Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 21 de marzo de 2003
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Espectáculos
Leonardo García Tsao

El hombre sin sueño

El caso de Ignacio Ortiz Cruz ilustra bien el difícil proceso que debe cumplir un cineasta mexicano. Su segundo largometraje, Cuento de hadas para dormir cocodrilos, fue filmado a fines de 2000. Se exhibió por vez primera en el Festival de Cine Francés de Acapulco, en otoño de 2001. En 2002 obtuvo los Arieles más importantes -mejor película, director y guión, entre otros-, además de haber participado en la 17 Muestra de Cine Mexicano en Guadalajara. Ahora, exactamente un año después, finalmente ha conseguido su estreno comercial (al mismo tiempo que El sueño del caimán, de Beto Gómez, como si se tratara de confundir al respetable). En esos tres años, desde luego, Ortiz Cruz no ha vuelto a filmar aunque seguramente estará elaborando otro proyecto, destinado a seguir el mismo calvario largo y tortuoso.

A estas alturas, el estreno parece restreno. El tiempo transcurrido me ha permitido ver varias versiones de la película para comprobar sus originales cualidades. Ortiz Cruz se separa del grueso de sus colegas nacionales al desarrollar un mundo totalmente personal, en la línea de su anterior La orilla de la tierra, ajeno a la crisis de la pareja chilanga, los cuadros de miseria urbana o la criminalidad sórdida, entre otros temas predilectos del cine mexicano reciente.

En Cuento de hadas para dormir cocodrilos, el cineasta ha vuelto a la sierra de su natal Oaxaca para contar otra historia de escasos nexos con la realidad provinciana -no es este un retrato costumbrista-, que al mismo tiempo evita las temibles trampas del realismo mágico en cine. El relato inicia en tiempo presente con el dilema de un hombre llamado Arcángel (Arturo Ríos), separado de su esposa (Ana Graham) y su pequeño hijo Gabriel (Graham Hernández) debido a su insomnio crónico. Una llamada telefónica de su hermano le informa que su padre agoniza. Arcángel y Gabriel viajan al aislado caserío paterno, donde la vieja Isabel (Luisa Huertas), le informa que sus familiares murieron hace tiempo y le cuenta la historia de sus antepasados, remontándose a la época juarista.

Lo que Arcángel comprueba es el ser heredero de una larga tradición de despojos, asesinatos fratricidas y traiciones. Desde que el bisabuelo Tranquilino (Ríos, también) mató a su medio hermano Domingo para quitarle sus tierras y luego adoptar el nombre de Miguel Arcángel Juárez, los hombres de la familia se han visto condenados a enamorarse de mujeres similares ("con ojos de coyota en celo") y responder a los mismos impulsos homicidas por codicia. Arcángel concluye que un sacrificio será la única manera de romper esa cadena.

Según se ve, no se trata de un cuento de hadas (el desafortunado título evoca más bien a una obra de Hugo Argüelles) sino de una historia de fantasmas de inconfundible atmósfera mexicana. Así como Isabel es un personaje anacrónico que ha vivido en las diferentes épocas del relato, este parece haberse distorsionado a lo largo del tiempo, nutrido por la mitología popular y convertido en una narración espectral de connotaciones bíblicas. (Con el antecedente de La orilla de la tierra, es evidente que a Ortiz Cruz le intriga el mito de Caín y Abel).

Por suerte, la evolución del cineasta le ha permitido ponerse formalmente a la altura de su propuesta narrativa. Gracias a aciertos visuales que permiten apreciar la influencia asimilada de maestros tan dispares como Buñuel, Tarkovski o los Taviani, Ortiz Cruz ilustra un universo propio, de clara raigambre literaria. Lo interesante es cómo lo literario es trascendido por una capacidad de volver verosímiles en términos cinematográficos algunos elementos caprichosos, sea un soldado francés perdido en la campiña (cuyo revólver será el instrumento hereditario de la muerte), un extraño que usa sombras chinescas para fungir de seductor itinerante, o la mirada melancólica de un coyote amarrado como el leit motif de la falta de sueño. Muy bien ambientada en la agreste fotogenia de la sierra oaxaqueña, Cuento de hadas... es una película con olor a humo de fogata, a polvo de tierra seca.

Mención aparte merece la propicia música de Lucía Alvarez. Cuando el cine mexicano ha caído en la fácil estrategia de usar la banda sonora como arbitraria rocola de éxitos, es refrescante escuchar una partitura diseñada en específico para acompañar imágenes que le resultan afines.

Si uno quisiera sumarse al antiamericanismo en boga, una forma simbólica pero útil de manifestarse contra el imperialismo -sea representado por George W. Bush o Jack Valenti- sería darle la espalda al estreno hollywoodense en turno y apoyar a uno nacional. Al margen de ideologías, ver Cuento de hadas... resulta una experiencia mucho más gratificante que Daredevil, por decir algo.

CUENTO DE HADAS PARA DORMIR COCODRILOS

D y G: Ignacio Ortiz Cruz/ F. en C: Patrick Murguía/ M: Lucía Alvarez/ Ed: Ignacio Ortiz Cruz, Menahem Peña, Sigfrido Barjau/ I: Arturo Ríos, Luisa Huertas, Ana Graham, Mayra Sérbulo, Dagoberto Gama/ P: CONACULTA, Fondo para la Producción Cinematográfica de Calidad, Instituto Mexicano de Cinematografía. México, 2001.

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