Angel Guerra Cabrera
15 de febrero
No es ocioso reiterar cuando la guerra se aproxima que ésta es inherente a la naturaleza del imperialismo. En la etapa im-perialista del capitalismo las disputas entre las grandes po-tencias por los recursos económicos del mundo han terminado resolviéndose siempre mediante las armas. La conquista estadunidense de Cuba, Puerto Rico y Filipinas en 1898 inauguró este proceder y sirvió de prólogo a la primera conflagración mundial (e interimperialista) de 1914. Desde entonces han surgido nuevas modalidades de rapiña y se han evidenciado nuevos y gravísimos problemas en el mundo surgido de la revolución industrial -como la degradación acelerada del medio ambiente-, pero permanece invariable la esencia belicista de la "fase superior del capitalismo" en la solución de las rivalidades entre estados imperialistas por la conquista de mercados, fuentes de materias primas y recursos energéticos.
Estados Unidos desplazó a Inglaterra como primera potencia imperialista en 1918 y consolidó ese papel al finalizar la Segunda Guerra Mundial, aunque a partir de ese momento se viera obligado, como los demás poderes imperialistas, a poner ciertos límites a su actuación debido a la emergencia de la Unión Soviética, ya una superpotencia acreedora de un notable respeto internacional por su decisiva contribución a la derrota del nazismo, que intentaba desde 1917 la construcción de una sociedad alternativa al capitalismo. Al fracasar el intento soviético dejó de existir la URSS, lo que ha creado un enorme desequilibrio de poder en el mundo y dado un gran impulso a la lucha interimperialista por repartirse los recursos, sobre todo energéticos. Esta circunstancia, así como la crisis sin precedentes que se configura en la economía y en todo el sistema de dominación y despilfarro capitaneado por Estados Unidos, han llevado al poder, en la superpotencia sobreviviente, a las tendencias más agresivas y demenciales, que creen llegado el momento para establecer en el mundo una suerte de milenio americano donde sea ley inexorable la ideología fascista de la camarilla petrolera y armamentista reinante en Washington.
La primera guerra del golfo Pérsico y las posteriores intervenciones humanitarias de la OTAN en el territorio de la ex Yugoslavia, junto a las agresiones a Granada, Pa-namá y Somalia, constituyeron los primeros amagos de ruptura, por iniciativa estadunidense, con el orden jurídico internacional vigente con posterioridad a la Se-gunda Guerra Mundial, que Washington no está dispuesto a acatar por más tiempo. En esa misma lógica se inscribe la criminal arremetida contra el pueblo afgano sin el consentimiento del Consejo de Seguridad con el pretexto de castigar al supuesto autor intelectual de los atentados del 11 de septiembre, el Ƒex? colaborador de la CIA y al parecer incapturable Bin Laden. Igual puede decirse de la agresión en marcha contra Irak, que George W. Bush está decidido a llevar a cabo pasando por encima de la ONU e incluso a costa de acentuar el ya inocultable resquebrajamiento de la OTAN y las serias desavenencias con Alemania, Francia, Rusia y China, cuyas raíces son muy profundas y anteriores a este episodio.
La cercana agresión contra Irak, con todo y el genocidio que vislumbra, es concebida por el grupo de Bush sólo como otra fase de una prolongada campaña bélica iniciada en Afganistán, llamada a imponer su control absoluto sobre el planeta. Un sueño vano que terminará revirtiéndoseles porque la rapiña imperialista es partera de grandes revoluciones, como se vio en el siglo XX. En Irak, y en cualquier parte, el invasor debe pagar un precio muy alto si es resistido con tácticas irregulares, porque ha sido suficientemente demostrado que la guerra popular patriótica es capaz de romper los dientes a la más avanzada tecnología militar. De darse esa resistencia serviría de mucho al gran movimiento de masas contra la guerra que se levanta en el mundo. Noam Chomsky ha dicho algo que podría definir el curso de los acontecimientos: nunca como ahora existió un consenso más amplio contra una guerra antes que comenzara. Sea cual sea la reacción de los sufridos iraquíes, es evidente que esta guerra hay que derrotarla con una gran movilización política a escala universal en la que el concurso de los estadunidenses será decisivo. Recordando a Abraham Lincoln, se puede engañar a una parte de la gente una parte del tiempo, pero no a toda la gente todo el tiempo. Demostrémoslo en la calle el 15 de febrero.
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