Immanuel Wallerstein
La réplica
Si se considera que el ataque a las Torres Gemelas del
11 de septiembre de 2001 en Nueva York fue un terremoto político
para el pueblo estadunidense, Estados Unidos está sufriendo la réplica.
La más reciente y dramática consecuencia de dicha réplica
ha atravesado el Atlántico y provocado un deslizamiento tectónico
que ha pasado desapercibido durante toda la pasada década.
Lo perturbador de esa fecha funesta fue el hecho de que
Estados Unidos, por primera vez, se sintió vulnerable. Un ataque
directo de tal magnitud dentro del territorio continental se desconocía
previamente y era impensable. La inmediata respuesta de la mayor parte
del resto del mundo -que había conocido esa forma de vulnerabilidad
desde mucho tiempo antes- fue masivamente solidaria. Recordemos el ahora
clásico editorial del diario parisino Le Monde del día
después: "Ahora todos so-mos estadunidenses".
En menos de 18 meses, la administración del presidente
George W. Bush ha malgastado toda esa solidaridad y ahora se encuentra
diplomáticamente aislada. Esta es la segunda gran réplica
del 11 de septiembre. Desde 1945, Estados Unidos ha luchado por sus políticas
globales con la certeza de que cuenta con aliados seguros, Europa occidental,
Canadá, Japón y Corea del Sur. Sin importar cuántas
reservas pudiera tener un aliado u otro hacia dicha política, y
sin importar cuánto escándalo hicieran (una táctica
por la que Francia es particularmente famosa), Estados Unidos siempre contaba
con el hecho de que, cuando llegara el momento de tomar una decisión,
estos aliados lo respaldarían.
Hasta
febrero de 2003 el gobierno estadunidense se había asegurado de
que la deferencia de sus aliados hacia su liderazgo en asuntos mundiales
fuera una constante en la que se podía confiar. Repentinamente esto
ha cambiado. Francia y Alemania encabezan ahora la "coalición de
los no dispuestos", apoyados por Rusia y China, y también por una
parte muy considerable de la opinión pública mundial. Cuando
ocurrieron en todo el mundo las masivas manifestaciones por la paz del
pasado 15 de febrero, las mayores protestas fueron en los tres países
que más ostensiblemente han apoyado la postura de Washington respecto
de Irak: Gran Bretaña, España e Italia. Esta semana el Consejo
de Seguridad de la ONU votará la resolución presentada por
esos tres países para legitimar una acción militar contra
Irak. Se les enfrenta un "memorándum" de Francia, Alemania y Rusia,
el cual, en efecto, sostiene que no existe aún justificación
alguna para la acción militar. Es muy dudoso que la resolución
de Estados Unidos logre los nueve votos que necesita para ser aprobada,
aunque no se le llegue a vetar.
El resultado inmediato de esto ha sido un duelo a gritos
entre Estados Unidos (junto con Gran Bretaña), de un lado, y por
otro Francia y Alemania. Ha sido mucho más estridente el bando estadunidense
que el franco-alemán. Jacques Chirac, un político conservador
que ha vivido en Estados Unidos y quien por mucho tiempo fue considerado
el líder político francés más amistoso hacia
los estadunidenses, está siendo vilipendiado, e incluso, satanizado.
¿Cómo llegó a deteriorarse la relación
entre Europa y Estados Unidos, al grado de que la prensa se pregunta si
alguna vez podrá repararse, y habla de que estamos pasando por un
divorcio? Para entender esto tenemos que analizar la historia desde el
principio, es decir, desde 1945.
En dicho año Estados Unidos era todopoderoso y
Europa occidental sufría por la grave destrucción económica
que dejó la guerra. Más aún, 25 por ciento de la población
europea occidental votaba por los partidos comunistas, mientras las mayorías
temían sinceramente que la combinación de esos partidos comunistas
y el inmenso Ejército Rojo, estacionado en medio de Europa, representara
una verdadera amenaza a la sobrevivencia de todos los estados no comunistas.
La alianza entre Europa occidental con Estados Unidos concretó la
creación de la OTAN en 1949, con el fuerte apoyo de la mayoría
de la población europea, que tenía más temor de quedar
aislada de Estados Unidos que del imperialismo estadunidense. Washington
alentó y apoyó el establecimiento de estructuras trasnacionales
europeas, primordialmente como una forma de volver aceptable para los franceses
el involucramiento de Alemania occidental en la estructura de la alianza.
A finales de los años 60 el cimiento ma-terial
y político del entusiasmo europeo por la alianza atlántica
comenzó a desgastarse. Europa occidental había revivido económicamente
y ya no dependía de Es-tados Unidos. ¡Todo lo contrario! Se
estaba convirtiendo en su rival económico. La fuerza interna de
los partidos comunistas había comenzado a disiparse. La amenaza
soviética parecía ya muy distante. Mientras tanto, el entusiasmo
estadunidense por las instituciones europeas había menguado, a medida
de que una Europa fuerte em-pezaba a parecer un riesgo para la OTAN. Estados
Unidos alentó a Gran Bretaña a unírsele, con la esperanza
de diluir a Europa (tal como denunció Charles de Gaulle en ese momento).
Más tarde, Estados Unidos presionó "hacia el este", con una
intención similar.
El colapso de la Unión Soviética, de 1989
a 1991, representó un desastre, desde el punto de vista del control
estadunidense sobre sus aliados. Desbarató la justificación
principal del liderazgo de ese país. Básicamente lo que Estados
Unidos ofrecía era el interés de clase del "norte" contra
el "sur", el interés que tenían en común en cuanto
a orden global, globalización neoliberal y la contención
militar de países del "sur" (esto se tradujo en una continua e intensificada
insistencia en la no proliferación nuclear).
Estos eran, ciertamente, intereses comunes, pero ninguno
de ellos era tan urgente como lo fue en su momento la amenaza militar soviética.
Además, Europa occidental sentía que su enfoque en problemas
particulares era al menos tan inteligente y útil como el de Washington.
Durante los gobiernos del primer presidente Bush y de
Bill Clinton, estas diferencias llevaron a serios enfrentamientos, pe-se
a los cuales se mantuvo la cordialidad. Después llegaron los halcones
del segundo presidente Bush. Estos no tenían ningún interés
en debatir los temas más delicados en cuanto a qué hacer
en Irak, Palestina o Corea del Norte. Ellos creían que sabían
lo que debía hacerse y estaban ansiosos por asegurarse que Europa
occidental aceptaría, como lo había hecho anteriormente,
el incuestionable liderazgo de Estados Unidos. Ellos heredaron el antiguo
desprecio estadunidense por los inmigrante europeos que se habían
quedado atrás.
Sin embargo, hoy son muy distintas las realidades geopolíticas.
Europa occidental siente que las políticas de Bush hacia Irak están
tan en contra de ella como de Saddam Hussein. Piensan que Bush está
tratando de destruir la posibilidad de una Europa fuerte y políticamente
independiente, precisamente en un momento muy delicado de la construcción
constitucional de ese continente. Más aún, la derrota de
los socialistas en Francia y la victoria de los socialdemócratas
en Alemania implicaron serios retrocesos para Bush. La derrota de los socialistas
permitió que Francia, con su curiosa Constitución, tenga
un presidente cuya autoridad es decisiva, porque no tiene que compartir
el poder con un primer ministro de otro partido. Chirac ve que los intereses
de Francia dependen del ejercicio de un gaullismo sin reservas, y en esto
Chirac cuenta con el apoyo de la opinión pú-blica y los políticos
franceses, cosa que jamás hubiera logrado con un primer mi-nistro
socialista.
En Alemania, por otro lado, sólo una coalición
de gobierno socialdemócrata-verde pudo haber logrado la postura
clara que el gobierno ha adoptado, y que le trajo recompensas políticas.
Ha quedado demostrado que estaban equivocadas las bravatas
de Donald Rumsfeld en cuanto a que la "vieja Europa" estaba aislada. No
hay un sólo país en el continente, incluidos los del sector
oriental, en que las encuestas no demuestren que la población se
opone a la postura estadunidense. El Estados Unidos que promueve guerras
preventivas y promete que se enfrascará en ellas de manera unilateral
es visto como un peligro mucho mayor que el sitiado y reducido Saddam Hussein.
Europa no es antiestadunidense, pero definitivamente es contraria a Bush.
Mientras tanto, lo mismo está ocurriendo en el este de Asia, donde
Japón, Corea del Sur y China se han unido contra la manera en que
Estados Unidos maneja lo referente a Corea del Norte.
Nunca debemos volver al pasado. Lo que ocurra ahora depende
mucho del proceso militar que se lleve a cabo en la guerra con Irak. Europa
puede salir de esto fortalecida o destrozada. Pero la certeza de Estados
Unidos de poder contar con el apoyo automático de Europa occidental
y el este asiático puede haberse perdido para siempre.
Immanuel Wallerstein es director del Centro Fernand
Braudel, de la Universidad de Binghamton (http:fbc.binghamton.edu/commentr.htm)
Traducción: Gabriela Fonseca