Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 1 de marzo de 2003
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Política
DESFILADERO

Jaime Avilés

Lisístrata en las ciudades

El mensaje pacifista del mundo contra Bush debe ser leído también por los líderes de Corea del Norte

UNA PROPUESTA RAZONABLE. Lisístrata significa, en griego antiguo, "la pacificadora". Aristófanes la llamó así para darle ese nombre también a su comedia contra la guerra del Peloponeso. Imaginó que un día Lisístrata llamaba a todas las mujeres de la Hélade y les pedía que, por amor a la paz, dejaran de acostarse con sus maridos para que éstos volvieran a entrar en razón. Miles de años después, Lisístrata está de nuevo en la calle reclamando lo mismo. Pasado mañana, tercer día del tercer mes del tercer año del tercer milenio, en más de 40 ciudades del planeta, entre las cuales figura el Distrito Federal, decenas de actrices representarán a Lisístrata en todas las lenguas con un mensaje especialmente dirigido a las mujeres de Bush, Blair, Sharon, Aznar, Berlusconi, Powel, Rumsfeld, Perle, Fox y muchos jefes de Estado o de gobierno más: no les den placer sexual a sus compañeros de lecho mientras no resuelvan, por la vía diplomática y en el marco de la ONU, lo que ahora describen sin motivo aparente como "el conflicto de Irak".

¡No es el conflicto de Irak! La guerra que el gobierno de Estados Unidos planea lanzar contra el mundo entero es el conflicto personal de "un alcohólico que tiene miedo de volver a beber" (Oliver Stone dixit) y el de la potencia más poderosa y destructiva del planeta, que debe al sistema financiero internacional una cantidad equivalente a la de toda la riqueza que la humanidad produjo en 2002. Es el conflicto de la industria manufacturera más fabulosa jamás concebida, que sin embargo ya no puede vender sus productos en su propio mercado interno porque éste ha sido inundado de mercancías chinas tres veces más baratas que las suyas. Por eso la guerra no es contra Irak sino contra China.

En los tiempos de Clinton, el poderío financiero de Estados Unidos quebró las economías de los Tigres asiáticos para apoderarse del petróleo de aquella región, pero ahora el imperio del dólar no puede desestabilizar a nadie con esos métodos porque también está en quiebra y sólo cuenta con el recurso extremo de las armas para tratar de sobrevivir. Estados Unidos ha cometido, en proporciones incalculables, todos los pecados de populismo, paternalismo, subsidiarismo, despilfarro y corrupción que el FMI y el Banco Mundial han denunciado y atacado implacablemente, con extremo rigor monetarista, en los países que han sido víctimas, como Argentina y México, de esa inmisericorde cuanto inútil disciplina fiscal.

Abramos los ojos a la nueva realidad del nuevo siglo: la mayor potencia militar del mundo ya no es la mayor potencia económica. Al contrario, está en la ruina como el resto del sistema financiero internacional. Debe adaptarse a las nuevas circunstancias y comprender que sus vicios de producción y consumo le han impuesto de pronto límites insuperables para su propia expansión. La economía de la Tierra ya no puede desarrollarse más porque la economía de Estados Unidos la ha asfixiado. La economía de Estados Unidos ya no puede ensancharse más porque todas sus fuentes de alimentación están exhaustas. Ha sido tan brutal el saqueo de las clases subalternas y de los pueblos sometidos que los imperialistas ya no pueden extraer más plusvalía.

Cuando conquisten Irak, y después Irán, y después Arabia Saudita, y entre tanto borren del mapa a Palestina, sus nuevas ganancias no serán aplicadas al exclusivo deleite del pueblo estadunidense y de los países aliados, pues tendrán que quedarse en el mismo suelo que las produjo y servirán para mantener a los nuevos vasallos del imperio en sus lugares de origen. Bush se verá forzado a dar comida, vestido, trabajo y atención médica a los iraquíes en Irak, a los iraníes en Irán, a los árabes en Arabia Saudita, a los palestinos en aquellos lugares donde se dispersen, a los kurdos en aquellas regiones donde se refugien, y a la postre Estados Unidos deberá responsabilizarse de millones de seres más, desempleados y famélicos, que absorberán los efímeros excedentes de su nueva fortuna.

Las guerras ya no sirven para reactivar la economía del país vencedor, como sucedía antes. Por ello, los cálculos del equipo de halcones de Washington, encabezado por un alcohólico que tiene miedo de volver a beber, son absurdos, fantásticos, insostenibles, ilógicos, irracionales, y es el momento de anularlos. En esta gran tarea, la misión del pueblo estadunidense es derrocar a Bush, desarmarlo por medios pacíficos, valiéndose de las instituciones democráticas respaldadas por la fuerza mundial de la sociedad civil, y la misión de los pueblos de todo el orbe es arrastrar a sus respectivos gobiernos a una mesa de diálogo, en el seno de las Naciones Unidas, en la que se pacte un verdadero nuevo orden internacional.

Por lo pronto derrotemos a Bush impidiendo la guerra. De Blair se encargarán los ingleses, de Aznar los españoles, de Berlusconi los italianos, de Sharon los judíos, etc., etc. De Fox, por el contrario, se encargará él mismo.

Un hombre con pies de trapo


No estaba errada esta página cuando el sábado pasado reveló que, días antes de la visita de Aznar a México, el canciller Luis Ernesto Derbez le mandó un recado, por conducto de inversionistas ibéricos del grupo PRISA, para que no presionara a Fox porque en el momento necesario éste votaría con Estados Unidos en la ONU en favor de la guerra contra Irak. Los hechos más recientes confirman que esa percepción era correcta. En cuanto Aznar se fue de aquí y Bush llamó por teléfono a Los Pinos, el discurso del presidente mexicano comenzó a rendirse ante las inaceptables exigencias de la Casa Blanca.

Ahora no cabe ni la más remota esperanza de que este viraje sea una táctica diversionista para apaciguar a las bestias de Washington y ganar tiempo mientras el paisaje internacional se aclara. El Vicente Fox que hace ocho días trató de engañar a la opinión pública informando, por medio de su oficina, que no había llegado a ningún acuerdo con Aznar, ya no existe. En su lugar, dentro de sus botas, ha quedado un político extremadamente debilitado por el escándalo que estalló el lunes, cuando el ex presidente de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores, Eduardo Fernández, denunció en el programa radial de Joaquín López Dóriga que durante la campaña presidencial del PAN el grupo Amigos de Fox incurrió en prácticas de lavado de dinero.

Al día siguiente, martes, Fox perdió los estribos y anunció a la prensa que Fernández caería preso por su atrevimiento. Y el miércoles, en efecto, como en los viejos tiempos, Fernández fue detenido con lujo de fuerza, en una maniobra que a los ojos de todo el mundo sólo significa que el hombre estaba diciendo la verdad y que el "gobierno" lo encerró para taparle la boca. Fox violó así la única promesa de campaña que no había incumplido: aquella de "no voy a reprimir". Pero la captura de Fernández, lejos de sacarlo de aprietos, denuncia al titular del Ejecutivo como un presunto infractor de la ley que habría cometido delitos graves que deben ser castigados con cárcel y sin derecho a libertad bajo fianza.

Este contratiempo es terrible no sólo porque augura una nueva guerra de mafias en la cumbre del régimen -recordemos la de 1994, los asesinatos de Colosio y Ruiz Massieu-, sino porque Fox es ahora un hombre con pies de trapo y este negro expediente, y la amenaza de una crisis institucional que podría dar al traste con todo entre nosotros, será usado en su contra como supremo elemento de presión en el Consejo de Seguridad de la ONU. Invoquemos, entonces, un último argumento para exigirle al "gobierno" mexicano que se oponga, de todos modos, a la guerra mundial.

En la mira de Pyongyang


Que se sepa, hace dos sábados, ninguna de las manifestaciones pacifistas que estremecieron al mundo exhibió carteles contra los dirigentes de Corea del Norte. Estos han continuado impertérritos, disparando misiles vacíos que bien podrían trasladar bombas nucleares a Israel, Japón o Estados Unidos. Si la guerra mundial estalla, ¿quién garantizará que los norcoreanos no respondan a la demencia de Bush con otra locura? En principio, deben sentirse amparados porque su pequeño país se ubica entre el sur de China y Corea del Sur: dos lugares donde viven, por una parte, los verdaderos enemigos de Washington (a los cuales el Pentágono todavía no está listo para atacar militarmente) y sus más dóciles vasallos en el sudeste asiático.

Según esto, Pyongyang debe confiar en que su territorio no puede ser blanco de un bombardeo nuclear estadunidense porque los efectos serían devastadores para Corea del Sur e inadmisibles para China. Metidos en este sandwich estratégico, suponen que podrían lanzar sus proyectiles nucleares hacia esta parte del mundo, que compartimos México y Estados Unidos, sin ser víctimas de una represalia del mismo calibre. Pero si tal ocurriera -si un artefacto norcoreano estallara en Nueva York y el viento arrastrara la nube radioactiva al golfo de México, si otro desviara su curso y explotara, por decir algo, frente a la costa de Mazatlán-, estaríamos, señoras y señores, literalmente fritos. Por eso, a efecto de evitar ese espantoso peligro para México, quienes vivimos aquí tenemos que impedir a toda costa que Bush y Blair y Sharon y Aznar y Berlusconi, con la bendición de Fox, empiecen a escribir en Bagdad no el último capítulo, no la última página sino apenas el último párrafo de una historia que ya no sería leída por nadie.

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