DESFILADERO
Jaime Avilés
Descubren arma bacteriológica en EU
El virus infectó las células cerebrales
del pueblo estadunidense y el sistema nervioso de la ONU
AUTOPSIA: para entender el sentido de una vida
individual o de una etapa cualquiera de la historia -los casos de Napoleón
o de Mozart, si usted quiere, la invasión de América por
Europa en 1492 o la destrucción de Naciones Unidas en 2003, da lo
mismo-, los griegos decían que el mejor procedimiento era abrir
el cadáver y leer sus vísceras. Si analizamos los restos
mortales de la ONU, descubriremos claramente las causas de su defunción.
Yo lo hice y, créanme, estoy muy satisfecho con los resultados.
Encontré que la ONU falleció a causa de
un arma biológica de destrucción masiva denominada ''la familia
Bush'', un agente patógeno poderosísimo que produce esporas
de fuego en forma de corn-flakes de metal. Estas se esparcen a gran velocidad
y matan a miles de personas en pocos minutos. Cuando aislé el virus,
impopularmente llamado Baby Hitler, vi que se trataba de un microrganismo
de múltiples cabezas, pero carente de cerebro o de corazón.
Hurgué en su estómago y supe que se nutría de un aceite
subterráneo que tiene la densidad de una piedra blanda. Al explorar
sus riñones entendí que si algo explicaba esa necesidad compulsiva
de arrojar esquirlas de metralla a diestra y siniestra, era su dependencia
del mencionado líquido, por otra parte, espeso y negro.
Exámenes de laboratorio revelaron que este maligno
bicho se incubó en los ochenta en un forúnculo del entonces
presidente Ronald Reagan. En 1988 comenzó a actuar por su propia
cuenta y en el breve lapso de cuatro años consiguió incrustarse
en el tejido social de Irak, donde permanecería en estado latente
ocho años más, debilitando sin embargo el sistema inmunológico
de esa nación. Su agresividad se hizo más palpable a partir
de 2001 cuando, en septiembre, infectó las instituciones democráticas
de Estados Unidos, contaminó las estructuras de la ONU y entró
en auge. Veamos.
Una vieja enfermedad crónica
En
1979, durante la presidencia imperial de James Carter, se produjeron dos
hechos muy importantes. Una rebelión popular, dirigida por los líderes
religiosos islámicos de Irán, derribó al gobierno
proestadunidense de Mohamad Reza Pahlevi. Al mismo tiempo, una larga lucha
de resistencia encabezada por un grupo de nacionalistas y socialdemócratas
puso fin a la dictadura de la familia Somoza en Nicaragua. Estados Unidos
no pudo impedir el ascenso del ayatola Jomeini, pero toleró la llegada
al poder del Frente Sandinista, considerando que ésta iniciaría
una modernización de los regímenes bananeros de Centroamérica.
Un año más tarde, a finales de 1980, una
turba de seguidores de Jomeini invadió la embajada de Washington
en la ciudad de Teherán, frustrando los planes de Carter, que pretendía
relegirse. Con la victoria electoral de Reagan, el imperio definió
dos políticas independientes pero complementarias para derrocar
al ayatola y también a los sandinistas. En el primer caso, apoyó
con todo al nuevo hombre fuerte de Irak, Saddam Hussein, que acababa de
entronizarse en Bagdad con el respaldo del partido Baaz (de los "compañeros"),
compuesto por sectores musulmanes y cristianos, de orientación más
bien laica. A juicio de la Casa Blanca éste era el antídoto
ideal para combatir el fundamentalismo de Jomeini.
Estados Unidos no escatimó dinero, armas convencionales
y agentes bacteriológicos y químicos para fortalecer al ejército
de Hussein, antes de alentarlo a que declarara la guerra contra Irán,
conflicto que iba a prolongarse a lo largo de ocho años. Mientras
tanto, para liquidar la revolución sandinista, la CIA organizó
a los miembros de la Guardia Nacional de Somoza, que se hallaban asentados
en Honduras, al otro lado del río Coco, y recaudó fondos
entre las familias de la oligarquía nicaragüense exiliadas
en Miami, así como de la mafia cubana de Florida.
Cuando Reagan pidió la autorización del
Congreso de su país para usar el dinero de los contribuyentes en
favor de las bandas terroristas de la contra, que habían empezado
a actuar en el norte y en la costa atlántica de Nicaragua, se topó
con el rechazo del Partido Demócrata. Ante esto, la CIA montó
una operación subrepticia a cargo del coronel del ejército
estadunidense Oliver North. Este diseñó una red de narcotraficantes
que adquiría opio, heroína y otras drogas en Afganistán
-país que Estados Unidos ayudaba mediante los talibanes a rechazar
la invasión soviética, iniciada en 1978-, y con la venta
de tales sustancias ilícitas en Irán, obtuvo dólares
frescos para comprar las armas que necesitaba la contra. El día
que la justicia estadunidense descubrió el escándalo Irán-Contras,
Oliver North fue procesado y expulsado del ejército, no obstante
lo cual se convirtió en un héroe de la ultraderecha gringa.
A lo largo de su doble mandato, valiéndose en ambos
casos de una agresión indirecta, Reagan destruyó económicamente
a Irán y Nicaragua, pero no pudo liquidar a sus gobiernos. En 1988
entregó el poder a George Bush padre, a quien le tocó presidir
el fin de la guerra en Mesopotamia y la derrota electoral de los sandinistas.
Entonces, mientras el paisito centroamericano era recuperado por sus antiguos
dueños de siempre -aun cuando ya no existían los instrumentos
de terror de Somoza, cuya destrucción fue el único logro
importante de los sandinistas-, la embajada estadunidense en Bagdad habló
con Hussein y le puso una trampa.
La única esperanza
A través de su representante diplomática,
Bush padre aconsejó al dictador iraquí, sin ambages, que
invadiera Kuwait. Más aún, le garantizó que no habría
represalias. Hussein contaba con las muy abundantes riquezas petroleras
de su país, pero vio en este plan la posibilidad de aumentar sus
ganancias para reconstruir la infraestructura devastada por la guerra contra
sus vecinos persas. Además, confiaba en la administración
del Partido Republicano, porque ésta lo había secundado en
sus campañas de exterminio contra los kurdos, renovando puntualmente
su arsenal de armas químicas y biológicas.
El 2 de agosto de 1990, los tanques de Irak atravesaron
la frontera de Kuwait y se adueñaron de sus pozos petroleros. Para
sorpresa de Hussein, Bush padre reaccionó con iracundia y llamó
a constituir una coalición para expulsar del emirato a sus ex socio.
Una vez que recabó la adhesión de la comunidad internacional,
en febrero de 1991, desató la tormenta en el desierto y en
pocos días trituró a las mejores unidades de combate del
ejército iraquí. No conforme con ello, Estados Unidos e Inglaterra
patrocinaron en la ONU enérgicas sanciones económicas contra
el régimen de Hussein, entre ellas un boicot de alimentos que en
1998 había provocado ya la muerte de 500 mil niños por hambre.
En noviembre de 1992, Bush padre perdió la relección
ante el vil Clinton, pero éste, respetuoso de los planes a mediano
plazo de las empresas petroleras ligadas a la cúpula republicana,
mantuvo intacto el castigo contra Irak, ordenó incontables misiones
de bombardeo a las defensas antiaéreas de aquel país y siguió
debilitándolo de manera sistemática hasta el fin de su segundo
período presidencial. En ese momento, Baby Hitler, el arma
biológica más nociva conocida jamás por la humanidad,
subió a escena.
Bajo la batuta de Bush padre y con el auxilio de su hermano
Jeb en Florida, el virus enfermó de muerte a las instituciones democráticas
de su país al dar un golpe de estado, concebido y ejecutado como
fraude electoral. Una vez en el poder, aprovechando los buenos contactos
de su familia y de los socios comerciales de su padre con Osama Bin Laden,
utilizando como correo a Colin Powell, el bicho planeó y llevó
a cabo los monstruosos atentados de septiembre de 2001, que le permitieron
infectar las células cerebrales de la mayor parte de la población
estadunidense, así como los centros neurálgicos de la ONU.
Después de inocular su veneno en el sistema inmunológico
del mundo y en el corazón de su país, Baby Hitler tomó
Afganistán, estableciendo una cabeza de playa en el centro de Asia.
Acto seguido, comenzó los preparativos para triturar a Hussein.
En enero de 2002, eligió a sus próximos blancos de ataque:
Irak, Irán, Corea del Norte y... Cuba. Pero decidió concentrarse
en el primero, con el falso argumento de que había nexos entre Bin
Laden y Hussein, pese a que ambos han sido enemigos por décadas.
Lo demás ya lo sabemos.
Mientras aceitaba la maquinaria militar más poderosa
del planeta, el virus introdujo la discordia entre los miembros de la OTAN
y de la ONU. Sin perder tiempo, obedeciendo las pautas de un cronograma
implacable, colocó a sus tropas en el golfo Pérsico en tanto
destruía el sistema jurídico que por medio siglo rigió
las relaciones políticas de todos los países de la Tierra.
Y el jueves de esta semana que nadie olvidará mientras viva, fue
a las islas Azores en el atlántico africano, pulverizó las
bases legales del Consejo de Seguridad y empezó a barrer las fronteras,
los desiertos, las aldeas, las ciudades, los techos, los muros, los muebles,
los baños, las toallas, los jabones, las camas, las cunas, los juguetes,
los biberones, los pañales, los libros, los tenedores, los zapatos,
los tapetes, los cerillos, los clips, las motas de polvo y todo cuanto
hay relacionado con la vida humana en Irak.
Escribo estas líneas inútiles con el profundo
deseo de aullar a causa del dolor insoportable que procuro, al mismo tiempo,
olvidar escribiendo. Pero esta página se agota por hoy y no quiero
apartar los ojos de la pantalla que agrupa estos signos ni volver a escuchar
las voces de los extraños que ahora, de día y de noche, habitan
mi casa. Gente como Jorge Gestoso, el inexpresivo y por ello paradójico
robot de CNN en Washington; Ari Fleischer, que parece sacado de una sátira
de Woody Allen contra los judíos; Donald Rumsfeld, con su aspecto
de golfista jubilado, que a cada rato me dice que Estados Unidos "prevalecerá".
De eso estoy seguro, aunque no tenga un solo motivo para creerlo. Sin embargo,
para que esa nación en verdad prevalezca, Rumsfeld, y Fleischer,
y Cheney, y Powell, y Perle, y Condolencia, y por supuesto Baby Hitler,
su padre y su hermano, deberán ser juzgados como criminales
de guerra por un tribunal como el de Nuremberg. Es la única esperanza
que en estos momentos le queda a la humanidad.