Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 9 de marzo de 2003
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Cultura
Bárbara Jacobs

La columna mágica

Tuve un sueño.

Despertábamos y, apilados unos sobre otros en la mesa del comedor, encontrábamos publicados los libros que la víspera habíamos dejado en proceso de publicación o traducción o redición o lo que fuera. El mundo de un escritor es así. Te duermes ilusionado y amaneces a la realidad.

¿De qué está hecha? De sueños, como éste.

Avidamente, casi con torpeza, hojeábamos el libro que encabezaba el montón. ''¿Te das cuenta -pregunté a mi esposo- de que es una montaña de realidades?". Realista, pero contento, me contestaba: ''Déjalo en cuesta; es la cuesta de enero''. El y sus extraños conceptos.

¿Qué es la cuesta de enero? A mí, querido, tienes que enseñarme todo, porque no sé nada. No se refería a otra cosa que a lo difícil que resulta arrancar cada primero de año. Con los años, he llegado a saber con exactitud lo que esa expresión significa; lo que esto, alarmantemente, cada nuevo día primero significa más. ''Esta vez, sin embargo, no podemos quejarnos'', comenté, al tiempo que señalaba la pila de realizaciones sobre la mesa del comedor.

El gusto nos delataba. Satisfacíamos el hambre de una noche larga de ayuno con la simple contemplación de lo que teníamos enfrente. El, que ya era octogenario y un escritor reconocido, todavía se asombraba ante hechos como la traducción espontánea de sus memorias de infancia. "Fue por amor", justificaba su osadía el traductor. ¿Quién era el traductor? ¿Cómo había dado con el libro?, se preguntaba sorprendido, pero alegre, mi esposo.

Antes de leer la traducción, había que descender y averiguar qué libro, qué nueva sorpresa nos deparaba la columna de tomos delante de nuestra vista. Uno, dos; eran siete, ocho; había uno sobre mi marido; estaba su novela, ilustrada; había otro, medio suyo, medio de otros, una especie de biografía visual y textual y casi formal, con cronología y bibliografía; había, ¿diré qué más? ¿Diré? Eran siete, ocho, no sé cuantas ilusiones hechas realidad.

El sueño seguía un curso coherente; para una situación onírica como ésa, demasiado coherente. Si yo pude imaginar en qué consistía cada uno de los escaños de la columna mágica sobre la mesa, supongo que mi esposo también. De modo que la prisa, que a mí me consumía para ver ya, cuanto antes, el volumen que hacía de base de todos los demás, sin duda consumía de igual modo a mi marido. Nada más que él, ecuánime, sereno, mantenía bajo control sus emociones, unas, otras; no comía ansias; sabía esperar.

''Vámonos'', me ordenó de pronto; él mismo se contestó, con una nueva pregunta: "¿adónde?"

Uno a uno, hojeó en su orden los libros a la vista, sonriendo, como quien encuentra, después de años de no verlo, o de tenerlo olvidado, o de creerlo perdido, o de suponer que no lo vería nunca: o nunca más, a un viejo amigo, o a un amigo onírico al que uno, a fuerza de decepción, había desistido de ver hecho realidad.

"¿Te das cuenta?", preguntó interrumpidamente uno de los dos al otro; "¿De qué?", quiso saber a su vez, de modo un tanto forzado, el otro. Ambas, ambas preguntas, hipotéticas, absolutas, retóricas, absurdas. Podían contestarse de infinitas maneras, lo cual demostraba su insustancialidad.

Podían responderse, por ejemplo, diciendo: me doy cuenta, sí, de que estamos soñando, es decir, de que sueño; me doy cuenta -seguiría- de lo inútil que es soñar; de lo doloroso que resulta; de lo poco reconfortante; de lo desesperante; de lo cruel...

Compañero tipógrafo: ¿Podrías dejar inconclusa mi frase final? Te lo agradecería. Como puedas, indica que termino sin concluir y, si pudieras, di que lo hago así porque seguir o terminar perdió sentido. O mejor, ¿me respaldarías y transcribirías un poema que escribí, consciente de que no soy poeta? Dice:
 

Mi esposo murió en febrero
siendo que yo
también
considero abril
el mes más cruel.

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