Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 22 de marzo de 2003
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Cultura

Elena Poniatowska/ II

En gustos se comen géneros

Pita Amor, la undécima musa, se consideraba superior a Sor Juana por el solo hecho de que Sor Juana estaba muerta y ella viva. Comparaba su poesía a la de Juana de Asbaje, quien escribió:

 

''Siento una grave agonía

por lograr un devaneo,

que empieza como deseo,

y para en melancolía."

 

La propia Pita hizo un soneto que trata el mismo tema:

 

''Ha muerto ya la esperanza

cesó también la agonía

queda la melancolía

y alguna vez la venganza."

 

En casa de Leonora Carrington, la tetera de agua caliente hierve casi todo el día, pues como toda buena inglesa, bebe té y lo sirve en una tetera que arropa con una capucha para mantenerla caliente. Leonora tiene, con el arte del buen comer, una relación surrealista. Por ella aprendí a hacer compost, es decir, a meter en una maceta junto con la tierra todas las sobras orgánicas, desde hojas de té y asientos de café hasta cáscaras de fruta que sirven para fertilizarla.

Leonora ha merendado al arzobispo de Canterbury en mole verde. Los personajes de su obra de teatro La invención del mole son Nezahualcóyotl, el arzobispo, el amigo de Nezahualcóyotl, la gran bruja Tlaxculhuichilaquitle y un par de criadas. Esta obra se presentó por última vez en el auditorio Rufino Tamayo del Museo Tamayo el 14 de noviembre de 2000.

Alguna noche que Leonora me invitó a cenar, había cocinado con tres días de anticipación un mole poblano al que iba añadiendo ingredientes a medida que pasaba el tiempo. Como las brujas de Macbeth, flotaban en esa oscura preparación toda clase de pecados veniales y mortales. Cada vez que tomaba yo una cucharada podía escuchar al mole caer hasta mi estómago, clunk, clunk, clunk, clunk. A la hora de los postres, Leonora ordenó: Chicky, get the dessert, y Chicky se subió en una silla a bajar de lo alto del ropero unas tabletas de chocolate, Crunch-crunch, Nestlé y Tin Larín. A mí me tocó un Milky Way del que todavía me acuerdo, porque perdí las dos muelas del juicio.

Este mole que no era de pepita de calabaza sino de chocolate, se remonta a La puerta de piedra, libro de Leonora que leí traducido del inglés al francés por Henri Parisot. Tiene un notable parecido con lo que me sucedió en la cocina de la calle de Chihuahua número 194.

En el capítulo III, Leonora describe a un hombre gordo y una mujer que preparan un ragout de cordero al que le echan ingredientes según su fantasía. La grasa rojiza en la superficie del guisado estalla en burbujas como la lava de un volcán en erupción. Voy a añadirle algunas ciruelas y uvas, dice el hombre moviendo la mezcla; el sabor será exquisito si le echamos crema, porque lo encuentro un poquito ácido. La mujer asintió y siguió buscando la pimienta.

-ƑQué dirías si le pongo un poco de ajo y de jamón crudo? El sabor del borrego es muy fuerte y domina el resto como el bajo domina la melodía en una orquesta de arpas.

-Digo que siempre haces lo que te da la gana por encima de lo que yo te diga. No sé entonces por qué me consultas -respondió la mujer que había encontrado la pimienta y la sacudía vigorosamente sobre el guisado espeso e hirviente.

-No es verdad -protestó el hombre- porque si yo hiciera siempre lo que se me antoja, ya nos habríamos separado hace años.

Para Leonora ''cocinar puede convertirse en una complicación tan sutil como la de las más altas y abstrusas matemáticas; la misma precisión y la misma fineza de cálculo son esenciales en un platillo equilibrado. Un simple kilo de borrego preparado por dedos expertos puede evocar, para un paladar convenientemente educado, las verdes colinas del paraíso. El sabor posee un sistema de éxtasis y de filosofía que le es propio y de ninguna manera inferior a los dones de los otros cuatro sentidos".

(...)

El cocinero gordo le preguntó a su mujer:

-ƑDónde están los jitomates?

Ella rascó con la cuchara el fondo de la olla a través de la salsa untuosa que ya manifestaba una tendencia a pegarse.

-ƑPor qué se llama a los jitomates manzanas de amor? -preguntó el gordo.

-Sin duda por el oscuro parecido que tienen con ciertas partes innombrables de la anatomía masculina.

-Tienes razón -dijo ella. Gordas y maduras son del mismo rojo que las lacas chinas.

El cocinero gordo se sobresaltó y dejó caer su cuchara de madera y ésta salpicó con grasa de borrego la parte baja de su pantalón.

Hasta aquí Leonora Carrington.

Rosario Castellanos, en Lección de cocina, no es menos gráfica que la extraordinaria pintora. De regreso de su viaje de bodas, prepara para su marido, en una cocina resplandeciente, un pedazo de carne roja como si estuviera a punto de echarse a sangrar, y mientras sigue manando sangre la recién casada recuerda su luna de miel. ''Así teníamos la espalda mi marido y yo después de las orgiásticas asoleadas en las playas de Acapulco. El podía darse el lujo de 'portarse como quien es' y tenderse boca abajo para que no le rozara la piel dolorida. Pero yo, abnegada mujercita mexicana que nació como la paloma para el nido, sonreía a semejanza de Cuauhtémoc en el suplicio cuando dijo 'mi lecho no es de rosas y se volvió a callar'. Boca arriba soportaba no sólo mi propio peso sino el de él encima del mío. La postura clásica para hacer el amor. Y gemía, de desgarramiento, de placer. El gemido clásico. Mitos, mitos".

El filete sigue deformándose con la fuerza de la lumbre y Rosario concluye que de ella, Rosario Castellanos, puede decirse lo mismo que Ludwig Pfandl dijo de Sor Juana: ''pertenece a la clase de neuróticos cavilosos".

ƑQué comen los escritores? Monsiváis desde luego es un exiliado del paladar y lo único que le interesa y eso, muy tangencialmente, son los frijoles. De ahí en fuera, nada. Pueden servirle una copa de Mouton Rothschild, el líquido rojo rubí esperará inútilmente en la mesa sin que se digne probarlo. Nadie imagina las inmensas repercusiones políticas y sociales de la escasa pitanza monsivaisiana y la energía que le brindan esos frijoles que se lleva a la boca contándolos porque cada uno es una bala con destinatario.

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