Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 15 de abril de 2003
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Marta Tawil

Próxima parada: ¿Damasco?

Siria parece haberse convertido para Estados Unidos en la próxima amenaza a la paz y la seguridad internacionales. La administración Bush insiste en intimidar a ese país árabe, contra el cual ha formulado dos acusaciones específicas. Por un lado, señala que Damasco posee armas de destrucción masiva (las suyas y probablemente las que los estadunidenses no encuentran en Irak y que según ellos los iraquíes transferieron a territorio sirio). Por otra parte, según el gobierno estadunidense, Siria está acogiendo a dirigentes iraquíes o les permite el paso para escapar de la "justicia". Dichas inculpaciones recuerdan las que se escucharon repetidamente en los meses previos al ataque contra Irak, y forman parte del plan de los neoconservadores en Washington de remodelar Medio Oriente, mediante la intimidación y la desestabilización de regímenes que considera "radicales".

Siria no sólo comparte una frontera con Irak. Ambos países también tienen una historia política común. Basta recordar que a finales de los años 40 un sirio (cristiano), Michel Aflak, fundó el partido Baaz, alrededor del cual se elaboró toda una doctrina árabe-nacionalista, socialista y laica, que inspiró a los regímenes de Damasco y, hasta fechas recientes, al de Bagdad. Hacia finales del decenio de los 60, las diferencias entre ambos regímenes provocaron el rompimiento y la bifurcación del Baaz en dos corrientes, cuyas divergencias se acentuaron en los últimos 30 años, a la vez que reflejaron las profundas rivalidades políticas entre los gobiernos sirio e iraquí.

No sólo el gobierno de Baaz en Siria es un factor presente en las molestias de la Casa Blanca. Desde los años 80 forma parte de la lista negra del Departamento de Estado de países que apoyan el terrorismo. Específicamente, se acusa a Siria de apoyar al grupo chiíta Hezbollah en el sur de Líbano, en connivencia con Irán. Tradicionalmente, Damasco también ha apoyado a grupos de oposición palestinos, como el Frente Popular para la Liberación de Palestina. Recordemos que, en el esquema de Washington, se trata simplemente de "organizaciones terroristas", no de grupos de resistencia contra la ocupación ilegal israelí de territorios árabes.

Uno de los objetivos inmediatos de Estados Unidos en el escenario posbélico es proteger su frente occidental. Ello implica, por una parte, mantener a raya al ejército sirio, que no obstante sus debilidades y deficiencias, se considera elemento potencialmente hostil a la presencia estadunidense en la región. Por otro lado, al presionar a Damasco se busca evitar la emergencia de elementos antiestadunidenses iraquíes en territorio sirio. Desde esa óptica, puede afirmarse que mediante el hostigamiento Washington busca que Damasco conceda garantías de seguridad que eventualmente permitan a las tropas invasoras realizar "cruces de frontera cooperativos", similares a los que obtuvieron del gobierno de Islamabad como parte del esfuerzo de la guerra contra Afganistán.

Presionar a Siria también parece ser parte de la estrategia para disuadir a Corea del Norte. Según reportes militares, Siria habría comprado a Rusia misiles balísticos de corto alcance para después revender los sistemas guía de esos misiles a Corea del Norte, supuestamente sin el conocimiento de los rusos. Con estas acusaciones, Washington podría estar tratando de introducir un elemento de tensión entre Moscú y Damasco e, indirectamente, aislar al régimen de Pyongyang.

Sin embargo, como lo demostró la invasión a Irak, eliminar las armas de destrucción masiva o atacar las raíces del terrorismo en Medio Oriente sólo es una preocupación marginal de los planes de Estados Unidos. De hecho, hasta hace apenas unas semanas, la posibilidad de que Siria estuviera dotándose de algún tipo de arsenal químico o biológico no parecía perturbar el sueño de la Casa Blanca y el Pentágono.

Atacar a Siria retóricamente no ayuda en nada a la guerra de Estados Unidos contra Al Qaeda. Damasco, como Bagdad, no tiene interés alguno en establecer lazos con ese grupo. El régimen sirio ha combatido cruelmente a la oposición islamista en su territorio, y ha cooperado activamente para impedir actividades de entrenamiento y reclutamiento de Al Qaeda en territorio libanés, que amenazarían directamente la órbita de influencia de Damasco.

Se puede afirmar que la principal motivación detrás de las advertencias de Estados Unidos a Siria se relaciona con los planes que la administración Bush tiene para la región: relanzar las negociaciones entre palestinos e israelíes y concretar los proyectos para la creación de un Estado palestino, el llamado road map (plan de carretera), cuyo espíritu, dicho sea de paso, parece atender más a las ambiciones y los intereses del gobierno israelí de Ariel Sharon que a las exigencias de las resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

Varias hipótesis sobre el futuro de Siria pueden derivarse de esta motivación. Por el momento, la menos pesimista descarta la posibilidad de una invasión militar y, en cambio, sugiere que los gobiernos ultraderechistas en Washington e Israel actuarán consistentemente de acuerdo con su interés de exigir a Siria que "coopere", con el objetivo de disminuirla como actor clave en todo futuro proceso de negociación regional. Ello requiere empezar a tocar las cuerdas más sensibles de la seguridad del régimen y el Estado sirios: alejar a Siria de naciones como Irán, Arabia Saudita y Líbano. Este último país, pequeño, endeudado y con un delicado mosaico religioso, podría verse chantajeado de nuevo para negociar directamente con Israel, desatendiendo las demandas legítimas que comparte con Damasco y los palestinos. De lograrse esto, uno de los equilibrios más frágiles -pero hasta ahora efectivos- de la región se desmoronaría con consecuencias altamente desestabilizadoras para la seguridad de Medio Oriente.

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