Víctor Quintana
No encerrarse en Bucareli
El centro tiende a predominar sobre la periferia, el poder sobre el movimiento; la institución sobre la dinámica transformadora; el orden estático sobre la creatividad vital. Como diría Alberoni, la institucionalización del carisma viene a sofocar la euforia del estado naciente, que incluso este autor equipara al enamoramiento.
Este proceso, tal vez inexorable, esta especie de ley de hierro de los movimientos sociales amenaza con acelerarse en el caso del movimiento campesino actual de no operarse cambios firmes en el proceso que está llevando.
El 31 de enero marca el momento más alto de la protesta campesina. La periferia se apodera del centro. Convergen en la Ciudad de México los movimientos generados desde noviembre en todas las regiones del país. La diversidad de agravios, la variedad de impactos y deterioros producidos por las políticas de ajuste en los últimos años en la milpa, en el cafetal, en el corral, en el potrero, en el pueblo, se hacen presentes en la manta, en la consigna, en la multitud que marcha desde el Angel hasta el Zócalo. Los capitalinos endosan el movimiento. Son testigos entusiastas de que de veras el campo no aguanta más.
Vienen luego las mesas del diálogo. Alguien dirá que cuando los movimientos son muy combativos, hay que aplicarles la cuádruple "d": dialogar, desmovilizar, desactivar, derrotar. Si bien el diálogo se hace necesario y mal se haría si se rechaza, no se evalúan el escenario, el formato, la secuencia, la duración y el impacto que pueden tener en la todavía vigorosa movilización. Así, el momento anticlimático llega tal vez demasiado pronto: la dinámica se centraliza, se mueve sólo el centro, se paraliza la periferia.
Sin embargo, no puede negarse que con todo y desmovilización, se obtienen algunos saldos políticos: como nunca se abre un espacio de expresión de inconformidades, de análisis, de diagnóstico y de propuesta sobre la problemática rural. Hablan todos los que quieren, pero ni el gobierno por su prejuicios de origen, ni las organizaciones campesinas por sus limitaciones logísticas, pueden recoger toda la riqueza de opinión vertida estos días en Lecumberri.
Llega entonces el momento de volver rápido a la periferia, de llevar a las bases lo más importante de las mesas; de compartir con ellas las propuestas más pertinentes, de construir desde abajo las posturas para la negociación final. Pero la centralización vuelve a predominar. Y el momento se vuelve polivalente: por un lado continúa la desmovilización agudizada por la confusión que produce la propaganda foxista sobre el diálogo. Por otro, las organizaciones campesinas, a saber, el Consejo Agrario Permanente, la CNC, El Barzón y el Movimiento el campo no aguanta más, logran algo inédito: ponerse de acuerdo. Logran construir una postura única y expresarla en un documento sólido y coherente que plantea contundentemente la necesidad de que el país construya su soberanía alimentaria con campesinos y campesinas y proponen una reforma estructural de largo aliento para el campo mexicano, con dos componentes básicos: una política integral de fomento productivo y una política de desarrollo social que haga realidad la paridad en derechos de los habitantes del campo con los de la ciudad. Plantean, además, la necesidad de revisar el TLCAN y sacar del mismo el maíz y el frijol y urgen una serie de medidas de emergencia para comenzar de inmediato el rescate de nuestra agricultura. Toda la propuesta de los cuatro agrupamientos campesinos viene a darle contenido a un nuevo pacto del gobierno con la sociedad rural.
Eso es lo que ahora se negocia y está sobre la mesa en las negociaciones entre gobierno federal y organizaciones campesinas. Pero la llegada a buen puerto de las negociaciones para los hombres y las mujeres del campo no depende sólo de las habilidades dialécticas o retóricas de sus representantes. Depende, sobre todo, que la propuesta o el borrador del acuerdo final no se quede encerrado en Bucareli, sino que sea devuelto a la fuente de donde brotó: a la periferia rural de este país, a los campesinos que con sus acciones y movilizaciones le dieron carne y huesos y sangre a esta propuesta. Son ellos quienes tienen la última palabra sobre el acuerdo que les propongan sus negociadores. Ninguna urgencia del Gobierno ha de imponerse a la necesidad de que las organizaciones consulten con los campesinos. El que por fin ahora sean ellos los que decidan es la única forma de iniciar una nueva para el campo mexicano.