Blanca Rubio
TLCAN: renegociación o sometimiento
Después de tres meses de lucha ininterrumpida los campesinos lograron por fin sentar a la mesa de discusión al gobierno de Vicente Fox, con el propósito de encontrar solución a los agudos problemas del campo. Arribar a un acuerdo, sin embargo, no resulta nada sencillo.
Por medio de sus voceros, el gobierno ha colocado el origen del problema en el terreno económico: los productores rurales son atrasados tecnológicamente, tienen bajos rendimientos, no agregan valor al producto, por tanto no pueden enfrentar competitivamente la producción de Estados Unidos. Su pobreza resulta de que no han sabido adaptarse a las nuevas reglas del mercado.
El problema, sin embargo, no es de índole económica, sino política, y se remonta a los años setenta, cuando Estados Unidos perdió competitividad frente a Alemania y Japón, y resolvió recuperar la hegemonía perdida impulsando aquellos sectores en los cuales tenía claras ventajas competitivas, entre ellos el alimentario.
A partir de los años ochenta impulsó una estrategia que consiste en generar una sobreproducción artificial de alimentos básicos en relación con las necesidades internacionales. Toda vez que ese país concentra 74.5 por ciento de las exportaciones de cereales en el mundo, su producción es crucial para la determinación de los precios. El exceso de alimentos, así como una política deliberada que deprime las cotizaciones, han traído consigo que el trigo se compre 40 por ciento por debajo del costo y el maíz 20 por ciento, al tiempo que desde 2002 los precios internacionales no han recuperado el nivel de 1980.
La caída de los precios es compensada en Estados Unidos con elevados subsidios que se orientan hacia los grandes productores. El año pasado, este país incrementó 80 por ciento la ayuda directa a los productores, sobre un monto ya de por sí elevado, que se nutre de los impuestos ciudadanos.
Cabe entonces preguntarse: Ƒpor qué el país más poderoso del planeta produce caro y vende barato? Se trata de colocar los excedentes artificialmente abaratados en dos destinos: 1) la Unión Europea y Japón, como mecanismo de lucha por el poder económico mundial y 2) los países subdesarrollados, como un medio de expansión y control sobre sus zonas de influencia.
El mecanismo de competencia que Estados Unidos ha impuesto a nivel mundial no deriva, por tanto, de su superioridad tecnológica y de la calidad de sus tierras. Aunque ésta existe, ha utilizado los enormes recursos que posee para doblegar a sus competidores por medio de precios dumping que no son rentables para nadie, ni siquiera para sus propios productores. Por esta razón 300 mil granjas desaparecieron de su territorio en los años ochenta.
Sin embargo, no todos pierden en este negocio. Las grandes comercializadoras, como Cargill y ADM, obtienen elevadas ganancias colocando los granos en el exterior. Asimismo, las corporaciones agroalimentarias que producen alimentos industrializados han reducido sus costos merced a los bajos precios de los insumos.
Así las cosas, la desventaja de nuestros productores en relación con el TLCAN no estriba en su atraso tecnológico, aunque existe, ni es de índole económica. De hecho, los cultivos que más se han sustituido en nuestro país son la soya y el trigo, en los cuales alcanzamos rendimientos superiores a la media mundial.
Los productores rurales se ven sujetos a una imposición de índole política, en la cual no tienen escapatoria. Cuando la agroindustria le compra maíz a un productor mexicano por debajo del precio de costo, lo despoja impunemente del valor incorporado en su producto. Cuando no le compra, porque prefiere los insumos importados, lo somete a una violentación, pues le impide validar su producto. En ambos casos lo orilla a una competencia que no está basada en mecanismos económicos, sino coercitivos, que sustentan la expansión del imperio estadu nidense. Desde esta perspectiva el Tratado de Libre Comercio es un mecanismo de dominio que coarta al agricultor su derecho a vivir del producto de su parcela.
La situación de pobreza y baja rentabilidad que enfrentan los productores rurales resulta por tanto de una lógica política y tiene que ser enfrentada en este terreno. Elevar la producción de alimentos al rango de prioridad nacional en tanto esta rama es depositaria de la seguridad del país. Renegociar el TLCAN con el fin de proteger los bienes básicos de la competencia desleal que impone este tratado. Obligar a las agroindustrias trasnacionales a consumir los insumos internos y garantizar a los productores un ingreso redituable que permita recuperar la producción interna.
Sin embargo, precisamente porque se trata de un problema ubicado en el terreno del poder, requiere del gobierno una posición de fuerza. Tiene que elegir entre enfrentar al imperio o al descontento social que está llegando al límite de la paciencia. Esta es la disyuntiva.