DESFILADERO
Jaime Avilés
Lisístrata en las ciudades
El mensaje pacifista del mundo contra Bush debe ser
leído también por los líderes de Corea del Norte
UNA PROPUESTA RAZONABLE. Lisístrata significa,
en griego antiguo, "la pacificadora". Aristófanes la llamó
así para darle ese nombre también a su comedia contra la
guerra del Peloponeso. Imaginó que un día Lisístrata
llamaba a todas las mujeres de la Hélade y les pedía que,
por amor a la paz, dejaran de acostarse con sus maridos para que éstos
volvieran a entrar en razón. Miles de años después,
Lisístrata está de nuevo en la calle reclamando lo mismo.
Pasado mañana, tercer día del tercer mes del tercer año
del tercer milenio, en más de 40 ciudades del planeta, entre las
cuales figura el Distrito Federal, decenas de actrices representarán
a Lisístrata en todas las lenguas con un mensaje especialmente dirigido
a las mujeres de Bush, Blair, Sharon, Aznar, Berlusconi, Powel, Rumsfeld,
Perle, Fox y muchos jefes de Estado o de gobierno más: no les den
placer sexual a sus compañeros de lecho mientras no resuelvan, por
la vía diplomática y en el marco de la ONU, lo que ahora
describen sin motivo aparente como "el conflicto de Irak".
¡No
es el conflicto de Irak! La guerra que el gobierno de Estados Unidos planea
lanzar contra el mundo entero es el conflicto personal de "un alcohólico
que tiene miedo de volver a beber" (Oliver Stone dixit) y el de
la potencia más poderosa y destructiva del planeta, que debe al
sistema financiero internacional una cantidad equivalente a la de toda
la riqueza que la humanidad produjo en 2002. Es el conflicto de la industria
manufacturera más fabulosa jamás concebida, que sin embargo
ya no puede vender sus productos en su propio mercado interno porque éste
ha sido inundado de mercancías chinas tres veces más baratas
que las suyas. Por eso la guerra no es contra Irak sino contra China.
En los tiempos de Clinton, el poderío financiero
de Estados Unidos quebró las economías de los Tigres asiáticos
para apoderarse del petróleo de aquella región, pero
ahora el imperio del dólar no puede desestabilizar a nadie con esos
métodos porque también está en quiebra y sólo
cuenta con el recurso extremo de las armas para tratar de sobrevivir. Estados
Unidos ha cometido, en proporciones incalculables, todos los pecados de
populismo, paternalismo, subsidiarismo, despilfarro y corrupción
que el FMI y el Banco Mundial han denunciado y atacado implacablemente,
con extremo rigor monetarista, en los países que han sido víctimas,
como Argentina y México, de esa inmisericorde cuanto inútil
disciplina fiscal.
Abramos los ojos a la nueva realidad del nuevo siglo:
la mayor potencia militar del mundo ya no es la mayor potencia económica.
Al contrario, está en la ruina como el resto del sistema financiero
internacional. Debe adaptarse a las nuevas circunstancias y comprender
que sus vicios de producción y consumo le han impuesto de pronto
límites insuperables para su propia expansión. La economía
de la Tierra ya no puede desarrollarse más porque la economía
de Estados Unidos la ha asfixiado. La economía de Estados Unidos
ya no puede ensancharse más porque todas sus fuentes de alimentación
están exhaustas. Ha sido tan brutal el saqueo de las clases subalternas
y de los pueblos sometidos que los imperialistas ya no pueden extraer más
plusvalía.
Cuando conquisten Irak, y después Irán,
y después Arabia Saudita, y entre tanto borren del mapa a Palestina,
sus nuevas ganancias no serán aplicadas al exclusivo deleite del
pueblo estadunidense y de los países aliados, pues tendrán
que quedarse en el mismo suelo que las produjo y servirán para mantener
a los nuevos vasallos del imperio en sus lugares de origen. Bush se verá
forzado a dar comida, vestido, trabajo y atención médica
a los iraquíes en Irak, a los iraníes en Irán, a los
árabes en Arabia Saudita, a los palestinos en aquellos lugares donde
se dispersen, a los kurdos en aquellas regiones donde se refugien, y a
la postre Estados Unidos deberá responsabilizarse de millones de
seres más, desempleados y famélicos, que absorberán
los efímeros excedentes de su nueva fortuna.
Las guerras ya no sirven para reactivar la economía
del país vencedor, como sucedía antes. Por ello, los cálculos
del equipo de halcones de Washington, encabezado por un alcohólico
que tiene miedo de volver a beber, son absurdos, fantásticos, insostenibles,
ilógicos, irracionales, y es el momento de anularlos. En esta gran
tarea, la misión del pueblo estadunidense es derrocar a Bush, desarmarlo
por medios pacíficos, valiéndose de las instituciones democráticas
respaldadas por la fuerza mundial de la sociedad civil, y la misión
de los pueblos de todo el orbe es arrastrar a sus respectivos gobiernos
a una mesa de diálogo, en el seno de las Naciones Unidas, en la
que se pacte un verdadero nuevo orden internacional.
Por lo pronto derrotemos a Bush impidiendo la guerra.
De Blair se encargarán los ingleses, de Aznar los españoles,
de Berlusconi los italianos, de Sharon los judíos, etc., etc. De
Fox, por el contrario, se encargará él mismo.
Un hombre con pies de trapo
No estaba errada esta página cuando el sábado
pasado reveló que, días antes de la visita de Aznar a México,
el canciller Luis Ernesto Derbez le mandó un recado, por conducto
de inversionistas ibéricos del grupo PRISA, para que no presionara
a Fox porque en el momento necesario éste votaría con Estados
Unidos en la ONU en favor de la guerra contra Irak. Los hechos más
recientes confirman que esa percepción era correcta. En cuanto Aznar
se fue de aquí y Bush llamó por teléfono a Los Pinos,
el discurso del presidente mexicano comenzó a rendirse ante las
inaceptables exigencias de la Casa Blanca.
Ahora no cabe ni la más remota esperanza de que
este viraje sea una táctica diversionista para apaciguar a las bestias
de Washington y ganar tiempo mientras el paisaje internacional se aclara.
El Vicente Fox que hace ocho días trató de engañar
a la opinión pública informando, por medio de su oficina,
que no había llegado a ningún acuerdo con Aznar, ya no existe.
En su lugar, dentro de sus botas, ha quedado un político extremadamente
debilitado por el escándalo que estalló el lunes, cuando
el ex presidente de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores,
Eduardo Fernández, denunció en el programa radial de Joaquín
López Dóriga que durante la campaña presidencial del
PAN el grupo Amigos de Fox incurrió en prácticas de lavado
de dinero.
Al día siguiente, martes, Fox perdió los
estribos y anunció a la prensa que Fernández caería
preso por su atrevimiento. Y el miércoles, en efecto, como en los
viejos tiempos, Fernández fue detenido con lujo de fuerza, en una
maniobra que a los ojos de todo el mundo sólo significa que el hombre
estaba diciendo la verdad y que el "gobierno" lo encerró para taparle
la boca. Fox violó así la única promesa de campaña
que no había incumplido: aquella de "no voy a reprimir". Pero la
captura de Fernández, lejos de sacarlo de aprietos, denuncia al
titular del Ejecutivo como un presunto infractor de la ley que habría
cometido delitos graves que deben ser castigados con cárcel y sin
derecho a libertad bajo fianza.
Este contratiempo es terrible no sólo porque augura
una nueva guerra de mafias en la cumbre del régimen -recordemos
la de 1994, los asesinatos de Colosio y Ruiz Massieu-, sino porque Fox
es ahora un hombre con pies de trapo y este negro expediente, y la amenaza
de una crisis institucional que podría dar al traste con todo entre
nosotros, será usado en su contra como supremo elemento de presión
en el Consejo de Seguridad de la ONU. Invoquemos, entonces, un último
argumento para exigirle al "gobierno" mexicano que se oponga, de todos
modos, a la guerra mundial.
En la mira de Pyongyang
Que se sepa, hace dos sábados, ninguna de las manifestaciones
pacifistas que estremecieron al mundo exhibió carteles contra los
dirigentes de Corea del Norte. Estos han continuado impertérritos,
disparando misiles vacíos que bien podrían trasladar bombas
nucleares a Israel, Japón o Estados Unidos. Si la guerra mundial
estalla, ¿quién garantizará que los norcoreanos no
respondan a la demencia de Bush con otra locura? En principio, deben sentirse
amparados porque su pequeño país se ubica entre el sur de
China y Corea del Sur: dos lugares donde viven, por una parte, los verdaderos
enemigos de Washington (a los cuales el Pentágono todavía
no está listo para atacar militarmente) y sus más dóciles
vasallos en el sudeste asiático.
Según esto, Pyongyang debe confiar en que su territorio
no puede ser blanco de un bombardeo nuclear estadunidense porque los efectos
serían devastadores para Corea del Sur e inadmisibles para China.
Metidos en este sandwich estratégico, suponen que podrían
lanzar sus proyectiles nucleares hacia esta parte del mundo, que compartimos
México y Estados Unidos, sin ser víctimas de una represalia
del mismo calibre. Pero si tal ocurriera -si un artefacto norcoreano estallara
en Nueva York y el viento arrastrara la nube radioactiva al golfo de México,
si otro desviara su curso y explotara, por decir algo, frente a la costa
de Mazatlán-, estaríamos, señoras y señores,
literalmente fritos. Por eso, a efecto de evitar ese espantoso peligro
para México, quienes vivimos aquí tenemos que impedir a toda
costa que Bush y Blair y Sharon y Aznar y Berlusconi, con la bendición
de Fox, empiecen a escribir en Bagdad no el último capítulo,
no la última página sino apenas el último párrafo
de una historia que ya no sería leída por nadie.