Objetos, muestra de Héctor Ortega,
se presenta en la estación Copilco del Metro
Hacia una escultura de la vida cotidiana
''Aspiro a ser espacista; la cultura que hacemos
es clasista'', comenta el creador
CESAR GÜEMES
Una caja repleta de mercancías perteneciente a
un vendedor de dulces le señaló el camino y la referencia:
"era como uno de los ready-made, al estilo de Marcel Duchamp. Era
un objeto estético por sí mismo, nadie se había propuesto
hacer de esa caja llena de dulces algo bello, pero lo era. Y además
tenía una enorme carga de dolor humano". Así define su trabajo
escultórico el actor Héctor Ortega, quien a partir de este
lunes, y hasta el día 27 del mes, pone a disposición del
público su muestra titulada Objetos, esculturas cotidianas,
en el interior de la estación Copilco del Metro.
Los trabajos, realizados a partir de objetos de uso cotidiano,
como una bicicleta, un puesto de periódicos, una sala o los utensilios
de un jardinero, conforman alegorías sobre diversos problemas sociales
que vive actualmente el país.
Con
este proyecto, dice Ortega, ''aspiro a ser un 'espacista': así como
los muralistas buscaban espacios para dar a conocer su trabajo, yo los
busco para plantear mis inquietudes. Es por eso que no propuse esta muestra
para una galería sino para uno de los corredores de la estación
Copilco. Este es un espacio público y, toda proporción guardada
con el muralismo mexicano, mi trabajo está hecho para la mayor cantidad
de gente posible.
-Y por su lado lo hermana con el muralismo la idea de
hacer señalamientos sobre la realidad.
-Eso sucede porque los planteamientos sociales siguen
siendo los mismos de hace muchos años y por eso mismo las utopías
continúan más vigentes que nunca. Nadie acabó con
el hambre. Ni el capitalismo, ni el neoliberalismo, ni la globalización
han resuelto ese agudo problema en el planeta. Así que la primer
tarea es la que señaló Lula (presidente de Brasil) en su
discurso: la guerra contra el hambre.
-¿En qué momento dejó de bastarte
el escenario teatral?
-Me ha inquietado siempre la comunicación no verbal,
como la que aquí muestro. Y hace no mucho descubrí con que
basta que uno aguce la mirada para encontrar miles de esculturas involuntarias
en nuestro país, realizadas por los personajes de la vida cotidiana.
En mi caso, no me sentiría pleno sólo al recopilar esos trabajos
porque no me interesan el folclor ni la estética, sino la alegoría.
Por eso en la muestra incluyo alegorías sobre el hambre, los engaños
de la religión o las actitudes timoratas de la sexualidad. Con el
simple hecho de caminar por la calle nos damos cuenta de cómo es
manipulada la gente que no tiene recursos en el país.
Ortega da un ejemplo con la cultura: "¿Para qué
le hacemos al loco si es muy claro que el pueblo no tiene acceso a ella?
Antes que nada la cultura es una actividad humana para informar a los hombres
que su vida es más importante que sólo ser clientela comercial
o electoral. En este momento la cultura que hacemos es clasista, eso es
innegable. Por eso lo más importante, como decía el general
Lázaro Cárdenas, es la democracia económica. Como
no existe tal condición y en cambio las diferencias monetarias son
bestiales, el país vive dentro de una farsa. Ya dentro de ese contexto
la cultura es una de las farsas más grandes imaginables porque a
ella sólo acceden quienes tienen dinero, que son muy escasamente
el 20 por ciento de todos los mexicanos".
La reflexión en torno a la desigual repartición
de los bienes culturales va más allá: "La gente no tiene
acceso a los libros, los discos o cualquier objeto cultural que para un
sector de la clase media y de capas económicamente poderosas forma
parte de su existencia diaria".
-¿Qué es lo que propondría?
-Dar un giro de 180 grados de suerte tal que la gente
sin acceso a la cultura la realice para que entienda qué es y cómo
le puede servir para incrementar drásticamente su calidad de vida.
A ese 80 por ciento de la población que se encuentra desprotegido
hay que darle elementos para generar y dar a conocer sus propias manifestaciones
culturales.
El apunte final de Héctor Ortega, quien por cierto
ha alcanzado las primeras cien representaciones de 1822, el año
que fuimos imperio, en el Teatro Juan Ruiz de Alarcón, es consecuente
con su línea de pensamiento político: "Entiendo que debe
haber una cultura delicada y fina, que ha de ser auspiciada por la iniciativa
privada. La gente que puede pagar por acceder a esas manifestaciones exquisitas,
que lo haga. En cambio a quienes no están vinculados con las manifestaciones
artísticas porque su economía no se lo permite, hay que llevarlos
hábilmente para convertirlos en generadores de cultura. Eso sería
suficiente para que se revitalizara el potencial creativo en México
que desde hace mucho tiempo se encuentra dormido, pasmado, casi en estado
vegetativo".