El grupo cubano ofreció un extraordinario
concierto en el Auditorio Nacional
Buena Vista, un fenómeno que integra la vieja
historia musical al momento actual
Destacaron los nuevos arreglos de Demetrio Muñiz
a las piezas clásicas
MIRANDA ROMERO ESPECIAL
Se apagan las luces y los acordes de un lejano lamento
cubano llenan el recinto, mientras en las pantallas vemos imágenes
de Cuba. En una, el músico y productor del proyecto, Ry Cooder,
se mece lentamente al compás de un son y narra la historia de un
grupo de músicos, un sueño y mucho sabor que se unen para
formar la leyenda más famosa de la música cubana: el Buena
Vista Social Club, movimiento que es ya una institución en México,
donde año con año son recibidos cariñosamente.
En las pantallas se oyen aplausos que poco a poco se van
fundiendo con los del público que abarrotó el Auditorio Nacional,
el pasado jueves, para disfrutar de un concierto de más de dos horas
y media, continuando así con una tradición que empezó
hace muchos años en Cuba como un club selecto, y que ahora sigue
renovando con extraordinarios arreglos musicales a las ya clásicas
interpretaciones, no sólo la escena del son cubano, sino del jazz.
Esta big band tiene la virtud de integrar la vieja historia musical
al momento actual, para hacerla vigente.
Este
concierto de inmediato logró imprimir un sentimiento de goce entre
los presentes, que con las palmas y los pies llevaban el ritmo. Juan de
Marcos González salió a ofrecer una calurosa bienvenida a
México y a presentarnos a cada uno de los músicos del conjunto.
Ibrahím Ferrer, ofreció un popurrí de algunas de las
piezas cubanas clásicas, con su maravillosa voz llena de nostalgia,
que marcó el inicio de una noche plena de ritmos tropicales.
Acto seguido, Omara Portuondo, la diva, la bella mujer
que con su traje de lentejuelas le daba brillo a un ensamble de guapos
hombres y que distingue con su voz a este fenómeno musical caribeño
conocido simplemente como Buena Vista.
En esa peculiar noche todo brilló: Barbarito
Torres mostró su maestría con el laúd, mientras la
voz de Omara conmovía hasta a los más apáticos; los
metales, encabezados por Guajiro Mirabal, pero sobre todo por Miguel
Valdez, rasgaban el ambiente que pronto se tornó guapachoso, a pesar
de que el público permanecía sentado. El bajo maestro de
Cachaito López, y la novedad del sonido cobre de Jimmy Antillas
consiguió que esta banda no sea, como se cree, de los viejos soneros
cubanos, sino del renovado sonido Buena Vista.
Presenciamos un sentido homenaje a Rubén González,
miembro importante de la banda desde sus inicios y que se encontraba en
espíritu, al estar ya retirado, pues como bien dijeron ellos: "si
hay algo que no perdona, son los años". Tocaron canciones tradicionales
de la discografía de González con la presencia del niño
virtuoso del piano, Roberto Fonseca, quien en vez de sustituir, le ha aportado
un nuevo color a las piezas del adorado maestro.
Y cómo dice la canción: "a la que me lo
pida se lo doy", el público escuchaba animadamente la música
mientras se hacía cada vez más difícil mantenerse
en los asientos. Tras deleitarnos con los acordes de Javier Salas en la
flauta y del trompetista Miguel Valdez, le tocó el turno a Compay
Segundo, quien fue recibido con una gran ovación al tocar las canciones
que toda la gente esperaba.
"Les traigo un saludo muy bonito de la isla de Cuba",
dijo, y se dio a la tarea de presentar un danzón en donde, ante
la insistencia de Compay, el público finalmente saltó de
los asientos y se puso a bailar.
Bajo el ojo del director de la orquesta, Demetrio Muñiz,
(un experimentado y nuevo gran jefe de la banda) escuchamos El vendedor
de agua, mientras diferentes miembros del ensamble salían o
entraban para acompañar, pasando de lo íntimo a lo carnavalesco,
junto con el público que clamaba ''Compay, Compay...'', hasta que
llegó el momento para éste se retirarse, no sin antes haberle
dedicado a México otra de sus grandes sonrisas.
El punto más emotivo de la noche corrió
a cargo de Ibrahím y Omara, quienes cantaron a dúo Silencio,
en una conmovedora interpretación que vino a ser un reflejo de lo
que es el Buena Vista, que más que una simple presentación
es el placer de ser testigos de una generación para quien la fiesta
ocurre en el escenario.
Juan de Marcos y Omara continuaron motivando a la gente
para que bailara, tomándolos como ejemplo a ellos, quienes hicieron
gala de una condición física al bailar que muchos envidiaron.
Pronto estuvo presente toda la orquesta que se lucía al máximo,
y así las interpretaciones de 20 años, Guantanamera,
Dos gardenias o Candela fueron puntos clave en un concierto
en el que no hubo momentos bajos. El público parecía dispuesto
a quedarse para más, pero llegó el momento de decir adiós,
con el consuelo de la promesa de regresar pronto a un México y un
público que se entrega cariñosamente a sus ídolos.