FRACTURA DE OCCIDENTE
El
veto de Francia, Alemania y Bélgica en el seno de la Organización
del Tratado del Atlántico Norte, a la pretensión de Estados
Unidos para que ese organismo refuerce las defensas de Turquía ante
un eventual ataque de Irak, constituye un nuevo indicador de la honda fractura
que, tanto en intereses como en perspectivas, divide a las naciones de
Occidente. A este dato hay que sumar el apoyo dado por Rusia, presumiblemente
también por China, a la alternativa franco-alemana para resolver
la crisis iraquí sin necesidad de desatar una guerra, y las amplias
manifestaciones de repudio en contra de los aprestos bélicos de
Washington que tienen lugar en numerosas naciones del mundo.
La obstinación de Bush y su clan político
por deshacerse de Saddam Hussein y tomar el control de los recursos energéticos
del golfo Pérsico ha conseguido ahondar el aislamiento diplomático
de Estados Unidos, al que sólo apoyan en su aventura iraquí
Gran Bretaña -su aliado tradicional, pese a la fuerte oposición
que el primer ministro laborista Tony Blair enfrenta en su propio partido-
y algunos gobernantes que comparten el delirio militarista y ultraconservador
de la Casa Blanca, como el presidente español José María
Aznar y el primer ministro italiano Silvio Berlusconi. En este sentido,
no debe pasar inadvertido que tres de los cinco países con derecho
a veto en el Consejo de Seguridad de la ONU rechazan rotundamente una intervención
militar contra Irak, situación que se refuerza por la crisis desatada
en la OTAN tras la oposición de Francia y Alemania, naciones clave
en el concierto europeo.
Ciertamente, la declinación de la OTAN como organismo
de cooperación militar hemisférica se ha ido agudizando tras
la desaparición de la Unión Soviética -adversario
fundamental de la Alianza Atlántica durante la guerra fría-
y como consecuencia de la consolidación de una Unión Europea
con pretensiones de independencia de Estados Unidos en materia de defensa
regional. Washington mismo ha contribuido significativamente a la erosión
de la OTAN con su política unilateral que antepone sus intereses
y paranoias a la búsqueda de consensos entre sus eventuales aliados
y con su determinación de intervenir en Irak así sea a contrapelo
de las disposiciones de la ONU. La estremecedora pero muy ilustrativa frase
de George W. Bush en el sentido que "no entiende" por qué Francia
y Alemania se oponen a su frenesí contra Saddam Hussein comprueba
una vez más que los actuales inquilinos de la Casa Blanca no son
capaces de aquilatar los razonamientos de otras naciones y gobiernos y
se encuentran encerrados en un peligroso marco de ideas excluyentes y autorreferentes.
Empero, en tanto la comunidad internacional no construya
equilibrios que contengan o moderen las ansias bélicas del gobierno
de Bush, la presente crisis en la OTAN -y su eventual prolongación
en el seno del Consejo de Seguridad- traza un inquietante panorama para
el futuro del mundo. Por lo pronto, junto con la amenaza de una guerra
injusta que, de consumarse, se espera larga y cruel, la economía
global registra continuas recaídas y se encuentra presa de la incertidumbre.
El propio Alan Greenspan, presidente de la poderosa Reserva Federal de
Estados Unidos, ha reconocido que la tensión por una eventual invasión
de Irak genera "barreras formidables" para la inversión y la recuperación
económica tanto de la Unión Americana como del resto del
mundo globalizado. ¿Por qué las naciones han de pagar con
hondos temores e incertidumbres, con crisis y rezagos económicos
e incluso con la vida de sus habitantes el delirio intervencionista del
clan político que gobierna en Washington? El rotundo no que la gran
mayoría de las sociedades ha expresado ante la estrategia bélica
de Estados Unidos es el indicador más claro de la fractura existente
entre los millones de ciudadanos pacíficos del mundo y la camarilla
que detenta el poder en la todavía mayor potencia del orbe.