaron en los últimos 30 años,
a la vez que reflejaron las profundas rivalidades políticas entre
los gobiernos sirio e iraquí.
No sólo el gobierno de Baaz en Siria es un factor
presente en las molestias de la Casa Blanca. Desde los años 80 forma
parte de la lista negra del Departamento de Estado de países
que apoyan el terrorismo. Específicamente, se acusa a Siria de apoyar
al grupo chiíta Hezbollah en el sur de Líbano, en connivencia
con Irán. Tradicionalmente, Damasco también ha apoyado a
grupos de oposición palestinos, como el Frente Popular para la Liberación
de Palestina. Recordemos que, en el esquema de Washington, se trata simplemente
de "organizaciones terroristas", no de grupos de resistencia contra la
ocupación ilegal israelí de territorios árabes.
Uno de los objetivos inmediatos de Estados Unidos en el
escenario posbélico es proteger su frente occidental. Ello implica,
por una parte, mantener a raya al ejército sirio, que no obstante
sus debilidades y deficiencias, se considera elemento potencialmente hostil
a la presencia estadunidense en la región. Por otro lado, al presionar
a Damasco se busca evitar la emergencia de elementos antiestadunidenses
iraquíes en territorio sirio. Desde esa óptica, puede afirmarse
que mediante el hostigamiento Washington busca que Damasco conceda garantías
de seguridad que eventualmente permitan a las tropas invasoras realizar
"cruces de frontera cooperativos", similares a los que obtuvieron del gobierno
de Islamabad como parte del esfuerzo de la guerra contra Afganistán.
Presionar a Siria también parece ser parte de la
estrategia para disuadir a Corea del Norte. Según reportes militares,
Siria habría comprado a Rusia misiles balísticos de corto
alcance para después revender los sistemas guía de esos misiles
a Corea del Norte, supuestamente sin el conocimiento de los rusos. Con
estas acusaciones, Washington podría estar tratando de introducir
un elemento de tensión entre Moscú y Damasco e, indirectamente,
aislar al régimen de Pyongyang.
Sin embargo, como lo demostró la invasión
a Irak, eliminar las armas de destrucción masiva o atacar las raíces
del terrorismo en Medio Oriente sólo es una preocupación
marginal de los planes de Estados Unidos. De hecho, hasta hace apenas unas
semanas, la posibilidad de que Siria estuviera dotándose de algún
tipo de arsenal químico o biológico no parecía perturbar
el sueño de la Casa Blanca y el Pentágono.
Atacar a Siria retóricamente no ayuda en nada a
la guerra de Estados Unidos contra Al Qaeda. Damasco, como Bagdad, no tiene
interés alguno en establecer lazos con ese grupo. El régimen
sirio ha combatido cruelmente a la oposición islamista en su territorio,
y ha cooperado activamente para impedir actividades de entrenamiento y
reclutamiento de Al Qaeda en territorio libanés, que amenazarían
directamente la órbita de influencia de Damasco.
Se puede afirmar que la principal motivación detrás
de las advertencias de Estados Unidos a Siria se relaciona con los planes
que la administración Bush tiene para la región: relanzar
las negociaciones entre palestinos e israelíes y concretar los proyectos
para la creación de un Estado palestino, el llamado road map
(plan de carretera), cuyo espíritu, dicho sea de paso, parece atender
más a las ambiciones y los intereses del gobierno israelí
de Ariel Sharon que a las exigencias de las resoluciones del Consejo de
Seguridad de Naciones Unidas.
Varias hipótesis sobre el futuro de Siria pueden
derivarse de esta motivación. Por el momento, la menos pesimista
descarta la posibilidad de una invasión militar y, en cambio, sugiere
que los gobiernos ultraderechistas en Washington e Israel actuarán
consistentemente de acuerdo con su interés de exigir a Siria que
"coopere", con el objetivo de disminuirla como actor clave en todo futuro
proceso de negociación regional. Ello requiere empezar a tocar las
cuerdas más sensibles de la seguridad del régimen y el Estado
sirios: alejar a Siria de naciones como Irán, Arabia Saudita y Líbano.
Este último país, pequeño, endeudado y con un delicado
mosaico religioso, podría verse chantajeado de nuevo para negociar
directamente con Israel, desatendiendo las demandas legítimas que
comparte con Damasco y los palestinos. De lograrse esto, uno de los equilibrios
más frágiles -pero hasta ahora efectivos- de la región
se desmoronaría con consecuencias altamente desestabilizadoras para
la seguridad de Medio Oriente.