Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 25 de marzo de 2003
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Política

Luis Hernández Navarro

La multitud contra el Imperio

En el desierto de la guerra, la primavera de los misiles ha sido desafiada por la multitud que resiste en las calles. En el reino del terror, la pretensión de refundar el futuro a fuerza de choques e intimidación se ha topado con el deseo de vivir la historia sacando a la guerra de la historia.

La novedad de la nueva conquista del Medio Oriente no es la tormenta de fuego que Washington ha lanzado sobre Bagdad, sino la revuelta global contra los designios del Imperio. La originalidad de la segunda guerra del Golfo no es su pretensión de inventar un mundo a imagen y semejanza de Star Wars o Play Station, sino la desobediencia planetaria de la gleba contra los barones y condes de la Lockheed Martin, de la Boeing, de la Bae Systems, de la Raytheon y demás fabricantes de armas.

Lo inédito en la contienda informativa que fabrica el consenso no es el refinamiento y la sofisticación mediante los cuales los medios de comunicación electrónicos glorifican la ofensiva bélica, sino cómo los ciudadanos de a pie han cavado trincheras informáticas contra el manejo orwelliano de la información y cómo obligan a las grandes cadenas televisivas a registrar su revuelta. El acontecimiento en esta guerra no es la repetición inexorable de la máxima que recuerda que la primera baja en toda guerra es la verdad, sino cómo el volumen y la amplitud de las voces que la repudian han podido escucharse.

Lo excepcional de esta conquista territorial no es cómo quienes la ha declarado invocan el nombre de Dios, sino cómo millones de creyentes de todas las religiones y en todo el mundo la viven como una situación límite, inadmisible e indignante, a la que deben enfrentar urgentemente. Su disyuntiva es vital, impostergable: o con la humanidad o con la guerra, con la escalada bélica guerrera o con el otro mundo que es posible.

Lo sorprendente no es que haya quienes se envuelven en la bandera estadunidense para apoyar a sus tropas, sino los miles de desobedientes que protestan haciéndose arrestar entre vítores y aplausos de sus compañeros porque, siguiendo a Henry Thoreau, piensan que "en un Estado que encarcela injustamente, el lugar del hombre justo es también la cárcel". Lo asombroso no es la fiebre patriótica que las primeras acciones armadas han provocado en Nueva York, sino los habitantes que toman sus calles para exigir paz y decir a la policía que impide su paso: "En septiembre fueron nuestros héroes, no se vuelvan nuestros villanos".

La multitud contra el Imperio. Ante el anhelo de la Casa Blanca de pintar el mundo con el gris de la muerte y la destrucción y con el azul y rojo de sus barras y estrellas, el Pueblo de Seattle, el que ha dicho no a la globalización neoliberal, se convirtió en el Pueblo del Arcoiris para defender la diversidad y creatividad de un planeta iluminado por todas las tonalidades, que van del infrarrojo al ultravioleta.

George W. Bush es el gran solitario en Palacio. Más que las encuestas, la medida del aislamiento de su gobierno es la cantidad de vallas y rejas que protegen, del reclamo de paz, embajadas y consulados estadunidenses a lo largo y ancho del planeta.

José María Aznar, Silvio Berlusconi, Tony Blair viven la orfandad de los gerentes. Más que los sondeos de opinión, la escala para calibrar la soledad de esos gobernantes "democráticos" que se han sumado o han dado su apoyo a la cruzada imperial es el número de policías, los gases lacrimógenos, los chorros de agua y las balas de goma que han tenido que interponer entre sus decisiones y los sentimientos antibélicos de sus "gobernados".

Los parias de la tierra han desertado de la convocatoria a la guerra. Han renunciado a vivir el espejismo de hacerse grandes atendiendo al sonido de las fanfarrias marciales. Han rechazado sumergirse de lleno en el opio belicista. Han puesto en marcha un éxodo masivo a toda tentación militarista. Han hecho nacer un movimiento que las grandes empresas no pueden comercializar, una marca que no tiene dueño ni patente. Han convertido al Estado más poderoso del planeta, el que escogió no ser querido sino ser temido, en un Estado miserable.

Sí, lo nuevo de esta aventura colonial no es la exhibición de poderío del Tío Sam, sino la furia, la rabia, el coraje, la indignación de quienes la objetan. Unos rezan, otros prenden velas, varios bailan, algunos más lanzan piedras, otros han escogido no comprar productos made in USA, muchos gritan. No se cansan, no se desilusionan. Una protesta sigue a la otra. El movimiento no se desdibuja.

La paz se ha convertido en una causa universal. Quienes se encuentran en primera fila en este combate son los jóvenes. En el desierto de la guerra, la chispa que alimenta e ilumina a quienes la objetan no se apaga. Hay motivos para tener esperanza.

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