Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 9 de marzo de 2003
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Contra

MAR DE HISTORIAS

Todas vestidas de luto

CRISTINA PACHECO

-ƑQué quieren que les diga?

-Todo.

-ƑCreen que con eso vamos a devolverle la vida a Ernestina?

-No, pero sabríamos si fue crimen o suicidio.

-Pienso que las dos cosas.

Se miraron. El policía dio un paso hacia la puerta, temeroso de que fuera a escaparme. ƑAdónde? ƑPara qué? Me eché a llorar. La trabajadora social me pidió mantener la calma.

-Ernestina era mi mejor amiga -le dije.

-Por lo mismo tiene que ayudarnos. ƑElla le comentó algo que le permitiera adivinar sus planes? ƑLa notó deprimida?

No pude menos que preguntar a la trabajadora social cómo se sentiría si a su hija la hubieran asesinado de la forma tan brutal en que mataron a Nadia. No se atrevió a contestarme y dije lo que pensaba:

-Quédense tranquilos pensando que fue suicidio, para mí fue asesinato...

-Se está llevando a cabo la inspección del lugar y no hay pruebas... -afirmó el agente del Ministerio Público.

-Desde luego que no. Pienso que el asesino que mató a esa muchacha linda, inocente, acabó también con Ernestina. Sólo que esta vez el monstruo no tuvo que valerse de ningún arma, no vio el pánico en la cara de su víctima, no la oyó pedir clemencia como tal vez lo haya hecho Nadia antes de sentir el primer golpe que la derribó. ƑHabrá mirado al cielo?

-ƑPerdón?

-Era lo que me preguntaba Ernestina cuando venía a mi casa para hablarme de su hija Nadia. Nunca le respondí lo que pensaba: "No. Quizá sólo haya visto la cara roja, húmeda, alterada del asesino; tal vez ni haya tenido tiempo de preguntarle Ƒpor qué? antes de asfixiarse con los puños de tierra que sepultaron su voz.

-Anoche Ƒla hoy occisa le formuló esa pregunta?

-šPor favor! La hoy occisa se llamaba Ernestina Valerio Gómez. Su nombre apareció en los periódicos muchas veces, encabezaba las marchas hacia la presidencia municipal: "Justicia para las muertas. Fin a la ola de terror. Castigo para los asesinos". Ahora que ella no está, Ƒquién irá al frente de esas manifestaciones? Quizá la madre de alguna joven que mañana o el próximo viernes o šquién sabe cuándo! caerá en las garras del asesino sin que nadie, šnadie!, lo frene. Tengo miedo por mi Maurilia. No sé cómo protegerla. Cada mañana, cuando se despide para ir a su trabajo, la beso como si fuera la última vez. šHagan algo, por el amor de Dios, hagan algo!

-No se desespere, estamos investigando.

-Es lo mismo que oigo hace diez años. En esos tres mil setecientos días el maldito se dedicó pacientemente a poner trampas para que cayeran sus víctimas cuando iban al trabajo, a hacer una visita, a comprar algo, de vuelta a su casa.

-Está confundiendo las cosas. Recuerde que estamos aquí para investigar la muerte de la señora Ernestina. Sabemos que la visitó ayer por la noche. Sus vecinas vieron cuando la llamó desde la ventana y preguntó si podía subir a visitarla.

II

Le contesté que sí, que en un momentito terminaría de planchar. Llegó vestida de luto, como siempre. Primero me sentó en aquel sillón y luego se levantó y se ofreció para ayudarme. Tomó un vestido de Maurilia y se puso a doblarlo despacio, acariciándole las costuras, los botones. Imaginé que estaba recordando el vestido desgarrado, sucio de sangre, que encontraron entre el breñal:

-Por favor, ya no pienses -le dije.

Con los ojos llenos de lágrimas Ernestina me sonrió y regresó al sillón. Sin zapatos, con el cabello suelto sobre los hombros, era el vivo retrato de su hija Nadia. Me habría gustado decírselo, pero temí lastimarla. Le ofrecí café. Ella sostuvo la taza entre las manos pero no bebió. Le pregunté en qué pensaba. Me respondió sin reflexionar.

-Quiero irme de aquí.

Me había hablado de sus ganas de volver a Zacatecas donde, según ella, la vida era muy distinta porque la gente se conoce y uno sabe con quién se topa en la calle; otras veces proyectaba irse a Colima, a Mérida, a Villahermosa. Anoche no mencionó ninguna ciudad, sólo dijo: quiero irme. "Voy a extrañarte mucho", le contesté. Se puso seria y habló en voz muy baja:

-ƑTe pido un favor?- No esperó mi respuesta. -Si un día vuelve José no le digas adónde me fui ni cómo.

-ƑTodavía crees que volverá?

Pregunta inútil. Las dos sabíamos que José nunca regresaría.

Se fue lleno de odio hacia Ernestina. La culpaba de la muerte de Nadia. Ya muy borracho, todos en el edificio lo oíamos reclamarle: "No supiste cuidar a tu hija". Los gritos de Ernestina eran desgarradores: "šJosé, Ƒcómo me dices eso? No tengo la culpa, te juro por Dios que no tengo la culpa!" Una noche en que mi marido estaba en casa, al escuchar a José me advirtió: "Tú, aprende a tener más cuidado con tu hija". Le recordé que Maurilia también es suya. Ni siquiera me contestó.

Una tarde José no volvió. Pensé: es lo mejor para Ernestina. Al menos no habrá quien siga llenándola de culpa. Desde entonces nos hicimos más amigas. Cuando la oía llegar del hotel donde era camarera bajaba a su departamento para ofrecerle alguna cosa y preguntarle cómo le había ido.

Casi siempre la encontraba ordenando la ropa de Nadia, quería hacerse las ilusiones de que la muchacha iba a regresar en cualquier momento. Nunca me atreví a decirle que eso era imposible: las dos habíamos visto el cuerpo mutilado de su hija. No olvidaré la delicadeza con que Ernestina se hincó para identificarlo:

-Es su arete, es su vestido azul, es su zapato... Mi niña, mi niña linda, Ƒdónde quedó tu corazón?

Ante el cuerpo deshecho de Nadia pensé que no había Dios. De otra forma, Ƒcómo hubiera podido sucederle algo tan espantoso a una muchacha de diecinueve años? Supe la respuesta más tarde, en la procuraduría: "La forma tan provocativa en que se visten las jóvenes de hoy enloquece a cierto tipo de hombres. Además, hay otra cosa: las chicas no se cuidan. Si ya saben que este camino es peligroso, Ƒpara qué se meten? Ojalá que este hecho lamentable les sirva de lección". Ernestina le gritó al tipo que iba a matarlo. Tuvimos que sacarla de allí a rastras mientras la amenazaba por faltas a la autoridad. Eso se castiga, los crímenes šno!

Entonces comenzaron las marchas encabezadas por Ernestina, las manifestaciones de mujeres enlutadas pidiendo a gritos "šjusticia para las muertas, fin a la ola de terror, castigo a los asesinatos!" No obtuvo respuesta. Después la corrieron del trabajo, acusada de faltista y revoltosa. Ernestina siguió saliendo temprano cada mañana. Me decía que buscaba trabajo pero después me confesó la verdad: se iba a recorrer los parajes donde, según ella, podría encontrar el corazón de su hija para enterrarlo. De otra forma, me explicó, no moriré tranquila.

Temí que Ernestina estuviera enloqueciendo. Me alegró que me hablara de sus proyectos de viajar: Zacatecas, Colima, Mérida, Villahermosa. Anoche, como les dije, no mencionó ninguno de esos lugares, pero la sentí más decidida que nunca. Terminó el café y se despidió. Desde la puerta me dijo: "Me iré tranquila: ya comprendí que el corazón de mi hija está sepultado en el mío".

Por la mañana me llamó la atención el silencio en el departamento de Ernestina. Bajé corriendo, encontré la puerta entornada, seguí hasta la recámara. En su cama, vestida con la ropa de Nadia, Ernestina parecía dormida. Me acerqué y al ver sus labios amoratados dije que ella nunca más podrá gritar: "šJusticia para las muertas, fin a la ola de terror, castigo para los asesinos!"

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