Marta Tawil
Irak, Palestina y Estados Unidos
En la situación bélica que se vive por los ataques de Estados Unidos a Irak, la atención de la opinión pública mundial se enfoca hacia lo que ocurre en ese país y se desvía de lo que sucede en los territorios ocupados de Palestina. Ello ha sido y seguirá siendo posible por la labor de los medios de comunicación y la opinión de algunos académicos.
Desde que Napoleón invadió Egipto, pasando por el periodo de entre guerras, la guerra fría y el mundo unipolar de hoy, ha sido común escuchar y leer voces que reproducen la esencia del dogma orientalista que Edward Said criticara en su célebre obra. Los expertos en el arte de fabricar imágenes son perseverantes; lo más alarmante es que sus sugerencias e insinuaciones se presentan como verdades indiscutibles. Ante la invasión estadunidense a Irak, se venden como pan caliente.
Así, por ejemplo, en un número reciente de la revista Foreign Affairs, Fouad Ajami afirma en su artículo "Irak y el futuro de los árabes": "la motivación principal detrás de la labor de Estados Unidos en Irak debe ser modernizar al mundo árabe. Los lineamientos reformistas del poder hegemónico ofrecen una alternativa mejor a las perversiones, fobias y prohibiciones de la región".
Otro ilustre orientalista predilecto de Foreign Affairs es Barry Rubin. En un artículo que escribió a finales del año pasado bajo el título "Los verdaderos motivos del antiamericanismo árabe" revela al mundo la verdad: "la rabia de los árabes y los musulmanes contra Estados Unidos no tiene que ver con las políticas de este país (...) Promover el sentimiento antiestadunidense es simplemente la mejor manera que los líderes musulmanes tienen para distraer a sus poblaciones de los problemas internos".
Se podría hacer una larga lista de esos y otros clichés reciclados. Lo aterrador no es tanto su mediocridad, como el hecho de que muchos de quienes los elaboran asesoran a los políticos estadunidenses sobre temas de la región. De hecho, si se pone atención, el lenguaje de personas como Ajami o Rubin resuena en los discursos de George W. Bush y Tony Blair. El petróleo, nos dicen, no es el motivo por el que se ataca a una población de 25 millones de seres humanos; la razón principal es liberarlos de la dictadura y enseñarles el valor de la democracia y la modernización.
El tema del orientalismo y su ilustración con los ejemplos de Ajami y Rubin vienen a cuento porque en ambos se distinguen dos elementos presentes en el esquema de pensamiento orientalista. Primero, el supuesto de que los árabes y musulmanes son un monolito y representan un grupo homogéneo (lo mismo se supone de los occidentales). De ahí que muchos análisis y comentarios partan de la división entre "ellos" (el saco de Oriente en que entran los árabes con todos sus atributos: tendientes al terrorismo, antisionistas obstinados, abastecedores de petróleo, multitudinarios, tribales, traidores, abusadores de mujeres, antidemocráticos, etcétera) y "nosotros" (el saco de Occidente: blancos, modernos, ilustrados, democráticos, etcétera). Segundo, la idea de que la raíz del infortunio de la región viene a ser realmente el Islam y sus representantes, y no la política exterior estadunidense. El argumento es más o menos como sigue: el Islam es en esencia antidemocrático, y sus gobiernos criminales y corruptos son el principal obstáculo al progreso de sus sociedades. El corolario es que la paz no será una realidad en la región hasta que los países árabes e Irán no se deshagan del lastre de la dictadura y se vuelvan una democracia, como se afirma que es Israel.
A escala de las sociedades árabes y musulmanas, sin embargo, se percibe un malestar generalizado y creciente ante la doble moral de la política exterior estadunidense hacia la región. Una encuesta publicada por The Economist (octubre 2002) revela que la brecha que separa a los estadunidenses de los musulmanes de Medio Oriente no se debe a un insalvable "choque de civilizaciones", ni a diferencias en valores. Arrojó que 80 por ciento de los árabes-musulmanes en la región es favorable a la concepción estadunidense de la libertad y la democracia. Sin embargo, sólo 10 por ciento de la misma muestra dijo ser favorable a la política exterior de Estados Unidos.
Indudablemente, las poblaciones de la región han vivido por décadas bajo el yugo de dictaduras (en buena parte sostenidas por las grandes potencias occidentales del momento, como el ejemplo que Arabia Saudita ilustra). Es cierto que esas poblaciones obedecen, pero también piensan, ven, escuchan lo que sucede en su entorno inmediato y experimentan en carne propia. Saben que existe una invasión sionista y la colonización de Palestina; saben que Israel ha violado consistentemente resoluciones de Naciones Unidas; saben que en los pasados dos años cerca de 40 mil palestinos han sido gravemente heridos y alrededor de 2 mil 500 han sido asesinados por soldados israelíes instruidos para humillar y castigar a una población entera, en lo que se ha vuelto la ocupación militar más larga de la historia. Saben que las tierras palestinas se siguen confiscando para construir más asentamientos ilegales; saben que 50 por ciento de la población palestina vive con dos dólares al día. Saben que Israel posee armas nucleares. Saben que durante 30 años el poder de veto en Naciones Unidas ha sido pieza central de la política exterior de Estados Unidos y que lo ha usado reiteradamente para cubrirse; sabe que a Corea del Norte se le ignora y a Irak se le devasta. A esa gente se le dice que Sharon es un hombre de paz, y que Hussein es el segundo Hitler.
Las sociedades árabes en general se oponen a una guerra contra Irak, no porque Hussein les agrade, sino porque perciben que la agenda de Estados Unidos en la región está llena de paradojas y alejada del derecho internacional. Para muestra basta otro botón: cuando en abril de 2002 a los ciudadanos de cinco países árabes se les preguntó acerca de la programación a la que prestan mayor atención, los que respondieron "las noticias en Palestina" superó 80 por ciento en cuatro de ellos (Jordania, Kuwait, Arabia Saudita, Marruecos), mientras que en Líbano la proporción fue de casi 70 por ciento. Desde esta óptica, no sorprende que Palestina siga siendo el punto de referencia de la visión que los árabes tienen de Estados Unidos.
Es de esperarse, sin embargo, que durante y después de la invasión a Irak, los medios de comunicación corporativos y la administración estadunidense se refuercen mutuamente para presentar al mundo una versión descontextualizada de los problemas que afligen a Medio Oriente.
En un reciente ensayo, el académico de Princeton, Michael S. Doran, afirma que "la alternativa estadunidense para llevar la calma a Palestina pasa por Bagdad..." Su recomendación alude a la guerra del golfo de 1991 que, se deduce desde su perspectiva, abrió las puertas a Madrid y Oslo. El escenario actual no admite basar políticas en ese tipo de imprecisiones históricas. La raíz está en otra parte. Si existe una alternativa para empezar a sentar las bases de la paz y la reconstrucción en Palestina y la región, pasa por Tel Aviv.