Compras de pánico, durante las horas
previas al bombardeo a Bagdad
Civiles iraquíes se aferran a la esperanza de
sobrevivir a los ataques de EU y GB
Las farmacias, atestadas; demanda de vendas, analgésicos,
algodón, desinfectante y alcohol
ROBERT FISK ENVIADO ESPECIAL THE INDEPENDENT
Bagdad, 19 de marzo. En la calle Yasser Arafat,
en la farmacia Sana Nimr al Ibrahim, Riad ofreció darme dos rollos
de vendas gratis. Le dije que prefería pagar porque pensaba que
la Real Fuerza Aérea iba a bombardearlo dentro de unas horas. "Supongo
que sí", contestó, y me dirigió una sonrisa que no
merecía.
Como británico, comprar raciones de emergencia
en las tiendas de Bagdad esta tarde ha sido una experiencia aleccionadora.
La farmacia de Riad estaba atestada; sus clientes no sólo compraban
vendas sino analgésicos, pinzas, tijeras, algodón, desinfectante
y alcohol para frotar. Fue lo mismo la noche del martes, de 5 a 10.
Sin embargo, en ninguna parte de la avenida Yasser Arafat
escuché una sola maldición o mala palabra contra el británico.
Siempre me dijeron que era yo "bienvenido en Irak" -los pocos periodistas
que estamos aquí debemos desear con fervor que las co-sas sigan
así cuando empiece el ataque- y que era agradable ver a un sahafa,
un periodista, correr los mismos riesgos que la gente de la calle.
No
era momento, claro, de recordarles que yo tenía un chaleco antibalas
y ellos no, que yo tenía una máscara antigás y ellos
no, y que incluso tenía un casco que le quedaría a cualquiera
de ellos pero que probablemente sólo estaría en mi cabeza.
Los tenderos calcularon un incremento de precios de 100
por ciento. En la tienda de abarrotes Alabastak compré 25 panecillos
loo, una montaña de bisquetes y un montón de
velas rojas y verdes.
Abbas me dijo que yo era su cliente número 200
de la inexorablemente lenta tarde. En días normales menos de cien
personas visitan la tienda en todo el día.
En la tienda Tabarak -en español, "Dios te Bendiga"-
puse sobre el mostrador 24 bolsas de frituras, cajas de queso de larga
conservación y 30 latas del Seven Up más insípido
del mundo.
Después de haber estado en una o dos ciudades sitiadas
-el sitio israelí de Beirut, en 1982, fue mi primero- uno adquiere
una intuición innata de lo que debe buscar.
Compré dos adaptadores eléctricos en la
tiendita de Sami para las baterías de mi computadora, aunque no
serán de mucha utilidad si los estadunidenses bombardean la red
eléctrica iraquí.
La carne y cualquier tipo de verduras son un desperdicio
de dinero, a menos que la carne sea enlatada. Y eso era lo que los bagdadíes
compraban hoy.
Preparativos para lo que vendrá
El doctor Mohammed, del hospital Karameh, compró
hojas de afeitar para poder rasurarse con agua fría... si es que
hay electricidad para impulsar las bombas.
El alimento más popular en una tienda era el tamaniya,
popular dulce iraquí de dátil, tan duradero que se dice que
se conserva comestible toda una década y tan pegajoso que puede
acabar con las muelas más débiles. No se derrite con el calor.
La mayoría de las tiendas de la calle Yasser Arafat
ya han sido cerradas por sus dueños por temor a los ladrones, y
las calles están tapizadas con una mezcla deprimente de compradores
de última hora y soldados.
Un miembro uniformado y barbado de la Guardia Republicana
cruzó el camino trayendo abrazado a su hijo pequeño, en su
última visita al hogar antes de la guerra.
Con todo, aun esta noche es difícil captar la realidad
de lo que nos aguarda. Dos ve-tustos cañones antiaéreos de
fabricación soviética se ven en lo alto de las puertas ornamentales
de un palacio, alumbrados por las luminarias de abajo.
Hay nuevos montones de costales de arena en las esquinas,
y los soldados que se parapetan tras ellos charlan con los compradores
retrasados.
¿Es esto lo que la guerra constante hace a estas
personas? ¿Las convierte en hombres y mujeres que saben que sobrevivirán
por la sencilla razón de que sobrevivieron la vez anterior?
En Nueces Baalbek compré un kilo de pistaches a
los propietarios -ambos, naturalmente, de ascendencia libanesa-, quienes
a mi pregunta sobre lo que piensan de la guerra contestaron con la típicamente
libanesa frase de "no hay problema". Es mentira, y todos lo sabemos.
Al final, el doctor Mohammed me invitó a su hospital
porque los dos suponemos que habrá víctimas civiles.
En la televisión iraquí están repitiendo
el teatro de la mañana en la Asamblea Nacional, donde los miembros
del Parlamento corearon obedientes su imperecedera lealtad a Saddam Hussein
e hicieron la rutinaria ofrenda de su cuerpo y su alma a dicho caballero.
Antes, el ministro iraquí de Información
había dicho a los periodistas extranjeros que esta guerra "no sería
un día de campo" -cosa que nadie podía negar-, y añadió
que los estadunidenses y británicos perecerían en cualquier
guerra contra Irak.
Esto puede ser cierto, pero hay que decir que esta noche
los iraquíes están mucho más interesados en saber
cuántos de ellos morirán a manos de los soldados estadunidenses
y británicos.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya