Leonardo García Tsao
El hombre sin sueño
El caso de Ignacio Ortiz Cruz ilustra bien el difícil
proceso que debe cumplir un cineasta mexicano. Su segundo largometraje,
Cuento de hadas para dormir cocodrilos, fue filmado a fines de 2000.
Se exhibió por vez primera en el Festival de Cine Francés
de Acapulco, en otoño de 2001. En 2002 obtuvo los Arieles más
importantes -mejor película, director y guión, entre otros-,
además de haber participado en la 17 Muestra de Cine Mexicano en
Guadalajara. Ahora, exactamente un año después, finalmente
ha conseguido su estreno comercial (al mismo tiempo que El sueño
del caimán, de Beto Gómez, como si se tratara de confundir
al respetable). En esos tres años, desde luego, Ortiz Cruz no ha
vuelto a filmar aunque seguramente estará elaborando otro proyecto,
destinado a seguir el mismo calvario largo y tortuoso.
A
estas alturas, el estreno parece restreno. El tiempo transcurrido me ha
permitido ver varias versiones de la película para comprobar sus
originales cualidades. Ortiz Cruz se separa del grueso de sus colegas nacionales
al desarrollar un mundo totalmente personal, en la línea de su anterior
La orilla de la tierra, ajeno a la crisis de la pareja chilanga,
los cuadros de miseria urbana o la criminalidad sórdida, entre otros
temas predilectos del cine mexicano reciente.
En Cuento de hadas para dormir cocodrilos, el cineasta
ha vuelto a la sierra de su natal Oaxaca para contar otra historia de escasos
nexos con la realidad provinciana -no es este un retrato costumbrista-,
que al mismo tiempo evita las temibles trampas del realismo mágico
en cine. El relato inicia en tiempo presente con el dilema de un hombre
llamado Arcángel (Arturo Ríos), separado de su esposa (Ana
Graham) y su pequeño hijo Gabriel (Graham Hernández) debido
a su insomnio crónico. Una llamada telefónica de su hermano
le informa que su padre agoniza. Arcángel y Gabriel viajan al aislado
caserío paterno, donde la vieja Isabel (Luisa Huertas), le informa
que sus familiares murieron hace tiempo y le cuenta la historia de sus
antepasados, remontándose a la época juarista.
Lo que Arcángel comprueba es el ser heredero de
una larga tradición de despojos, asesinatos fratricidas y traiciones.
Desde que el bisabuelo Tranquilino (Ríos, también) mató
a su medio hermano Domingo para quitarle sus tierras y luego adoptar el
nombre de Miguel Arcángel Juárez, los hombres de la familia
se han visto condenados a enamorarse de mujeres similares ("con ojos de
coyota en celo") y responder a los mismos impulsos homicidas por codicia.
Arcángel concluye que un sacrificio será la única
manera de romper esa cadena.
Según se ve, no se trata de un cuento de hadas
(el desafortunado título evoca más bien a una obra de Hugo
Argüelles) sino de una historia de fantasmas de inconfundible atmósfera
mexicana. Así como Isabel es un personaje anacrónico que
ha vivido en las diferentes épocas del relato, este parece haberse
distorsionado a lo largo del tiempo, nutrido por la mitología popular
y convertido en una narración espectral de connotaciones bíblicas.
(Con el antecedente de La orilla de la tierra, es evidente que a
Ortiz Cruz le intriga el mito de Caín y Abel).
Por suerte, la evolución del cineasta le ha permitido
ponerse formalmente a la altura de su propuesta narrativa. Gracias a aciertos
visuales que permiten apreciar la influencia asimilada de maestros tan
dispares como Buñuel, Tarkovski o los Taviani, Ortiz Cruz ilustra
un universo propio, de clara raigambre literaria. Lo interesante es cómo
lo literario es trascendido por una capacidad de volver verosímiles
en términos cinematográficos algunos elementos caprichosos,
sea un soldado francés perdido en la campiña (cuyo revólver
será el instrumento hereditario de la muerte), un extraño
que usa sombras chinescas para fungir de seductor itinerante, o la mirada
melancólica de un coyote amarrado como el leit motif de la
falta de sueño. Muy bien ambientada en la agreste fotogenia de la
sierra oaxaqueña, Cuento de hadas... es una película
con olor a humo de fogata, a polvo de tierra seca.
Mención aparte merece la propicia música
de Lucía Alvarez. Cuando el cine mexicano ha caído en la
fácil estrategia de usar la banda sonora como arbitraria rocola
de éxitos, es refrescante escuchar una partitura diseñada
en específico para acompañar imágenes que le resultan
afines.
Si uno quisiera sumarse al antiamericanismo en boga, una
forma simbólica pero útil de manifestarse contra el imperialismo
-sea representado por George W. Bush o Jack Valenti- sería darle
la espalda al estreno hollywoodense en turno y apoyar a uno nacional. Al
margen de ideologías, ver Cuento de hadas... resulta una
experiencia mucho más gratificante que Daredevil, por decir
algo.
CUENTO DE HADAS PARA DORMIR COCODRILOS
D y G: Ignacio Ortiz Cruz/ F. en C: Patrick Murguía/
M: Lucía Alvarez/ Ed: Ignacio Ortiz Cruz, Menahem Peña, Sigfrido
Barjau/ I: Arturo Ríos, Luisa Huertas, Ana Graham, Mayra Sérbulo,
Dagoberto Gama/ P: CONACULTA, Fondo para la Producción Cinematográfica
de Calidad, Instituto Mexicano de Cinematografía. México,
2001.