MAR DE HISTORIAS
Amor eterno
CRISTINA PACHECO
En la fábrica de mochilas y bolsas suena una grabadora.
La voz de Juan Gabriel apenas logra imponerse a los niveles de ruido que
producen las cortadoras operadas por Eusebio y José. Cerca de ellos,
Hilario, un niño de 14 años, mide y prueba cierres. En el
área de costura y perforado se encuentran las mujeres: Nidia, embarazada
de siete meses; Margarita, a quien apodan La Medianoche a causa
del lunar que cubre su mejilla izquierda, y Rubí, madre soltera
de tres hijos, famosa por su memoria musical.
Con frecuencia, para desterrar el agobio del trabajo,
Hilario gira al azar el botón de la radio, lo detiene allí
donde escucha a un vocalista de moda y reta a su amiga: "A ver, cántala".
A Rubí le toma unos segundos recordar la letra de cumbias, corridos
y boleros. Desde que supo que Juan Gabriel había escrito Amor
eterno en memoria de su madre, la hizo su canción predilecta
porque le recuerda su propia pérdida. A diario llora la muerte de
doña Isaura, piensa que si su mamá viviera al menos Rubí
tendría quien le cuidara a sus hijos: Karen, Lorena y Julián.
Por más que Rubí intente disimularlo, Julián es su
predilecto. Tiene las facciones de Esteban, el único hombre al que
ella se entregó por amor. De sus otras parejas nunca se acuerda
y si acaso los tiene presentes es porque le hicieron dos hijas a las que
mira crecer con ternura y cierta indiferencia.
Con Julián es distinto: quiere verlo encumbrarse,
convertirse en alguien, a lo mejor en un cantante célebre. ¿Por
qué no? El muchacho heredó su voz y tiene el rostro y la
figura hermosos de su padre. Cuando ve a Julián acuclillado en la
covacha donde se bañan con manguera y cubeta, la asalta el recuerdo
de Esteban y se pregunta si algún día volverá.
II
"...para seguir amándote..." Al entonar la última
frase de Amor eterno Rubí tiene los ojos húmedos.
Sus compañeros celebran su emotividad. Margarita insiste en que
debió dedicarse a la música y Nidia se frota el vientre,
segura de que los movimientos de su hijo se deben a la emoción de
haber oído la canción.
De pronto escuchan el silbido de Lorenzo, el portero electricista
que está en el zaguán revisando los fusibles. Hilario sale
a ver: "¿Qué onda?" "Aquí está Karen. Necesita
hablar con su mamá. ¿Que suba? Rubí apaga su máquina
y murmura: "Segurito que otra vez se le olvidaron las llaves".
Fastidiada, va a la puerta y allí espera a su hija
mayor: "¿Qué no sabes que estoy trabajando?" La niña
retrocede y murmura: "Es que..." Rubí se lleva las manos al pecho:
"¿Dónde está tu hermana?" En vez de contestar, Karen
le entrega a su madre una hoja de cuaderno. "Y esto ¿qu'es?", pregunta
Rubí mientras recorre la torpe escritura. Su gesto se descompone
cuando al final ve el nombre de Julián.
III
Rodeada por sus compañeros de trabajo, Rubí
oye a Margarita leer la carta que hace unos minutos le entregó Karen:
"Muy querida mamá: le escribo para informarle que
me voy a Estados Unidos. Lo decidí hace tiempo, pero no se lo dije
personalmente porque la conozco y sé que no me hubiera dado su bendición.
No se mortifique, no hice nada malo. En la central conocí a un paisano
que me llevará, junto con otros, hasta Laredo, Texas. Si logramos
pasar, él ya nos tiene apalabrado trabajo en una fábrica
de Houston. El paisano dice que allí hay chance de que nos ganemos
algo así como 600 pesos diarios, lo que usté gana en 15 días,
¿se imagina?
"Los primeros meses no voy a poder mandarle mucho dinero
porque antes tengo que pagarle al paisano por el servicio: 15 mil varos,
más lo del pasaje en camión. Ya luego será distinto.
Pídale a Dios que me vaya bien para que usted y mis hermanas puedan
cambiarse a un lugar donde no estemos todos hechos bolas y viviendo como
puercos. En cuanto pueda volveré a escribirle, pero si me tardo
prométame que no va a ponerse triste. Le juro que regresaré
porque también la quiero mucho y porque sé que cuando me
mira piensa en mi papá. Eso siempre la hace cantar muy bonito. Julián".
Margarita concluye la lectura entre lágrimas. Eusebio
se frota los brazos tatuados: "Está cañón, con eso
de la guerra". José interviene: "Pero a Julián no pueden
enrolarlo porque es menor de edad y además va de ilegal. ¿O
qué, lleva papeles?" Rubí se enjuga el llanto y mueve la
cabeza: "No sé nada". Se vuelve hacia Karen -que sigue inmóvil
en la puerta, como si temiera acercarse al círculo de allegados
a su madre-: "¿Te fijaste si está su ropa en el cuarto?"
La voz de la niña tiembla: "No falta nada, ni su chamarra". Hilario
murmura: "Y por allá, donde hace tanto frío". Nidia se acaricia
el vientre: "A m'hijo, cuando nazca, ¿qué le tocará?"
Eusebio suelta una risa corta: "Mejor ni pensarlo. Vamos a trabajar".
Margarita deja la carta en la mesa y, como el resto de
los trabajadores, vuelve a su sitio. Se escuchan los motores, pero en seguida
vuelven a apagarse. Eusebio maldice cuando oye la explicación que
Lorenzo grita desde el zaguán: "Se fregaron otra vez los fusibles.
Voy a la tlapalería del Eje. Me tardaré como media hora".
Rubí toma la carta, la guarda entre sus ropas y sale del taller.
IV
En la puerta de la casona transformada en ruina infame
y vecindad se encuentra Lorena. Al ver a su madre le informa: "Julián
no ha vuelto". Rubí la mira con rabia y sigue hasta su vivienda,
un cuarto sin ventana ni puerta, improvisado bajo el relleno de la escalera.
El techo, recubierto con lienzos de plástico, amenaza con derrumbarse.
Una pared soporta un trastero; en la otra, sobre la cama, hay ropa y toallas
húmedas.
El tercer muro desaparece bajo infinidad de recortes,
carteles, chicherías, fotos. Rubí se acerca, los desprende
uno por uno y los arroja a la cama donde está la chamarra negra
de Julián. Lorena le pregunta qué busca. Rubí, con
la cara congestionada y los ojos brillantes, le responde impaciente: "El
retrato de Ana Luisa Peluffo, el que le autografió a Julián
a la salida del Auditorio, ¿te acuerdas?"
Rubí da media vuelta, aparta la cortina que protege
la entrada a su vivienda y se dirige a sus vecinas: "Julián dice
que cuando me río soy igualita a la Peluffo. ¿Ustedes creen?"
Se escuchan risas aisladas y rumor de palabras que se confunden con el
ladrido de un perro y el canto de un pájaro enjaulado. "M'hijo tan
loco, se llevó el retrato de Ana Luisa para acordarse de mí.
En cuanto pueda me voy a tomar una foto para mandársela". "Sí,
mándesela, pero antes piense en sus niñas, ellas también
la necesitan", dice una muchacha de brazos desnudos que se inclina sobre
el lavadero. El rumor del agua es como una señal: las mujeres se
dispersan y entran en sus viviendas para continuar sus labores. Karen y
Lorena permanecen junto a su madre. Ella las mira con desánimo:
"Tengo que volver a la fábrica. Ustedes ya no salgan, a lo mejor
Julián cambia de opinión y regresa. Entonces corran a avisarme.
No se les olvide".
V
Rubí tropieza con el electricista y pasa de largo
hacia el taller. Allí las máquinas que cortan, doblan, remachan
y cosen funcionan a un mismo ritmo. Apresurada, Rubí se instala
en su sitio: "¿Vino el patrón?" Hilario niega con la cabeza
y ella vuelve a preguntar: "¿Me tardé mucho?" Esteban le
guiña el ojo: "No, pero apúrate porque ya no tardan en llegar
por el pedido".
Rubí obedece, pero no logra concentrarse en la
máquina perforadora. Sigue hundida en el hueco que dejó la
ausencia de Julián. Se pregunta dónde estará. En ese
instante aparecen sus dos hijas. Sonríe, segura de que han ido para
anunciarle el retorno del fugitivo. Su expresión de dicha se desvanece
cuando Karen le muestra la foto autografiada de Ana Luisa Peluffo: "Julián
no se la llevó. La encontramos en su chamarra". Lorena continúa:
"¿La guardas o la clavamos otra vez en la pared?"