EU, GRAN VIOLADOR DE LA LEGALIDAD
No
sólo en las persistentes manifestaciones pacifistas, multitudinarias
y mundiales, se ha denunciado la obstinada ilegalidad de los gobernantes
estadunidenses en su agresión armada contra Irak. Dignatarios y
jefes de Estado -notablemente los de Alemania, China, Francia y Rusia,
Irán, Malasia y el Vaticano-, funcionarios internacionales de la
talla del propio Kofi Annan, así como múltiples analistas,
investigadores, dirigentes políticos y sociales, artistas, cineastas
y escritores, ex presidentes como James Carter y Nelson Mandela, premios
Nobel de la Paz como Desmond Tutu, y muchísimos otros millones de
seres humanos en el planeta han expresado la insoslayable certeza de que
la Casa Blanca, el Pentágono y el Departamento de Estado son hoy
en día, infractores de las normas de convivencia internacional y
responsables de múltiples delitos, y eso que la obra de destrucción
y muerte que han emprendido apenas lleva 36 horas. Es pertinente formular
desde ahora un recuento, necesariamente somero e incompleto, de las ilegalidades
perpetradas por el gobierno de George W. Bush.
De entrada, la pretensión del presidente estadunidense
de subvertir el gobierno de un país soberano e independiente -independientemente
de las tropelías de Saddam Hussein, tanto las reales como las inventadas
por los propagandistas de Washington- representa un atropello a la Carta
de la ONU. Adicionalmente, al emprender una guerra sin el aval explícito
del Consejo de Seguridad, la Casa Blanca suplanta las funciones propias
de ese organismo.
Por otra parte, en las horas transcurridas desde el inicio
de las hostilidades las fuerzas militares de Washington han realizado acciones
que, según cualquier código penal del mundo, constituyen
delitos incuestionables: homicidios, tentativas de homicidio, sabotajes,
destrucción de vías de comunicación, edificios y otras
instalaciones. La devastación realizada por los militares estadunidenses
e ingleses en las ciudades iraquíes sobrepasa, con mucho, la magnitud
y la atrocidad de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001
en Nueva York y Washington. Ciertamente, Bush y Blair disponen de un poder
de fuego y de un aparato de guerra mucho mayor que los medios empleados
por los aún inciertos autores de aquellos atentados; pero unos y
otros están al parejo por lo que hace a su carencia total de motivos
válidos y aceptables para sus acciones destructivas.
Ayer el gobierno estadunidense anunció la confiscación
de mil 400 millones de dólares de activos financieros iraquíes.
Tal medida constituye un robo, análogo a los hurtos cometidos por
la soldadesca de Saddam Hussein en Kuwait, en 1990, o a los saqueos de
los nazis en los países europeos ocupados.
También ayer, el secretario de Defensa del país
vecino, Donald Rumsfeld, reiteró las amenazas de su gobierno contra
los soldados y oficiales iraquíes, que prefiguran graves violaciones
a la Convención de Ginebra. La advertencia del funcionario estadunidense
de que si los militares iraquíes no se rinden sin pelear "van a
ser perseguidos y castigados" no sólo es estúpida y arrogante,
sino que viola las estipulaciones internacionales en materia de prisioneros
de guerra.
En función de los hechos expuestos, y en una lógica
estrictamente legal y penal, hay sobrados motivos para que un tribunal
internacional -la Corte de La Haya, por ejemplo- emprenda el procesamiento
de Bush, Rumsfeld, Colin Powell, Tony Blair y demás operadores de
la guerra contra Irak. Ayer mismo, el inefable Baltasar Garzón sugería
su disposición para un juicio semejante. Y argumentos, ciertamente,
no le faltan.
Por desgracia, el peso político, militar y económico
de Washington hace impensable por ahora un proceso penal semejante, y el
horizonte más probable es, en cambio, el de la impunidad para los
agresores de los iraquíes y, en consecuencia, un severo debilitamiento
de la legalidad internacional, cuyos únicos violadores sancionables
son, a lo que puede verse, Slobodan Milosevic y Saddam Hussein.