BLIX DESPEJA EL CAMINO A LA GUERRA
Parecía,
hasta ayer, que George W. Bush y Tony Blair se habían topado con
importantes obstáculos para emprender una nueva destrucción
bélica de Irak: la disposición del gobierno de ese país
a destruir sus misiles Al Samoud, objetados por la comisión de inspectores
(Unmovic) que encabeza Hans Blix, así como la información
que proporcionó sobre remanentes de armas químicas y biológicas;
la negativa del parlamento de Ankara a permitir que Estados Unidos emplease
el territorio turco como plataforma para lanzar un ataque desde el norte
contra Bagdad, así como la firmeza de los tres miembros permanentes
del Consejo de Seguridad de la ONU que se oponen a la guerra --Rusia, Francia
y China--, abrían la posibilidad de que Washington se viera obligado
a aplazar su agresión militar por tiempo indefinido.
Sin embargo, ayer la Unmovic planteó a Bagdad una
exigencia inadmisible, improcedente y perversa: que destruya sus principales
medios de defensa antiaérea, los misiles Dvina, de fabricación
rusa, conocidos en Occidente como SA-2 o Guideline.
Tales artefactos se hicieron legendarios como instrumentos
de ataque a aviones enemigos desde la crisis de los misiles soviéticos
en Cuba, cuando uno de ellos derribó un avión espía
U-2. Posteriormente, en Vietnam, los Dvina destruyeron abundantes aeronaves
estadunidenses, y fueron empleados por los países árabes
contra los aparatos israelíes en la guerra del Yom Kipur. Pero esos
misiles antiaéreos, capaces, en principio, de alcanzar cualquier
avión de combate estadunidense o inglés en el escenario iraquí,
no pueden de ninguna manera ser considerados "armas de destrucción
masiva" ni representan amenaza alguna contra ningún país,
ni siquiera los contiguos a Irak. Por eso la demanda planteada por los
inspectores constituye una extralimitación y una contravención
de las funciones y el mandato de la Unmovic, que sólo puede entenderse
como un súbito alineamiento de Hans Blix y su equipo con los intereses
de Washington y Londres, como una maniobra orientada a facilitarles a esos
gobiernos el empeño de derrocar por medios violentos a las autoridades
iraquíes y como una forma perversa e inmoral de colocar a éstas
ante un callejón sin salida.
No se necesita gran perspicacia para comprender que, en
la posición de Irak, renunciar a tales artefactos significaría
regalarle una victoria rápida, barata y sin bajas propias a las
fuerzas agresoras que rodean a esa nación árabe y que, según
cifras frescas del Pentágono, suman ya 230 mil efectivos, sin incluir
los 10 mil destacados en Afganistán ni otros 60 mil que van en camino
al golfo Pérsico. Si el régimen de Saddam Hussein accede
a destruir sus principales defensas antiaéreas, estará invitando
a los aviones enemigos a bombardear el país sin ningún obstáculo.
Si, por el contrario, se rehúsa a deshacerse de los misiles Dvina
o SA-2, Washington tendrá elementos para argumentar la falta de
voluntad y de cooperación de Bagdad en el desarme, y le resultará
mucho más fácil ganar la batalla diplomática en el
Consejo de Seguridad de la ONU.
A lo anterior debe agregarse los datos ominosos de la
intensificación, en los últimos días, de los ataques
aéreos estadunidenses e ingleses contra radares iraquíes,
así como la cada vez más evidente presencia de "fuerzas especiales"
británicas y estadunidenses en territorio iraquí, las que,
según lo consignó ayer The Daily Telegraph, están
dedicadas a identificar blancos para los bombardeos, supervisar yacimientos
petroleros, vigilar los movimientos de las tropas iraquíes y hasta
localizar sitios en los que pueda concentrarse a los futuros prisioneros
de guerra.
En tales circunstancias, la única posibilidad de
preservar la paz reside en que todos los integrantes del Consejo de Seguridad
de la ONU que se oponen a la agresión injusta promovida por Bush
y Blair ratifiquen el sentido de la misión de la Unmovic, y le recuerden
a Hans Blix y a sus subordinados que la inspección internacional
fue creada con el propósito de preservar la paz, no para facilitar
la guerra.