TOROS
Por qué se fue así
David Silveti, el gigante baldado
LUMBRERA CHICO
En el círculo más alto y estrecho de la gloria, David Silveti explicó en el curso de la semana pasada por qué se retira de la fiesta. A consecuencia de una voltereta que le pegó un toro en la plaza de San Miguel de Allende y que lo hizo caer de cabeza, el diestro sufrió un doble hematoma cerebral -un coágulo de considerables dimensiones- que ahora se ha constituido en una amenaza permanente para su vida.
Después de practicarle una resonancia magnética, los médicos determinaron que la lesión es peligrosísima, en la medida en que un accidente, un nuevo golpe brusco, incluso un exceso de actividad física, podría desprender la nata de sangre y provocarle una tetraplejia o parálisis de las cuatro extremidades.
Por ello fue que la semana antepasada, cuando el finísimo artista se encontraba en una ganadería preparándose para tentar, de pronto recibió una llamada telefónica de los galenos y conoció el terrible diagnóstico, tras el cual informó a quienes lo rodeaban que en ese instante se cortaba la coleta.
"Fue el peor momento de su existencia", comentó uno de sus allegados durante la reunión que Silveti ofreció a la prensa para despejar cualquier duda sobre su intempestiva determinación.
Entre los asistentes, por lo demás, se comentaba en voz baja que la cacareada persecución que la Comisión Taurina del Distrito Federal iba a emprender en contra del "empresario" Rafael Herrerías -de la que dio cuenta esta página hace dos lunes- quedó en simple llamarada de petate. Habrá que esperar tiempos, y sobre todo funcionarios públicos, más capaces y menos titubeantes.
Ahora Silveti será objeto de homenajes -uno de los cuales podría verificarse el domingo próximo, en el marco de la corrida de la Oreja de Oro- y de momento no cabe sino recordar las palabras que la rejoneadora Conchita Cintrón escribió en 1973 en un diario venezolano, citadas ayer por Rafael Sánchez El Pipo de Tacubaya:
"En el toreo parar, templar y mandar, es lo mínimo que deben hacer los que se visten de luces, es como el do-re-mi en la música. Lo que hay que tener es ritmo, armonía, gesto y línea, pero eso únicamente distingue a los gigantes".
Sin lugar a duda, estos, "ritmo, armonía, gesto y línea", fueron los atributos que marcaron la obra artística de Silveti, un hombre que luchó ejemplarmente contra todas sus limitaciones físicas para volver a los ruedos y expresar su naturaleza profunda e inigualable de gigante de la tauromaquia.
Nadie que haya presenciado sus dos últimas actuaciones en la Monumental Plaza Muerta -en aquellos momentos más viva y palpitante que nunca- olvidará su silueta estatuaria al torear a la verónica, su equilibrio entre la vida y la muerte al ejecutar las gaoneras, su verticalidad al arrastrar la muleta por abajo y en redondo, o el dramático temblor de sus manos cuando se quedaba quieto entre los pitones, sin piernas para dar el pasito atrás, sin otra idea en la mente que escribir su nombre de hijo y nieto de toreros grandes en la inmortalidad.