John Berger*
Hablemos del miedo
"Si no logramos nuestro propósito,
corremos el riesgo de fracasar"
George W. Bush
Cayó Bagdad. La ciudad fue tomada por las tropas que le llevaban la libertad. Sus hospitales se hallan lastimeramente atestados de civiles quemados y lisiados, muchos de ellos niños, y todos víctimas de misiles computarizados, obuses y bombas lanzados por los libertadores de la ciudad. Las estatuas de Saddam Hussein fueron derribadas. Mientras tanto, en el Pentágono, el secretario Donald Rumsfeld sugiere en una conferencia de prensa que el siguiente país que liberarán será Siria.
Esta mañana me llegó un correo electrónico de un amigo pintor: "Hoy es duro mirar el mundo, ya no digamos pensarlo". Cada uno de nosotros puede reconocerse en ese cri de coeur -no obstante, pensemos.
Hay ciertos momentos irrepetibles al mirar una montaña que nos son familiares. Tienen que ver con la luz particular, con la temperatura exacta, con el viento y la estación. Podría uno vivir siete vidas y nunca volver a ver la montaña así. Su faz es tan específica como un atisbo momentáneo desde la mesa del desayunador. Una montaña que está en el mismo sitio podríamos considerarla casi inmortal, pero para quienes están familiarizados con ella la montaña nunca se repite. Posee otra escala temporal.
Cada día y noche de la guerra en Irak es diferente: tiene pesares diferentes, diferentes actos de desafío, diferentes estupideces. No obstante permanece, es la misma guerra, la guerra que casi todo mundo percibió, antes de que empezara, como una agresión de cinismo sin precedentes (la barranca entre los principios declarados y las intenciones reales), emprendida para controlar una de las reservas petroleras más ricas del mundo, para probar armamento nuevo, como la bomba de microondas, armas de destrucción inmisericorde -muchas le son ofrecidas gratis al Pentágono por los fabricantes, con la idea de obtener contratos sustanciosos en las guerras por venir. Por encima de todo, es un conflicto para demostrarle al mundo fragmentado, pero global, lo que son la šconmoción y el pavor!
Pongámoslo menos retórico. La intención primaria de la guerra, desafiando a Naciones Unidas, fue demostrar lo que puede ocurrirle a cualquier líder, nación, comunidad o pueblo que persista en su rechazo a cumplir los intereses estadunidenses. Antes de las fraudulentas elecciones de Bush y de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, en los círculos de planificación corporativos y operacionales se discutieron muchas propuestas y memorándums acerca de la necesidad vital de una demostración así.
El término "intereses de Estados Unidos" puede prestarse a confusiones. No se refiere a los intereses directos de los ciudadanos estadunidenses, sean pobres o bien acomodados, sino a intereses de las más vastas corporaciones multinacionales, con frecuencia dominadas por el capital estadunidense y que ahora -y cuando sea necesario- defienden las fuerzas armadas de Estados Unidos.
Lo que lograron Rumsfeld, Cheney, Rice, Wolfowitz, Perle y compañía después del 11 de septiembre fue cerrar cualquier debate acerca de la legitimidad o eficiencia final de un despliegue tan amenazador de poder. Usaron el miedo desatado por el ataque a las Torres Gemelas para intentar enrolar a los medios y a la opinión pública en el respaldo a los "ataques preventivos", decididos unilateralmente, contra cualquier objetivo considerado como terrorista. La consecuencia es que el mercado mundial, en su espiral, se teje en torno a las barras y a las estrellas, y para obtener ganancias (para los pocos que pueden obtenerlas) se convierte en el único derecho inalienable.
"El terrorismo es la guerra de los pobres y la guerra es el terrorismo de los ricos", anotó recientemente Peter Ustinov, dramaturgo, con sucinta claridad.
Uno de los voceros de Rumsfeld hizo otro comentario sucinto cuando le preguntaron por el papel que tendrán en la reconstrucción de Irak los países que no se unieron a la coalición, una vez terminada la guerra. "Si no se unieron al club, Ƒpor qué quieren venir a la cena?"
Aunque la afirmación de que Irak contaba con armas de destrucción masiva fue la justificación inventada para invadir ese país, tal vez no exista guerra en la cual la disparidad en la potencia de fuego entre los combatientes sea tan enorme. De un lado, la vigilancia satelital día y noche, los B52, los misiles Tomahawk, las bombas de fragmentación, obuses que esparcen uranio y armas computarizadas de tal sofisticación que dan pie a la teoría (y al sueño virtual) de una guerra sin contacto; del otro, sacos de arena, ancianos que blanden las pistolas de su juventud y unos pocos fedayines, con camisetas raídas y tenis, armados con unos cuantos Kalashnikovs. La mayor parte de las tropas de la Guardia Republicana, armadas convencionalmente, fue barrida por las bombas en la primera semana. La proporción comparativa de bajas entre las fuerzas iraquíes y la coalición bien podría acercarse a lo ocurrido en la operación Tormenta del desierto: mil a uno.
El derribamiento obligatorio de las estatuas del odioso dictador siguió el mismo patrón: los ciudadanos liberados tenían únicamente martillos, mientras que las tropas estadunidenses ayudaron con tanques y trascavos.
Se tomó Bagdad. La velocidad de la operación convenció a los reporteros domesticados, pero no a los valerosos y arriesgados, de que la invasión era, como se prometió, šuna liberación! šSi hubiera signos de que esto fuera cierto! Mientras tanto, los pobres de Bagdad, dañados fatalmente por 11 años de embargo, comenzaron a realizar actos de pillaje y a saquear edificios públicos. Comenzó el caos.
Regresemos a la montaña, la cual nos propone otra escala temporal, y observemos desde ahí. Los vencedores, con una superioridad sin precedente en armamento, estaban destinados a serlo, pero parecían asustados. No sólo los marines, con máscaras de gas, enviados a un país problemático a sufrir verdaderas tormentas del desierto, sino los voceros en la comodidad del Pentágono y, sobre todo, los líderes nacionales de la coalición, al aparecer por televisión o cuando conferenciaban, conspiradores, en sitios fuera de ruta.
Se dijo que muchos de los errores cometidos durante las primeras etapas de la guerra -soldados que murieron por el fuego del propio bando, familias de civiles que volaron en pedazos (una operación denominada matar el vehículo)- ocurrieron por nerviosismo.
Cualquiera de nosotros puede petrificarse en un momento si el miedo lo sobrecoge. Sin embargo, los líderes del nuevo orden mundial parecen tener un matrimonio con el miedo y sus comandantes y sargentos se ven indoctrinados, desde arriba, con una dosis de ese miedo.
ƑCuáles son las prácticas de este matrimonio? Día y noche los socios del miedo están ansiosos y preocupados por decirse a sí mismos y a sus subordinados medias verdades adecuadas, con las que esperan cambiar el mundo existente švolverlo algo que no es! Se requieren seis medias verdades para formar una mentira. La consecuencia es que pierden su contacto con la realidad mientras continúan soñando con el poder y, por supuesto, ejerciéndolo. Como necesitan absorber los impactos mientras aceleran, la determinación es su dispositivo invariable para evitar que se formulen preguntas.
Matrimoniados con el miedo, no hallan la manera de lidiar con la muerte ni de darle su lugar. El miedo deja fuera a la muerte y así los muertos los abandonan. Están solos en este planeta y el resto del mundo no lo está. Esta es la razón, considerando todo el poder que despliegan, militar y de otras clases, por la que son peligrosos. Terriblemente peligrosos. Es también la razón por la que no sobrevivirán.
Durante el día 23 de la guerra el caos aumentó exponencialmente. El régimen se había derrumbado. Nadie encontró a Saddam Hussein. Los bombardeos aéreos continuaron devastando donde al general Tommy Franks le pareciera. En tierra, en Bagdad y en otras ciudades liberadas el pillaje, el robo y el desmembramiento se apoderaron de todo, no sólo de los ministerios abandonados, sino de tiendas, casas, hoteles e incluso hospitales, donde más y más gente muere sin esperanza. Algunos médicos de Bagdad tomaron las armas para defender los servicios que imparten y su equipo. Mientras tanto, las fuerzas que liberaron y traumatizaron a la ciudadanía se quedaron viendo, atónitas, nerviosas, sin hacer nada.
El escenario del derribamiento jubiloso de las estatuas fue previsto por el Pentágono. Fue preparado y estudiado, porque contenía una de esas verdades a medias. La verdad completa de lo que ocurre en las ciudades no se previó. El secretario Rumsfeld se refiere al caos como un simple "desarreglo".
Cuando una tiranía es derrocada no por el pueblo afectado, sino por otra tiranía, el resultado entraña el riesgo de volverse caos, porque la gente siente que se ha derrumbado por completo la última esperanza de un orden social. El impulso de la sobrevivencia personal se apodera entonces de la población y comienza el saqueo. Es así de simple y terrible. No obstante, los nuevos tiranos no saben nada de cómo se comporta un pueblo en situaciones extremas. El miedo les impide entenderlo. Unicamente guardan familiaridad con las verdades a medias que le venden a sus clientes.
Traducción: Ramón Vera Herrera
© John Berger
* Escritor, poeta y crítico inglés de arte que vive en Francia, en una comunidad rural. Es autor de Puerca Tierra, Una vez en Europa y Lila y Flag. Su más reciente libro, traducido al español, es La forma de un bolsillo, publicado por Era.