Augusto Monterroso
Cuestión de alturas *
Los enanos tienen una especie de sexto
sentido
que les permite reconocerse a primera vista.
Eduardo Torres
Sin empinarme, mido fácilmente un metro sesenta.
Desde pequeño fui pequeño. Ni mi padre ni mi madre fueron
altos. Cuando a los quince años me di cuenta de que iba para bajito
me puse a hacer cuanto ejercicio me recomendaron, los que no me convirtieron
ni en más alto ni en más fuerte, pero me abrieron el apetito.
Esto sí fue problema, porque en ese tiempo estábamos muy
pobres. Aunque no recuerdo haber pasado nunca hambre, lo más seguro
es que durante mi adolescencia pasé buenas temporadas de desnutrición.
Algunas fotografías (que no siempre tienen que ser borrosas) lo
demuestran. Digo todo esto porque quizá si en aquel tiempo hubiera
comido no más sino mejor, mi estatura sería más presentable.
Cuando cumplí veintiún años, ni un día menos,
me di por vencido, dejé los ejercicios y fui a votar.
De
todos es sabido que los centroamericanos, salvo molestas excepciones, no
han sido generalmente favorecidos por una estatua extremadamente alta.
Dígase lo que se diga, no se trata de un problema racial. En América
hay indios que aventajan en ese sentido a muchos europeos. La verdad es
que la miseria y la consiguiente desnutrición, unidas a otros factores
menos espectaculares, son la causa de que mis paisanos y yo estemos todo
el tiempo invocando los nombres de Napoleón, Madero, Lenin y Chaplin
cuando por cualquier razón necesitamos demostrar que se puede ser
bajito sin dejar por eso de ser valiente.
Con regularidad suelo ser víctima de chanzas sobre
mi exigua estatua, cosa que casi me divierte y conforta, porque me da la
sensación de que sin ningún esfuerzo estoy contribuyendo,
por deficiencia, a la pasajera felicidad de mis desolados amigos. Yo mismo,
cuando se me ocurre, compongo chistes a mi costa que después llegan
a mis oídos como productos de creación ajena. Qué
le vamos a hacer. Esto se ha vuelto ya una práctica tan común,
que incluso personas de menor estatura que la mía logran sentirse
un poco más altas cuando dicen bromas a mi costa. Entre lo mejorcito
está llamarme representante de los Países Bajos y, en fin,
cosas por el estilo. ¡Cómo veo brillar los ojos de los que
creen estarme decidiendo eso por primera vez! Después se irán
a sus casas y enfrentarán los problemas económicos, artísticos
o conyugales que los agobian, sintiéndose como con más ánimo
para resolverlos.
Bien. La desnutrición, que lleva a la escasez de
estatura, conduce a través de ésta, nadie sabe por qué,
a la afición de escribir versos. Cuando en la calle o en una reunión
encuentro a alguien menor de un metro sesenta, recuerdo a Torres, a Pope
o a Alfonso Reyes, y presiento o casi estoy seguro de que me he topado
con un poeta. Así como en los francamente enanos está el
ser rencorosos, está en los de estatura mediana el ser dulces y
dados a la melancolía y la contemplación, y parece que la
musa se encuentra más a sus anchas, valga la paradoja, en cuerpos
breves y aún contrahechos, como en los casos del mencionado Pope
y de Leopardi. Lo que Bolívar tenía de poeta, de ahí
le venía. Quizá sea cierto que el tamaño de la nariz
de Cleopatra está influyendo todavía en la historia de la
Humanidad; pero tal vez no lo sea menos que si Rubén Darío
llega a medir un metro noventa la poesía en castellano estaría
aún en Núñez de Arce. Con la excepción de Julio
Cortázar, ¿cómo se entiende un poeta de dos metros?
Vean a Byron cojo y a Quevedo patizambo; no, la poesía no da saltos.
Llego a donde quería llegar.
El otro día me encontré las bases de unos
juegos florales centroamericanos que desde 1916 se celebran en la ciudad
de Quezaltenango, Guatemala. Aparte de la consabida relación de
requisitos y premios propios de tales certámenes, las bases de ésta
traen, creo que por primera vez en el mundo, y espero que por última,
una condición que me movió a redactar estas líneas,
inseguro todavía de la forma en que debe interpretarse.
El inciso e) del apartado "De los trabajos", dice:
e) Debe enviarse con cada trabajo, pero en sobre aparte,
perfectamente cerrado, rotulado con el seudónimo y título
del trabajo que ampara, una hoja con el nombre del autor, firma, dirección,
breves datos biográficos y una fotografía. Asimismo se suplica
a los participantes en verso enviar, completando los datos, su
altura en centímetros para coordinar en mejor forma el ritual
de la reina de los Juegos Florales y su corte de honor.
Su altura en centímetros.
Una vez más pienso en Pope y en Leopardi, afines
únicamente en esto de oír (con rencor o con tristeza) pasar
riendo a las parejas normales, en las madrugadas, después de la
noche del día de fiesta, frente a sus cuartos compartidos duramente
con el insomnio.
* Texto tomado de Pájaros de Hispanoamérica,
libro
editado por Alfaguara