Premeditado, el ataque contra los corresponsales de Al Jazeera
El asesinato de periodistas, para limpiar de testigos incómodos el genocidio que viene
El Pentágono debe dejar de considerarlos como blancos: organismos de derechos humanos
BLANCHE PETRICH
Los periodistas que trabajan en la televisora qatarí Al Jazeera se volcaron en una sola interpretación de la acción militar perpetrada por un cazabombardero estadunidense que disparó dos misiles contra el edificio donde la empresa tiene sus oficinas, matando al corresponsal Tarik Ayoubi; esto fue, sin duda, un asesinato, y el móvil del crimen está a la vista: limpiar de testigos incómodos el escenario del genocidio en curso.
Había indicios de que fue, en efecto, un ataque intencional, premeditado. Tarik, protegido con un casco, un chaleco antibalas y pertrechado en un pequeño semicírculo de costales de arena se preparaba para una transmisión en vivo en la azotea del inmueble cuando apareció en el horizonte el avión. No tuvo tiempo de correr.
Después de los dos primeros golpes de Tomahawks, que destruyeron los pisos superiores del edificio, justo cuando la aeronave hizo un semicírculo en el cielo y regresó para dejar caer otra tanda de cohetes. Esa segunda vez los misiles fueron dirigidos en contra de las oficinas de otra televisora, la Abu Dhabi, de Emiratos Arabes Unidos.
"En esta ocasión no puedo ser objetivo, porque sin tener la intención Estados Unidos nos ha arrastrado a formar parte del conflicto. Nos pusieron en la mira de sus bombardeos como un blanco militar, porque los estadunidenses no quieren que nadie denuncie ante el mundo los crímenes que están cometiendo aquí", comentó aún temblando por la impresión uno de los corresponsales en Bagdad, Majed Abdel Hadi.
Esta opinión acusatoria se generalizó co-mo un eco, primero entre los compañeros de la televisora que regresaron a los escombros de su oficina para recoger el cuerpo del colega caído, luego entre los periodistas de otros medios árabes y, finalmente, entre los organismos de defensa de derechos humanos y de protección del gremio periodístico.
El Pentágono, reclamaron todos ellos en cartas y pronunciamientos que llovieron en el comando central de Doha y en Washington, debe dejar de considerar a los corresponsales como blancos militares. Por la Internet creció la denuncia: ésta no fue una muerte accidental.
La denuncia empezaba a tomar vuelo cuando, pocas horas después, otro flanco del ejército estadunidense disparaba dos potentes cañonazos contra los pisos altos del hotel Palestina. Instantáneamente murió el fotógrafo de la agencia Reuters, el ucraniano Taras Protsyuk. El camarógrafo español José Couso fue trasladado muy grave al hospital donde, después de una cirugía, fa-lleció. Otros tres profesionales del periodismo fueron heridos.
Sobre la primera acción, las autoridades militares estadunidenses no se dignaron a ofrecer explicación alguna a las televisoras Al Jazeera y Abu Dhabi. Sobre el segundo atentado, la primera "explicación" brindada por el vocero del comando central en Doha, Vince Brooks, es que el tanque de la infantería había respondido a un francotirador apostado en los altos del hotel.
Como las televisoras BBC y TV France desmintieron con pruebas esta versión, la vocera del Departamento de Defensa en Washington, Victoria Clarke, salió con una explicación que apenas oculta la amenaza: "Personalmente he sostenido alrededor de 300 conversaciones individuales con em-presas periodísticas, con jefes de prensa y con algunos corresponsales, y en esencia les digo a todos lo mismo: la guerra es un negocio muy pero muy peligroso. Y ustedes están en una zona de guerra".
Pasado el primer impacto después de estos dos atentados directos contra periodistas, la jornada bélica continuó su curso en las pantallas de los grandes consorcios estadunidenses y británicos. El bombardeo contra las cadenas por satélite árabes fue jerarquizado como una noticia menor en las barras informativas, y el ataque al hotel Palestina fue aderezado con todo tipo de reacciones de los medios de comunicación, los países y el entorno familiar de los periodistas europeos.
Tarik Ayoubi y su compañero camarógrafo Zuheir Iraqi, que resultó herido por las esquirlas, pronto fueron olvidados en el fragor de la batalla, es decir, en las pantallas de Occidente.
Pero en el mundo árabe este asesinato a un periodista de una cadena que cuenta con mas de 60 mil abonados en la región elevó varios grados el nivel de la ira que se em-pieza a extender incontrolable en contra de Estados Unidos y Gran Bretaña.
Norman Solomon, del Instituto por la Veracidad de la Opinión Pública, señalaba en un artículo de opinión que publica la página web de Al Jazeera que para guiar con precisión militar la cobertura periodística de esta guerra, la criatura consentida de George W. Bush, el gobierno estadunidense tomó todo tipo de previsiones e invirtió cualquier cantidad de recursos. En coinversión, el gobierno y los medios de comunicación corporativos de Estados Unidos crearon entonces, describe Solomon, una coproductora de fantasías.
Así se han fabricado las hollywoodescas escenas que nos han regalado estos días los gigantes de la pantalla chica.
La más reciente adornaba el portal de mediodía de la CNN: el artillero que grita "šésta fue la buena!", al observar uno de los descomunales bombazos que redujeron a polvo el complejo de oficinas donde su-puestamente -siempre quedará la duda- quedó enterrado el villano Saddam Hussein y algunos de los integrantes de la docena sucia, la lista de hombres a asesinar que definió el jefe del Pentágono, Donald Rumsfeld, en su escritorio en Washington.
Además de glorificar a los soldados invasores y sus pequeñas miserias, el manejo periodístico tendría también que haber sesgado la imagen de los iraquíes, aportando elementos para construirles una sutil imagen de perversos. Y desde luego, había que hacer parecer irrelevantes las bajas de iraquíes, tan numerosas que la propia Cruz Roja ha renunciado contabilizarlas.
Todo podía haber marchado de maravilla. Pero los coproductores de la guerra fantástica estaban aprehensivos ante la presencia del enfant terrible del Medio Oriente.
Al Jazeera no es un proyecto alternativo ni mucho menos. Es una empresa exitosa de creciente influencia. Poco antes de la guerra en Irak, la cadena experimentó un fenómeno de éxito comercial al registrar en poco más de dos semanas un flujo de 4 millones de suscriptores a su recién estrenada señal por cable en idioma inglés.
En el pasado reciente esta televisora ya había dado muestras de que una visión diferente a la de los consorcios podía romper barreras y llegar a franjas importantes de televidentes. Eso fue lo que hizo en Afganistán, relatando en alto contraste con la versión estadunidense el fin del régimen talibán bajo las bombas del Pentágono.
Y ya había sufrido su escarmiento. En 2001 la oficina de Al Jazeera en Kabul fue totalmente destruida por un bombardero estadunidense. El autor del atentado nunca intentó ocultar sus huellas. Más aún, 10 mi-nutos antes de atacar avisó a la oficina. Así los periodistas desplegados en Afganistán salvaron la vida.
Seleccionar a medios de prensa como blancos militares no es práctica ajena para el ejército estadunidense. Dos años antes del ataque en Kabul, su aviación bombardeó la sede de la televisión serbia en Belgrado, causando la muerte de 16 civiles.
Los militares aceptaron haber sido los autores del crimen, seguros de su impunidad. Argumentaron que desde su señal los periodistas serbios enviaban mensajes que "incitaban a la población albano kosovense".
Y ya en el contexto de esta nueva guerra perpetró dos ataques más contra medios de prensa árabes. Primero fue Al Jazeera. Su oficina en Basora fue bombardeada. Antes, altos jefes militares e inclusive el secretario de Estado, Colin Powell, la habían descalificado. Y después fue la televisión iraquí. Nuevamente fue un crimen confeso. La justificación fue que la señal local "enviaba mensajes cifrados de ánimo a los milicianos de la resistencia".
Previendo la agresión que finalmente se consumó, Jihad Ballout pidió la semana pasada al gobierno de Estados Unidos "un esfuerzo para respetar su libertad de expresión". La respuesta llegó ayer, por aire.
El efecto de los dos atentados contra la prensa se dejó sentir. Pocos testigos salieron a las calles a comprobar los estragos en uno de los peores días de esta cruenta historia que aún no termina.