Adolfo Gilly
Una declaración universal contra la guerra
La invasión de Irak por parte de los ejércitos
de Estados Unidos y Gran Bretaña, violando las resoluciones y mandatos
del Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas (ONU),
está pisoteando y destruyendo todos y cada uno de los 30 artículos
de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada por
Naciones Unidas en diciembre de 1948 como uno de los documentos fundantes
de su existencia. De los horrores de las dos guerras mundiales del siglo
XX surgió la necesidad de afirmar que si va a existir una comunidad
mundial de naciones, ésta debe sustentarse en una comunidad de derechos
iguales para todos sus individuos, para cada ser humano único y
distinto sobre la faz de la tierra, como lo imaginó primero la modernidad
iluminista.
Ese documento, notable en su contenido y nunca respetado
en su totalidad por los distintos poderes de este mundo, era, sin embargo,
punto de referencia, afirmación ideal de principios a la cual era
posible remitirse contra las dictaduras, los agresores, los hambreadores,
los destructores y los estranguladores financieros de países y de
seres humanos. Ese documento ahora ha sido arrasado y vaciado de contenido
por las potencias invasoras y sus cómplices.
¿Quién puede ya invocar como referencia
la Declaración Universal de los Derechos Humanos, cuando la institución
que la proclamó, Naciones Unidas, es un organismo cuyos integrantes
no se atreven a enfrentar a los agresores, a exigir el retiro de todas
las tropas extranjeras de Irak, a condenar a los gobiernos fuera de la
ley que pasaron por encima de las resoluciones del Consejo de Seguridad
y declararon a éste "incapaz de hacerse cargo de sus responsabilidades"?
Vergonzosamente, en cambio, las potencias europeas empiezan a defender
la participación de sus empresas en la futura "reconstrucción
de Irak". Mientras los iraquíes están defendiendo Bagdad
del invasor, esos gobiernos discuten el reparto de los futuros despojos
con quienes bombardean la ciudad y el país entero.
Este
momento de vergüenza universal de los gobiernos, comenzando por los
de la Liga Arabe, sólo es comparable al Pacto de no Intervención
en la guerra civil española, cuando Barcelona era bombardeada por
la aviación de Hitler y de Mussolini, y las grandes potencias "democráticas"
bloqueaban el envío de armas y de ayuda al gobierno legal de la
República. No tardaron en pagar muy cara su hipocresía.
Sólo México, entonces, se alzó para
romper el bloqueo, enviar ayuda y armas, recibir refugiados sin pedir nada
a cambio ni intervenir en la política de la República, como
por el contrario lo hizo Stalin con funestas consecuencias. Sólo
México, como lo hizo con Etiopía, con Checoslovaquia, con
Austria y con Finlandia. Eran el México y el gobierno de Lázaro
Cárdenas. No era una potencia mundial, no era la "novena economía
del mundo". Estaba bajo la presión inmediata de Gran Bretaña
y de Estados Unidos por la reforma agraria y la expropiación petrolera.
Ese gobierno nomás tenía decencia y dignidad, y un pueblo
que por eso lo apoyaba.
Estos son otros tiempos y otros gobiernos en México,
como puede verse por la escurridiza declaración del representante
del presidente Vicente Fox en la pasada reunión del Consejo de Seguridad.
Es inútil que se hagan patos. La ira del ogro de todos modos
se los cobrará. Ese ogro nunca olvidó nada y ahora, además,
tiene una impecable memoria digital que todo lo registra y lo almacena
(aunque no le sirvió para darse cuenta de que los iraquíes,
con todo y el abominable Saddam Hussein, son guerreros del desierto que
iban a defender palmo a palmo su territorio, resueltos a morir a 100 por
uno si el caso llegara).
El gran hecho nuevo, sin embargo, es el movimiento universal
contra la guerra y contra la invasión que en todos los países,
a comenzar por el mismo Estados Unidos, se moviliza en estos días
y sigue creciendo. Esta es la globalización desde adentro y desde
abajo, la universalización de deseos y propósitos germinados
y acumulados en la resistencia al neoliberalismo, la convicción
cada vez más extendida de que, sí, otro mundo es posible
y depende de nosotros, no de las peticiones a los poderes existentes o
de las declaraciones de los representantes parlamentarios y sus similares.
Este es un movimiento de voluntades e ideas que no se
había visto antes, surgido de la condena a la guerra, pero también
del anhelo de paz, de libertades, de trabajo seguro y protegido, de disfrute
pleno de la vida para todos los seres humanos, de que ya es hora universal
de reparar con justicia los agravios y de afirmar nuestros derechos, esos
derechos que o bien son los mismos e iguales para todos los seres humanos
-eso es la globalización de los derechos- o de lo contrario no existen
para nadie.
"Un agravio contra uno es un agravio contra todos", decía
el lema de los Industrial Workers of the World en Estados Unidos, allá
por los inicios del siglo XX. Ese lema hoy parece flotar como un espíritu
inquieto, sonriente y vengador sobre las multitudinarias manifestaciones
de indignación e ira que recorren las ciudades del mundo. Esta es
nuestra globalización de las resistencias.
Si los derechos universales de los seres humanos van a
existir, ya no vendrán de la declaración histórica
de 1948 en Naciones Unidas. Vendrán ahora de la globalización
de los movimientos y de las resistencias. Será entonces una globalización
de los derechos, surgida no de las instituciones, sino desde adentro y
desde abajo de los pueblos movilizados contra la guerra y las barbaries
interminables del capital. Es un camino largo y difícil, pues los
poderes del mundo están en contra o, en el menos peor de los casos,
esconden la cabeza como patos para que no se las vuele el escopetazo.
Muchos hemos recibido, el 27 de marzo, lo que podría
ser un primer esbozo de nuestra declaración universal de los derechos,
que es, a la vez, una declaración de voluntades y propósitos.
Es un documento de ideas que al mismo tiempo se propone contribuir a organizar
la resistencia. Entre sus primeros firmantes están Noam Chomsky,
Tariq Ali, Eduardo Galeano, Vittorio Agnoletto, Arundhati Roy, Howard Zinn,
Saul Landau, Boris Kagarlitsky, Roberto Savio, Tom Hayden, Dennis Brutis,
Joanne Landy, Elena Blanco, Ezequiel Adamovsky y otros, no pocos de ellos
son colaboradores en las páginas de La Jornada.
La presentación del documento, firmada por sus
iniciadores, dice que es preciso "construir un movimiento lo suficientemente
fuerte como para detener la guerra en Irak o para impedir una próxima
guerra en Siria o Irán o Venezuela", y que para ello el principal
factor es movilizar una cantidad grande de participantes y crecer sin cesar.
Además de manifestar, dice el texto de presentación, "debemos
hablar a la gente, escuchar sus dudas, sus confusiones y sus percepciones,
y debemos dar una visión alternativa capaz de generar una solidaridad
crítica duradera. Tenemos que dirigirnos a la gente cuyas direcciones
no tenemos. Tenemos que ir de puerta en puerta en los barrios y en los
dormitorios urbanos, y tenemos que hacerlo una y otra vez. Tenemos que
hablar con nuestros compañeros de trabajo, con la gente que encontramos
en los mercados y tiendas, con nuestros vecinos, y con quien está
a nuestro lado en el aula o en la iglesia o en donde fuere. Tenemos que
organizar".
Los convocantes proponen como medio de acceso a la gente
y de movilización de las voluntades contra la guerra -contra esta
guerra, dicen, pero también contra las que se están preparando-
reunir firmas en torno a una declaración amplia, para tener alcance
internacional, y concreta, para responder a los anhelos de muchos millones
que hoy están contra la guerra y que, además de manifestar
o protestar, quieren reunirse en torno a motivos y aspiraciones que todos
comparten, quieren comprometer su voz y su voluntad en primera persona.
Se trata de una declaración de voluntades individuales,
en la que cada uno habla en su propio nombre y se une a los demás
por encima de las fronteras para afirmar: "Estoy por la paz y la justicia".
En sus primeros dos días ha reunido ya 20 mil firmas provenientes
de 157 países. En la página siguiente se publica el texto
completo de la declaración.
Creo que en estos días excepcionales ella puede
ser uno de los varios orígenes de la nueva Declaración Universal
de los Derechos Humanos en este siglo XXI, una declaración surgida
desde adentro, desde abajo y desde cada uno de nosotros. Me atrevo desde
aquí a pedir la firma de todos y todas, y a solicitar que la reproduzcan,
la hagan circular, la envíen por correo electrónico o del
otro, la discutan y la celebren. En especial, me atrevo a pedir la firma
del subcomandante Marcos y de los integrantes del CCRI del EZLN.
Aun sabiendo los riesgos acrecentados que corren, muchos esperan de ellos
y de sus voces sumadas a las de todos los demás, pues saben que
también la rebelión de las comunidades indígenas de
Chiapas, desde hace ya 10 años, ha sido una de las raíces
de esta resistencia universal.