Jorge Santibáñez Romellón
Sembrando odios
Cuando ocurrieron los lamentables sucesos del 11 de septiembre, que nada ni nadie justifica, la mayoría de las opiniones se volcaron sobre la monstruosidad de los hechos y sólo unas cuantas y tímidas voces hicieron un llamado a una reflexión más profunda. El presidente Bush se aprestó a explicar que los ataques terroristas venían de personas que envidiaban la forma de vivir de los estadunidenses -el famoso american way of life-, la libertad de la que se goza en ese país y otra serie de valores que sería largo enumerar. Nadie que tenga una capacidad mínima de reflexión se creería tal explicación como suficiente. Los tiempos tampoco se prestaban a una reflexión acerca de lo que habrían hecho los estadunidenses como para que alguien estuviera dispuesto a sacrificar su vida con tal de provocar un daño tan grande a Estados Unidos. Los que veíamos desde afuera el proceso no nos explicábamos cómo un fanático, por más loco que estuviera, podría vivir y trabajar durante meses pensando sólo en vengarse -aunque para nosotros no resulte claro de qué o de quién-, albergando un odio tan grande como para cambiar su vida y, en consecuencia, la de sus seres queridos, por hacerle daño a otro país. ƑDe dónde podía venir tal odio?
Hay quien mencionó que Estados Unidos, en el escenario hegemónico que hoy es ya una realidad, tenía ante sí la oportunidad de reflexionar sobre su papel de liderazgo en el mundo y sobre el tipo de relaciones que tenía con el resto de los países. Aunque nadie se atrevía a decirlo, en el aire estaba el "Ƒqué habrán hecho para provocar (que no merecer) esto?"
En la guerra de Estados Unidos en Irak (que no contra Irak) se han dado escenas que no sólo conmueven, sino que mueven a reflexiones más profundas. Todos nos hemos sentido impresionados y afectados por imágenes que han dado la vuelta al mundo acerca de los excesos de una guerra por demás injustificada. Dentro de las muchas guerras que se han vivido al interior de esta guerra sobresale la mediática, especialmente de imágenes, que se ha librado entre los diferentes actores y medios de este proceso. Fotos o tomas que han sido objeto de primeras planas en prácticamente todo el mundo ni siquiera recibieron una mención en los medios de Estados Unidos, y viceversa. En qué medida cada uno de nosotros se identifica con tal o cual foto depende de una serie de factores poco controlables y que se explican en función de las vivencias individuales. Así, por ejemplo, una lectora embarazada podría impresionarse más con la imagen de un bebé muerto o de una mujer preñada que es maltratada que con el bombardeo de una ciudad, aunque esto último provoque mucho más daño y muchas más muertes que la de un bebé.
En estos procesos hay imágenes que han cambiado de manera sustancial el rumbo de las cosas. Si tiene usted edad suficiente, simplemente recuerde aquella escena en Nicaragua, en las calles de Managua, en la que un oficial del ejército de Somoza se acerca a un reportero que arrodillado levanta las manos en son de paz, de subordinación absoluta, y que recibe como respuesta un balazo en la cabeza y una patada. Hay quien dice que ahí, en ese momento, cayó Somoza, ya que Estados Unidos no podía seguir apoyando a un gobierno capaz de tales atrocidades o, mejor dicho, cuando tales atrocidades pasan por la televisión y entonces son conocidas por todo el mundo. Recuerde usted también la imagen de un joven en las calles de Praga que durante la invasión del ejército ruso, delante de un tanque de ese país, se desabotona la camisa y muestra un pecho orgulloso a ese tanque, pidiendo que consume su acto barbárico y que le dispare. Fotos como esa propiciaron que dicha invasión nunca se justificara, a pesar de que Rusia alegaba, como ahora alega Estados Unidos, que la intromisión en Checoslovaquia era para "poner orden" y acabar con un gobierno que no era de y para el pueblo checo. Podríamos continuar con muchas escenas de esa naturaleza.
Hace unos días, se vio por la televisión mexicana y, casualmente, a pesar de que la busqué con afán, no la encontré en la televisión estadunidense, una escena en la que una familia iraquí sale de su hogar y entre sus miembros avanza una pequeña niña de quizá cinco o seis años, con las manos en alto, con cara de miedo e inocencia, ante un soldado estadunidense que le apunta con una ametralladora. Pocos momentos después, la misma niña, que sin duda no es una terrorista, aún con las manos en alto, se arrodilla y empieza a llorar, dulce, inocente e impotentemente. Quizá porque tengo una hija de esa edad, la imagen me conmovió e indignó profundamente. Me pregunté cuánto odio sería capaz de albergar si alguien le hiciera eso a mi hija, las cosas que podría hacerle yo, sin remordimiento alguno, a quien humillara a un ser tan inocente de manera tan asimétrica y tan injustificada. Me expliqué entonces por qué ocurren actos terroristas "suicidas", por qué el odio encuentra un fanático que está dispuesto a todo. Me dije también que, sin que por supuesto le desee ningún mal al pueblo de Estados Unidos, sus actitudes siembran un odio cuyos frutos recogerán mañana en la forma de actos terroristas y que probablemente esa niña, o su padre, o su hermano, sea quien en un futuro estrelle un avión contra un edificio de alguna ciudad estadunidense, en la que también morirán seres inocentes como la niña en cuestión y se dejará en el desamparo a familias como la de la niña mencionada. ƑQué de verdad nadie puede parar esta locura colectiva?
Presidente de El Colegio de la Frontera Norte