Adolfo Gilly
Bagdad bajo las bombas
Bagdad, casi indefensa, está siendo bombardeada sin piedad por las fuerzas armadas de Estados Unidos y Gran Bretaña. Es una de las ciudades más modernas y dinámicas de Medio Oriente. Para la cultura y los pueblos árabes, Bagdad es lo que Roma o París para nuestro universo occidental.
El mundo entero está viendo por televisión este espectáculo de crueldad y barbarie. La transmisión casi en vivo del bombardeo se propone aterrorizar y paralizar tanto a los pueblos como a los gobiernos. Bagdad no está pagando los crímenes de Saddam Hussein. Está pagando el no haberse rendido.
La soberbia, la ignorancia y la ineptitud de los actuales ocupantes de la Casa Blanca los lleva a creer que se puede intimidar al mundo, incluso al creciente número de sus propios ciudadanos que se oponen a la guerra.
Esa misma creencia los ha conducido a hacer tronar a Naciones Unidas y a poner a su propio país fuera de la ley internacional. Las actuales operaciones militares, en derecho internacional constituyen actos de bandidaje. Han desafiado al mundo y han desencadenado un proceso terrible e incontenible: una nueva carrera al rearme mundial. Ingenuo o insensato sería el Estado que, en un mundo sin ley, no buscara protegerse con sus propios medios y que, ante la ruptura del tratado fundador de las Naciones Unidas, sustento jurídico de todos los demás, creyera que las palabras y los tratados bilaterales lo protegen.
El gobierno de México alcanzó a deslindarse a tiempo de esta aventura. No es hora de medir represalias o consecuencias posibles. Es hora de que México llame al inmediato cese del fuego y de la matanza y de que convoque a una acción urgente por la paz a Brasil, a Chile, a Venezuela, a Cuba y a todos los gobiernos y países latinoamericanos que quieran asociarse. Es hora de protegernos, porque nadie estará a salvo si esta locura continúa.